Madre de
Dios: Señora de Luján, a quien nuestro Pueblo os llama también la Virgen
de Itatí; Madre del Nordeste argentino; Señora de Sumampa en Santiago del
Estero y Virgen de Catamarca; Milagrosa Imagen de la Virgen en Santa Fe y
Virgen del Milagro en Salta, ante Vos estamos aquí reunidos.
Nuestra
bandera tiene el mismo color de vuestra túnica y manto. Nuestra historia os
venera en sus dramas y en sus júbilos. Virgen del Rosario, la Reconquistadora;
Virgen del Carmen, patrona del ejército emancipador por voluntad del Libertador
de medio continente, patrona del pueblo argentino y de sus regimientos
militares; Virgen de Loreto, patrona de la Marina y la Virgen de la Merced,
Generala de nuestro Ejército. Nuestros próceres y héroes os invocaron antes de
la batalla y después de la victoria. Aún se escucha la voz de San Martín,
Belgrano, de Pueyrredón, de Güemes, de Lamadrid y de Díaz Vélez: ¡Salve Señora
de Nuestro Pueblo! Es que es la Argentina de hoy y de siempre la que da carril
y empuje a esta manifestación de fe. Fieles a Vos, leales al país y a nuestra
historia, nos sumamos al testimonio de Fe que nos legaron los fundadores de la
Patria y, conscientes de la responsabilidad que impone a todos esta hora del
mundo, llegamos a Luján, pago y santuario entrañablemente nuestro, de todos los
argentinos, para consagrar a Vuestro Inmaculado Corazón, Nuestra República y
todos nuestros esfuerzos, implorando bendiciones por la grandeza de la
Patria.
Oh María, aurora del mundo nuevo, Madre
de los vivientes, a Ti confiamos la causa de la vida: mira, Madre, el número inmenso de
niños a quienes se impide nacer, de pobres a quienes se hace difícil
vivir, de hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, de
ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una
presunta piedad. Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con
firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida. Alcánzales la
gracia de acogerlo como
don siempre nuevo, la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia y la
valentía de testimoniarlo con
solícita constancia, para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
Os encomiendo y os consagro, Virgen de
Luján, la patria argentina, pacificada y reconciliada, las esperanzas
y anhelos de este pueblo, la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, las
familias para que crezcan en santidad, los jóvenes para que encuentren la
plenitud de su vocación, humana y cristiana, en una sociedad que cultive sin
desfallecimiento los valores del espíritu. Os encomiendo a todos los que
sufren, a los pobres, a los enfermos, a los marginados; a los que la violencia
separó para siempre de nuestra compañía, pero permanecen presentes ante el
Señor de la historia y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida. Haz
que Argentina entera sea fiel al Evangelio, y abra de par en par su corazón a Cristo,
el Redentor del hombre, la Esperanza de la humanidad. Amén.
La primera
parte de la oración responde a la Consagración a la Virgen de Luján que hiciera
el General Onganía, el 30 de noviembre de 1969; la segunda, a la conclusión de
la Carta Encíclica Evangelium Vitae,
del Papa Juan Pablo II; y la tercera, a un extracto de la oración que el mismo
Pontífice hizo en la Argentina, en la Avenida 9 de Julio, el 12 de abril de
1987, con pequeñas adaptaciones redaccionales.
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