lunes, 26 de noviembre de 2018

Tratado sobre la oración (1492)



Extractos de la obra: Fray Gerónimo Savonarola, O. P.; Tratado en defensa y recomendación de la oración mental y otros escritos espirituales, Librería Lectio, Athanasius Editor, Córdoba, 2018, pág. 79-81. 82. 87-88. 95-96. 111-112.
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Oportet semper orare (Lc. 18, 1)

“Es necesario orar siempre”



Si bien la Providencia de Dios, oh Señora amadísima en Cristo, sea infalible y certera, y aún siendo inmutable su voluntad, sin embargo conjeturar y programar el futuro, rogando a Dios que disponga las cosas de manera buena y que y así las guíe a su fin, no es una acción vana: porque el omnipotente e inmutable Dios nuestro creador ha ordenado con su sabiduría infinita no solamente cuál fin deba tener cada creatura, sino que ha dispuesto también los medios con los cuales debe alcanzarlo. Por eso, habiendo Dios ordenado hacia un fin altísimo a la criatura racional, que es la visión y el gozar de su esencia divina, también ha ordenado el medio para alcanzar tal felicidad, medio que es el buen obrar. Y puesto que el buen obrar de manera meritoria es superior a la capacidad de la criatura, no siendo factible sin la caridad y la gracia, cada hombre debe humillarse mucho ante la majestad de Dios y, postrado humildemente en tierra, debe pedir no sólo tal inefable bienaventuranza preparada para quien ama a Dios con todo el corazón, sino que además también debe rogarle que se digne de darle la gracia mediante la cual pueda alcanzarla.

Tanto más debe uno ser insistente en golpear a la puerta de su misericordia, cuanto más se ve en mayor peligro de perderla. Sobre todo cuando ve que los tiempos son peligrosos y que los hombres perversos se multiplican sobre la tierra, como manifiestamente sucede en nuestros días. Días en los cuales los ojos castos de hombres y de mujeres que celan el honor de Dios (hablando con dolor) a menudo bañan el rostro con lágrimas amargas, viendo que todo [orden] está subvertido [sottosopra: lo que debiera estar abajo está arriba y lo que debiera estar arriba está abajo] estando apagada toda verdadera y viva luz de virtud, y no encontrando otra cosa en la Iglesia de Cristo sino iniquidades, o alguna santidad simulada.

Por este motivo, Señora queridísima en Cristo, madre e hija mía, si bien hubo tiempos en que fue necesario orar de continuo e insistir en golpear con lágrimas y suspiros a la puerta del dulcísimo redentor Jesucristo por nuestra salvación y la de los otros, creo que sobre todo se necesita en esta época nuestra tan ciega, mísera, adúltera, cruel e insoportable, estando apagada y totalmente muerta la fe, a la vez que sobre la tierra se propaga toda impiedad. ¡Oh miserable y lacrimoso, deplorable estado de la esposa de Cristo y madre nuestra, la cual no se acuerda ya de la sangre de su dulce esposo; y como insensata, ya no valora tan gran precio. Pobre de mí, ¿por qué hemos nacido en estos tiempos pésimos y peligrosos, en los cuales estamos tan inciertos de nuestra salvación al punto que el buen obrar es considerado pecado, y el pecado es considerado una buena obra?

Por lo tanto considera cuán necesario sea para nosotros estar siempre en oración. A la oración nos exhortan sobre todo las palabras de nuestro amorosísimo salvador Jesucristo, el cual no sólo en vista de nuestros días peligrosos, sino también en vista de los que habrán de venir, no sin razón nos ha exhortado al decir: “Es necesario orar siempre”. Por eso alabo mucho tu deseo respecto a la oración, queriendo aplicarte a ella con fervor y perseverancia. Por lo tanto, si bien tu director en esto sea el Espíritu Santo, sin embargo has sido humillada a pedir a mi pobreza una exhortación que incite a la oración.

[…]

No pudiendo excusarme de ningún modo, comenzaré este tratado fundándolo sobre una sólida piedra, es decir sobre la afirmación de nuestro Salvador: “Oportet semper orare”. Y porque esta está formada de tres palabras, haremos tres partes en honor a la Santísima Trinidad:

Primera, necesidad de la oración (oportet);

Segunda, perseverancia o cotidianidad (semper);

Tercera, cualidad y naturaleza intrínseca de la oración (orare).

[…]

La tercera razón que demuestra la utilidad y la necesidad de la oración es la miseria de nuestro prójimo. Ante todo su miseria espiritual; porque viendo nosotros correr tantas almas por el camino del pecado hacia la condenación eterna, debemos movernos a compasión, sabiendo bien que por ellas ha sido derramada la preciosa sangre del cordero inmaculado Jesucristo. Y esto especialmente en cuanto a nuestro tiempo, en el cual vemos a la Iglesia quasi destruida en sus fundamentos, arruinada y fuertemente destrozada por la tempestad en el mar de este mundo maligno y perverso, del cual podemos repetir con David: “Todos los hombres están desviados y corrompidos; no hay quien haga el bien, ni siquiera hay uno” (Sal. 13, 3). Oh Jesús, ayúdanos, porque todo el mundo ha abandonado el camino de tus mandamientos, y todos los hombres son incapaces de realizar el bien; ya no hay ninguno que lo haga.

Y tanto se debe clamar al cielo y con tanto mayor afecto, cuanto más se multiplican los hombres malvados, especialmente tratándose de aquellos que deberían ser espejos de vid santa para los otros, y en cambio están en mayor peligro de perder la visión de nuestro dulce esposo y salvador Jesús. De aquí las palabras del Profeta: “Sálvame, oh Señor, porque ha desaparecido el hombre piadoso, porque la sinceridad ha disminuido entre los hijos de los hombres” (Sal. 11, 2). Oh Señor mío, considera en qué peligro estoy, porque se han multiplicado los malvados. Sálvame, Señor, porque hoy faltan los hombres santos y se han menoscabado las verdades entre los hijos de los hombres.

Por eso es necesario rogar siempre por ellos, para que Dios los conduzca a penitencia; y también porque nosotros estamos en tanto peligro viviendo en medio de los perversos; sobre todo es necesario rogar por la santa madre Iglesia de cuya salvación depende todo nuestro bien espiritual y de cuya destrucción depende toda nuestra ruina.

[…]

He aquí por qué te exhorto mucho a la oración y a la contemplación, en las cuales encontrarás la espada contra el enemigo y el escudo contra todas las tentaciones. Ella te hará dulce de corazón, ferviente y celante, llena de piedad y de mansedumbre con toda caridad, mediante la cual despreciarás todas las cosas terrenales y desearás las eternas, volviéndote amiga y familiar de tu dulce esposo Jesucristo. De Él aprenderás todo lo necesario y útil para tu salvación, y también para la de los otros, si no hay mala disposición en ellos. Por lo tanto te ruego, por las entrañas de piedad de nuestro amoroso salvador Jesús, que según la promesa que me has hecho no te olvides de mí, pecador; para que ayudándonos el uno al otro podamos reencontrarnos juntos en aquella eterna bienaventuranza, en la cual Jesús nos aguarda deseoso. Amén.

[…]

REGLA PARA BIEN VIVIR

Por sobre todas las cosas ama a Dios con todo el corazón. Busca su honor más que la salvación de tu propia alma. Procura con diligencia purificar tu mente con frecuentes confesiones. Desapega el afecto de las cosas terrenales. Comulga a menudo devotamente.

No te consideres mejor que ninguna persona por más pecadora que sea, sino más bien peor que ella. No pienses mal de nadie, sino siempre bien. Permanece mucho en silencio.

No debes entretenerte y alegrarte ni en reuniones ni en fiestas. Permanece solitaria en cuanto es posible a tu estado. Que sean lejanas a tus oídos palabras de murmuraciones, de calumnia, de insinuaciones, de fastidio, y palabras ociosas, y mucho más que están ellas lejos de tu lengua.

Reza a menudo. Contempla en todo momento. Esfuérzate por unir a la familia en una paz verdadera. No muestres nada de soberbia en tus palabras y en tus actos. No debes ser demasiado familiar con aquellos que te están subordinados, pero con ellos debes usar una mansa seriedad.

Da a todos buen ejemplo de vida santa. Reprende con caridad a los insolentes. Alienta a todos al bien.

Ama el pudor en casa, sobre todo en las jovencitas. Muéstrate muy enemiga de la impudicia, reprendiendo ásperamente toda palabra, acto o vestimenta fuera de lo pudoroso.

No seas parcial, sino distribuye todo según la cualidad y el mérito de cada uno.

Sé piadosa con las personas pobres: ayúdalas en cuanto es posible, porque esto complace mucho a Dios. Muéstrate afable con todos, pero especialmente con las personas más míseras. Haz muchas limosnas.

En los sucesos prósperos humíllate de corazón, y se paciente en las adversidades. Ruega continuamente a Dios que te enseñe a hacer lo que le agrada y que te de fuerza, y que te conceda realizar toda inspiración suya, ya que la unción del Espíritu Santo te enseñará todo. Y ruega siempre por la perseverancia, conservando el temor y teniendo siempre a Dios ante los ojos.

Renueva cada día el buen propósito, y confírmalo al hacer el bien. Jamás debes desesperarte por ningún pecado.

Ruega a Dios por mí, para que siempre me haga cumplir lo que enseño.

Creo que esta pequeña regla, unida a lo que he dicho en el tratado, sea suficiente para regular tu vida; porque si la cumples, será el Espíritu Santo quien te enseñe en particular las otras cosas. Por lo tanto, léela cada día, con el firme propósito de observar todos estos mandamientos, que te envía con caridad tu padre e hijo espiritual en Jesucristo, el cual es bendito por los siglos de los siglos. Amén.



Fray Gerónimo Savonarola, O. P

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