Debe colocarse la esperanza en la Bienaventurada Virgen[1]
«Se cuenta en la Escritura cómo
el rey Asuero, por una falsa sugestión del traidor Amán, promulgó una sentencia
de condenación y de muerte contra todo el pueblo judío que vivía en su reino.
Ya estaba dictada la sentencia, ya estaba sellada con el anillo del rey, ya
publicada por los pregoneros y señalado el día; no restaba sino llevar a cabo
la matanza. Pero fue revocada por la intercesión de la reina Esther, por la
extensión del cetro de oro y el ósculo de la extremidad del mismo.
La realidad correspondiente a
esta figura es la siguiente: a causa del pecado de los primeros padres,
perpetrado por la falsa sugestión del traidor Amán, fue dictada por el rey
Asuero, es decir por Dios, sentencia de condenación contra todo el género
humano. Ya había sido dictada la sentenica, ya había sido consignada en la
sagrada Escritura, ya había sido promulgada por los pregoneros, esto es, por
los profetas, ya estaba señalado el día. Pues apenas moríamos, descendíamos a
los infiernos.
Pero, gracias a la reina Esther,
es decir, a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, la sentencia fue
revocada por la extensión del cetro de oro y el ósculo de la extremidad del
mismo.
En el libro de Esther, capítulo
VIII, se refiere que la reina Esther fue grata a los ojos del rey, y que éste
extendió hacia ella el cetro de oro, y que la reina besó la extremidad del
cetro. Y el rey le dijo: ¿Qué petición es
la tuya, Esther, para que se te conceda; y qué quieres que se haga? Aunque
pidas la mitad de mi reino, la alcanzarás. Al cual ella respondió: Si he
hallado gracia en tus ojos, oh rey, y si a ti place, concédeme la vida, por la
que te ruego, y a mi pueblo, por quien intercedo. Porque hemos sido entregados,
yo y mi pueblo, a ser destruidos, degollados, y a perecer (Esther, VII,
2-4), a causa del pecado original contraído y de nuestros pecados actuales
sobreañadidos.
Pero la reina Esther, es decir la
Bienaventurada Virgen, fue grata a los ojos del rey para la restauración del
género humano, y encontró gracia ante él, no solamente para sí, sino para todos
los hombres.
El rey alargó el cetro de oro. El
Señor Dios Padre nos alargó ese centro de oro, cuando, por la máxima caridad
que nos tenía, expuso a su Hijo a la Pasión. La Bienaventurada Virgen tocó la
extremidad del cetro, cuando concibió en su seno al Hijo de Dios, y después lo
dio a luz.
Y así alcanzó la mitad del reino
de Dios, de modo que sea reina de misericordia aquélla cuyo Hijo es Rey de
justicia. De ese modo fue también revocada la sentencia de nuestra condenación.
Esa revocación fue promulgada por mensajeros, los Apóstoles, enviados
especialmente para ello.»
Ps. Santo Tomás de Aquino, Del
Prólogo de la exposición a las siete Epístolas Canónicas[2]
[1] Fr.
Mézard, op. (2019) Meditaciones según
Santo Tomás para todos los días del año litúrgico, tomo II: Cuaresma, Pascua,
Pentecostés, Fiestas. Buenos Aires: Ediciones Río Reconquista.
[2] El
texto, según la página Corpus Thomisticum,
corresponde a Nicolai de Gorran (https://www.corpusthomisticum.org/xec0.html)
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