viernes, 4 de septiembre de 2020

La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús

 


Presentamos aquí una pequeña exposición, donde se nos habla de la importancia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

La devoción es el acto interno principal de la virtud de la religión. Como dice Santo Tomás, consiste en «la prontitud de la voluntad para entregarse a las cosas que pertenecen al servicio de Dios»[1]. El culto que debemos a Dios es un acto de adoración o de latría, que pertenece a la esencia de la naturaleza humana, y, por ello, el Señor lo promulgó en el Primer Mandamiento del Decálogo.

Como Jesucristo es el «Mediador entre Dios y los hombres» [1 Tim. 2, 5], es el medio sin el cual nadie puede salvarse. Por disposición de Dios, la Virgen Santísima, a pesar de ser una mera criatura, sin embargo es el instrumento que el Señor ha querido utilizar para reinar más fácilmente en el mundo, como dice San Luis María Grignion de Montfort[2]. Los demás actos de piedad hacia los Santos no son de precepto, distinto éstos dos, uno por naturaleza y otro por imperio de la Divina Majestad de Dios.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es el remedio para nuestra época, que ha caído en el relativismo doctrinal y en la tibieza espiritual.

En primer lugar, para combatir el relativismo, nada mejor que el Corazón de Cristo. Al darle culto a Él, hacemos profesión de Fe de los dogmas referidos a Nuestro Señor, en el pasado, del tiempo de su aparición y nos prevenimos de los errores modernos. Y, para demostrarlo, citaremos las palabras de los Sumos Pontífices al respecto.

Para prevenir los errores del pasado, le damos al Corazón del Señor el culto de adoración propio de la Divinidad. Así profesamos que Él es una única Persona Divina, con dos naturalezas, humana y divina. Dice, en efecto, el Papa Pío XII: «El Verbo de Dios no ha tomado un cuerpo ilusorio y ficticio, como ya en el primer siglo de la era cristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la severa condenación del Apóstol San Juan: Puesto que en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo [2 Jn. 7]. En realidad, Él ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo. Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los elementos constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber: dotada de inteligencia y de voluntad todas las demás facultades cognoscitivas, internas y externas; dotada asimismo de las potencias afectivas sensibles y de todas las pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia católica, y está sancionado y solemnemente confirmado por los Romanos Pontífices y los Concilios Ecuménicos: Entero en sus propiedades, entero en las nuestras[3]; perfecto en la divinidad y Él mismo perfecto en la humanidad[4]; todo Dios [hecho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios[5].»[6]

Podemos agregar lo que dice el Papa Pío XI, que la necesidad de reparar el Corazón dolorido del Señor por nuestras ingratitudes y desprecios contrarresta el error del naturalismo, que cree que el hombre es un “buen salvaje”, al estilo de Rousseau, donde se niega la existencia y las consecuencias del pecado original. Contra este error, dice el citado Pontífice: «Este deber de expiación incumbe a todo el género humano, ya que éste después de la miserable caída de Adán, debiera haber sido precipitado en la ruina sempiterna, según se nos enseña por la fe cristiana, inficionado como quedaba de la mancha hereditaria, sujeto a las concupiscencias y miserablemente depravado. Niegan esto ciertamente los soberbios de nuestro tiempo, seguidores del antiguo error de Pelagio, divulgando una virtud ingénita de la naturaleza humana tal que, por propia fuerza se eleva más y más continuamente; empero rechaza el Apóstol estos falsos inventos de la humana soberbia trayéndonos a la memoria que éramos por naturaleza hijos de ira [Ef. 2, 3].»[7]

Para corregir los errores de la época, el Sagrado Corazón se manifestó a Santa Margarita María para que los hombres no cayeran en el jansenismo, que los alejaba de la recepción de los sacramentos. Dice también Pío XI: «Pues, como en otro tiempo quiso Dios que al humano linaje, que salía del arca de Noé, apareciese una señal de amistoso pacto, el arco iris visible en las nubes [Gen. 2, 14], de la misma manera, en los recientes turbulentísimos tiempos, como se extendiese la famosa herejía jansenista, la más taimada de todas, enemiga del amor y piedad para con Dios, que predicaba que éste no tanto debía ser amado como padre cuanto temido como implacable juez, el benignísimo Jesús manifestó en alto a las naciones su Corazón sacratísimo, como bandera de paz y caridad, y como presagio de no dudosa victoria en la contienda.»[8]

Contra las herejías de nuestra época, la devoción auténtica al Sagrado Corazón nos previene de los recientes errores, que son el liberalismo, el comunismo y el modernismo, los cuales, al decir del p. Castellani, son los tres espíritus que brotan de la boca del anticristo[9].

Contra el liberalismo, escribió el Papa León XIII: «Precisamente en estos últimos tiempos se ha procurado con todo empeño que mediase como un muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y gobierno de los pueblos, se tiene en nada la autoridad del derecho sagrado y divino, con el intento de que la religión no influya lo más mínimo en el modo de ser de la vida ordinaria. Lo cual casi equivale a hacer desaparecer la fe de Cristo, y desterrar de la tierra, si se pudiese, al mismo Dios. […] De ahí la violencia de los males que hace tiempo están como de asiente entre nosotros y que reclaman vigorosamente que busquemos la ayuda del único con cuya virtud podemos lanzarlos lejos de nosotros. Y, ¿quién puede ser éste, fuera de Jesucristo Unigénito de Dios? Pues ningún otro nombre se ha dado a los hombres bajo el cielo en el que nos hayamos de salvar [Hech. 4, 12]»[10]

Advirtiendo de los tres errores juntos, el liberalismo, el comunismo y el modernismo, escribió el Papa Pío XII: «Hay también además quienes, por considerar que tal culto exige muy principalmente la penitencia, la reparación y las demás virtudes que llaman pasivas, pues no producen frutos externos, no lo juzgan apto para reavivar la piedad espiritual de nuestros tiempos, que precisa dirigir sus esfuerzos más bien a una abierta e intensa actividad, [a saber] al triunfo de la fe católica, y a la valiente defensa de la moral cristiana; moral ésta, por cierto, que hoy, como todos saben, fácilmente se encuentra inficionada por los falaces sofismas de los indiferentistas, que teórica y prácticamente no reconocen criterio para distinguir lo verdadero de lo falso, y miserablemente se ve también afeada por los principios del llamado materialismo ateo y del laicismo»[11].

El desprecio de las llamadas “virtudes pasivas” comenzó con el americanismo, condenado por el Papa León XIII[12], y fue retomado por el modernismo, condenado por el Papa San Pío X, en su Encíclica Pascendi[13].

El materialismo es el nombre por el cual el Papa Pío XI denominó al comunismo, condenándolo. En él «no queda lugar ninguno para la idea de Dios»[14].

El laicismo es el liberalismo, condenado más extensamente por el Papa León XIII en numerosos escritos, entre los cuales sobresale la Encíclica Libertas, donde se nos explica que el error de fondo «reside en una errónea y adulterada idea de la libertad»[15].

En segundo lugar, para quitar la tibieza espiritual, nada mejor que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Dice Santo Tomás, «ningún ejemplo de virtud está ausente de la Cruz»[16]. Como dice San Buenaventura, citado por el Papa Pío XII: «Por eso fue herido (tu Corazón), para que, a través de la herida visible, veamos la herida invisible del amor.»[17]

Frente a los desprecios al Amor de Dios, donde la Fe es ninguneada y ridiculizada; frente a  la indiferencia de quienes viven como si Dios no existiera, y que ahora se ocupan más de la salud del cuerpo que la del alma; frente al odio que tantos profesan públicamente contra Dios y su Santa Ley, nunca mejor recordar estas palabras de Pío XI: «Viene como a poner el colmo a estos males, ya la inercia y desidia de los que titubeando en la fe, a la manera de los discípulos que dormitaban y huían, abandonan miserablemente a Cristo oprimido por la angustia o rodeado de los satélites de Satanás, ya la perfidia de aquéllos que, habiendo seguido el ejemplo del traidor Judas, o comulgan sacrílegamente o se fugan al campamento de los enemigos. Y así aun al espíritu indispuesto se le ocurre que se acercan aprisa los tiempos de que vaticinó Nuestro Señor: Y puesto que abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos [Mt. 24, 12]. Y, en verdad, cuantos fieles meditaren piadosamente estas cosas, encendidos en el amor de Cristo dolorosísimo, no podrán menos de expiar con gran fervor sus culpas, y las de los otros, resarcir el honor de Cristo, y promover la eterna salvación de las almas.»[18]

La reparación al Amor que no es amado es la obligación de las almas que aman. La Comunión Reparadora de los primeros viernes de mes, la Hora Santa, el trabajar por extender la devoción a los Sagrados Corazones, el entronizar la imagen del Sagrado Corazón en las familias, etc., debe ser nuestra respuesta a la caridad infinita del Señor, frente a tanta indiferencia y tibieza espiritual, que presagia el acercamiento de la última etapa de la Iglesia, donde abundarán los tibios[19].

Concluimos colocando la oración que formulara el Papa León XIII para consagrar al mundo al Sagrado Corazón, en su versión original:

«Jesús, dulcísimo Redentor del género humano, míranos postrados humildemente delante de tu Altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin de estar más firmemente unidos a ti, he aquí que, hoy día, cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón. Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon al quebrantar tus Mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Santo Corazón. Sé Rey, ¡Señor!, no sólo de los fieles que jamás se separaron de ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de hambre. Sé Rey de aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas y desunió la discordia; tráelos al puerto de la Verdad y a la unidad de la Fe, para que luego no quede más que un solo Rebaño y un solo Pastor. Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino. Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí. Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura, otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola aclamación: “ALABADO SEA EL DIVINO CORAZÓN, POR QUIEN HEMOS ALCANZADO LA SALUD; A ÉL GLORIA Y HONOR, POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS”. Así sea.»[20]




[1] Santo Tomás, Summa Theologiae, II-II, 82, 1.

[2] «Por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y también por medio de Ella debe reinar en el mundo.» (S. Luis María G. de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, n. 1)

[3] S. León I Magno, Epist. Dogm. Lectis dilectionis tuae ad Flavianum Const. Patr. 13 de junio de 449.

[4] Concilio de Calcedonia, a. 451.

[5] S. Gelasio Papa, Tract III: Necessarium  de duabus naturis in Christo.

[6] Pío XII, Car. Enc. Haurietis Aquas, n. 21.

[7] Pío XI, Car. Enc. Miserentissimus Redemptor, n. 8.

[8] Pío XI, Car. Enc. Miserentissimus Redemptor, n. 2.

[9] Cf. Castellani, L, El Apokalypsis de San Juan, Vórtice, Bs. As., 4º ed., pp. 226-227.

[10] León XIII, Car. Enc. Annum Sacrum, n. 9. 10.

[11] Pío XII, Car. Enc. Haurietis Aquas, n. 7.

[12] Cf. León XIII, Carta Testem Benevolentiae al Card. Gibbons, del 22 de enero de 1899.

[13] Cf. S. Pío X, Car. Enc. Pascendi Dominici Gregis, n. 37.

[14] Pío XI, Car. Enc. Divini Redemptoris, n. 9.

[15] León XIII, Car. Enc. Libertas Praestantissimum, n. 1.

[16] S. Tomás, Collatio 6 super Credo in Deum.

[17] Pío XII, Car. Enc. Haurietis Aquas, n. 44, citando a San Buenaventura, Opusc. Vitis mystica, c. III, n. 5.

[18] Pío XI, Car. Enc. Miserentissimus Redemptor, nn. 19-20.

[19] Cf. Castellani, L, El Apokalypsis de San Juan, Vórtice, Bs. As., 4º ed., pp. 81-82.

[20] León XIII, Car. Enc. Annum Sacrum, n. 14.

sábado, 23 de mayo de 2020

Fiesta de María Auxiliadora



Debe colocarse la esperanza en la Bienaventurada Virgen[1]



«Se cuenta en la Escritura cómo el rey Asuero, por una falsa sugestión del traidor Amán, promulgó una sentencia de condenación y de muerte contra todo el pueblo judío que vivía en su reino. Ya estaba dictada la sentencia, ya estaba sellada con el anillo del rey, ya publicada por los pregoneros y señalado el día; no restaba sino llevar a cabo la matanza. Pero fue revocada por la intercesión de la reina Esther, por la extensión del cetro de oro y el ósculo de la extremidad del mismo.
La realidad correspondiente a esta figura es la siguiente: a causa del pecado de los primeros padres, perpetrado por la falsa sugestión del traidor Amán, fue dictada por el rey Asuero, es decir por Dios, sentencia de condenación contra todo el género humano. Ya había sido dictada la sentenica, ya había sido consignada en la sagrada Escritura, ya había sido promulgada por los pregoneros, esto es, por los profetas, ya estaba señalado el día. Pues apenas moríamos, descendíamos a los infiernos.
Pero, gracias a la reina Esther, es decir, a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, la sentencia fue revocada por la extensión del cetro de oro y el ósculo de la extremidad del mismo.
En el libro de Esther, capítulo VIII, se refiere que la reina Esther fue grata a los ojos del rey, y que éste extendió hacia ella el cetro de oro, y que la reina besó la extremidad del cetro. Y el rey le dijo: ¿Qué petición es la tuya, Esther, para que se te conceda; y qué quieres que se haga? Aunque pidas la mitad de mi reino, la alcanzarás. Al cual ella respondió: Si he hallado gracia en tus ojos, oh rey, y si a ti place, concédeme la vida, por la que te ruego, y a mi pueblo, por quien intercedo. Porque hemos sido entregados, yo y mi pueblo, a ser destruidos, degollados, y a perecer (Esther, VII, 2-4), a causa del pecado original contraído y de nuestros pecados actuales sobreañadidos.
Pero la reina Esther, es decir la Bienaventurada Virgen, fue grata a los ojos del rey para la restauración del género humano, y encontró gracia ante él, no solamente para sí, sino para todos los hombres.
El rey alargó el cetro de oro. El Señor Dios Padre nos alargó ese centro de oro, cuando, por la máxima caridad que nos tenía, expuso a su Hijo a la Pasión. La Bienaventurada Virgen tocó la extremidad del cetro, cuando concibió en su seno al Hijo de Dios, y después lo dio a luz.
Y así alcanzó la mitad del reino de Dios, de modo que sea reina de misericordia aquélla cuyo Hijo es Rey de justicia. De ese modo fue también revocada la sentencia de nuestra condenación. Esa revocación fue promulgada por mensajeros, los Apóstoles, enviados especialmente para ello.»

Ps. Santo Tomás de Aquino, Del Prólogo de la exposición a las siete Epístolas Canónicas[2]


[1] Fr. Mézard, op. (2019) Meditaciones según Santo Tomás para todos los días del año litúrgico, tomo II: Cuaresma, Pascua, Pentecostés, Fiestas. Buenos Aires: Ediciones Río Reconquista.
[2] El texto, según la página Corpus Thomisticum, corresponde a Nicolai de Gorran (https://www.corpusthomisticum.org/xec0.html)

martes, 19 de mayo de 2020

Profecías de Santa Jacinta Marto, vidente de Fátima



       En medio del gran mensaje dado por Nuestra Señora en Fátima, hay numerosos detalles desconocidos por la inmensa mayoría de lectores.
           Colocamos, a continuación, uno de ellos, presente en el tomo 2 de Michel de la Trinité en su monumental obra “Toda la verdad acerca de Fátima”, aún inédito en español, ubicado en la primera parte, sección dos, capítulo IV, apéndice II.


UN MENSAJE DE NUESTRA SEÑORA PARA EL

CANONIGO FORMIGAO


            Entre todas las afirmaciones, profecías y secretos atribuidos por la Madre Godinho a nuestra pequeña vi­dente durante su breve estadía en Lisboa, el mensaje dirigido al Canónigo Formigao, merece especial conside­ración, por su sólida garantía de autenticidad.
            Nosotros sabemos que durante sus últimos días, Ja­cinta pidió varias veces, insistentemente, que fuera llamado a su lado el Reverendo Doctor Manuel Formigao, afirmando que se le había aparecido Nuestra Señora y le había dado un mensaje para transmitirle. Una carta de la Madre Godinho, escrita el 19 de febrero de 1920, el día antes de la muerte de Jacinta, da testimonio claro respecto a este pedido insistente de la pequeña vidente. Desafortunadamente, el reverendo cura, a quien Ja­cinta también había deseado ir en confesión, no pudo librarse de sus ocupaciones a tiempo, y cuando llegó a Lisboa, la vidente ya había estado muerta desde hacía varios días. Poco antes de morir, sin embargo, ella había comunicado a la Madre Godinho el mensaje de Nues­tra Señora, para que el Canónigo Formigao pudiera ser informado igualmente.
            La Madre Godinho hablo personalmente con el sacer­dote, y le dijo lo que Jacinta había dicho. Tal como durante los interrogatorios, el Canónigo Formigao tomó notas en el momento, y las revisó unos pocos días más tarde. Aquí está la esencia del texto, escrito a fines de febrero de 1920:
            «La revelación que, de acuerdo a Jacinta de Jesús Marto, le hizo la Santísima Virgen, cuando ella estuvo en Lisboa, poco antes de su muerte y que, ya que no la pude recibir personalmente como ella deseó tan ardien­temente, su “madrina”, María de la Purificación Godin­ho –una dama quien estoy seguro es digna de creer–, me transmitió de parte y por orden de Nuestra Señora (...) Lo que está escrito abajo es, por así decirlo, la traducción libre, pero aun la más exacta exposición de la comunicación de la vidente:

            «Nuestro Señor está muy enojado con los pecados y crímenes que se cometen en Portugal. Por esta razón, un cataclismo terrible de orden social amenaza nuestro país, especialmente la ciudad de Lisboa. Parece que se desencadenará una guerra civil, de carácter anarquista o comunista, acompañada de saqueos, asesinatos, incendios y toda clase de devastaciones. La capital se vol­verá una imagen real del infierno. En el momento en que la Justicia Divina, tan ofendida, inflija castigo tan espantoso, huyan todos los que puedan de esta ciudad. Este castigo aquí predicho, debe hacerse conocer poco a poco, con la discreción apropiada.»[1]  

            Es una profecía terrible. No obstante, todo en ella es claro y fácilmente comprensible. El peligro anuncia­do aquí, fue cumplido al pie de la letra en Madrid, en 1936[2]. Nosotros mismos tenemos toda razón para creer, como posteriores revelaciones de Sor Lucía lo hacen suponer, que también Portugal podría haber padecido una guerra civil, unida al terror bolchevique. Pero la pro­fecía era condicional, y en perfecta armonía con el resto del mensaje. La Santísima Virgen, nos ofrece al mismo tiempo los medios para evitar el castigo: como veremos más tarde, estos fueron la consagración de Por­tugal a Su Inmaculado Corazón, pero también –por cierto antes que nada– la reparación, pues estos dos pedidos siempre van unidos en Fátima, como en las palabras de la Santísima Virgen que explicó Jacinta: «si allí hu­biera almas que hicieran penitencia y reparación por las ofensas hechas a Dios, y fueran instituidas obras de reparación por los crímenes, el castigo sería evita­do...»[3]

            UNA ADVERTENCIA EFICAZ. Estas palabras, que armoni­zan tan bien con las revelaciones recibidas por Sor Lu­cía fueron a tener un gran efecto sobre una elite de almas elegidas: de estas palabras, ellas tomaron la inspiración para una vida completamente dedicada a la reparación, para satisfacer los pedidos de Nuestra Señora. En Fátima, y en ningún otro lugar, no­sotros tenemos cinco congregaciones de mujeres cuya espiritualidad está directamente orientada en este sen­tido: entre otras, las “Hermanas Misioneras para la Reparación del Sagrado Corazón de Jesús”, las “Siervas de María por la Reparación”, las “Hermanas Claretianas de la Reparación”, y las “Misioneras de la Reparación de la Santa Faz”[4].
            Pero el mensaje de Nuestra Señora fue dirigido por su nombre al Canónigo Formigao, y él fue el primero en reconocer un llamado del Cielo, para fundar una obra concordante con este pedido. En 1934, escribió que esta idea de la necesidad de la reparación, le pareció la razón más profunda de los hechos maravillosos que ocu­rrieron en la Cova da Iria: «Faltas individuales e iniquidades colectivas, claman al Cielo por venganza, y la Santísima Virgen tiene dificultad para contener los brazos de Su Santísimo Hijo, prestos para desatar los golpes de la Justicia Divina sobre aquellos que des­afían abierta y osadamente la cólera del Altísimo...
            «Fue entonces que un puñado de almas elegidas se ofreció generosamente al Señor... ¡Dígnese Dios no per­mitir a las bárbaras hordas comunistas moscovitas sub­vertir las instituciones cristianas, aniquilando vidas, profanando almas, y transformando todo Portugal en un inmenso mar de sangre y carnicería, y un vasto y horri­ble campo de escombros y ruinas humeantes!»[5] Estas palabras son especialmente notables, cuanto que fueron escritas antes que estallara la Guerra Civil Española. 
            Después de haber colaborado íntimamente en la obra de Doña Luisa Andaluz en 1934, el Canónigo Formigao fundó un instituto especial, la “Congregación de Herma­nas de Reparación de Nuestra Señora de los Dolores de Fátima”, con el objetivo del cumplimiento del ideal de reparación según el Mensaje de Fátima. Aprobada canóni­camente el 15 de agosto de 1949, la nueva congregación se desarrolló rápidamente. A partir de 1986, ésta con­taba ocho casas en Portugal y una en Alemania. En la Cova da Iria, las religiosas aseguran que haya perpetua adoración al Santísimo Sacramento expuesto en la capilla del hospital, ubicado detrás de la Capelin­ha.
            ¡Qué fecundidad admirable la del mensaje de Nuestra Señora, que la pequeña vidente, en su lecho de muerte, trasmitió al sacerdote destinado a ponerlo en práctica!


«¡SI SOLO SUPIERAN LO QUE ES LA ETERNIDAD!

            Entre la innumerable "logía", o dichos que la Madre Godinho atribuyó a Jacinta, solo unos pocos fueron agregados con el paso de los años, con razonable proba­bilidad de autenticidad; el Canónigo Formigao los rela­ta en su libro de 1927, “Los Grandes Milagros de Fáti­ma”. Él reunió estos dichos poco después de la muerte de Jacinta, e indudablemente corresponden (si no pala­bra por palabra) a cosas que la pequeña vidente dijo verdaderamente. En realidad, nosotros sabemos por Sor Lucía,  cuan asustada estaba Jacinta por el pensamiento de tantas almas cayendo en el infierno[6].
            «Entre los visitantes y las enfermeras había mu­chos que escandalizaban a Jacinta por sus vestidos de­masiado llamativos, a menudo también inmodestos. Seña­lando ciertos collares y otras formas de joyería, Ja­cinta solía decir: “¿Para qué sirve todo eso? ¡Si su­pieran lo que es la eternidad!” Y de algunos doctores que reflejaban incredulidad: “¡Desdichados! ¡Si supieran lo que les espera!”
            «La vidente afirmó que Nuestra Señora le había revelado que “los pecados que más gente llevan al in­fierno, son los pecados de la carne; que esa gente debe renunciar a la lujuria y a la impureza, que no debe permanecer obstinada en el pecado, y tiene que hacer penitencia.”
            «Parece que cuando lo dijo, Nuestra Señora se mos­tró muy triste, pues la niña agregó: “¡Tengo mucha pena por Nuestra Señora! Tengo mucha pena por ella!”»[7]


[1] Alonso, O Dr. Formigao, p. 269-270.
[2] Ver más adelante, p. 412.
[3] Testimonio de la Madre Godinho, Alonso, O Dr. Formigao, p. 278-279.
[4] Cfr. Geraldes Freire, O Segredo de Fatima, p. 110-111. Ed. do Santuario de Fatima, 1978.
[5] Voz da Fatima, 3 de marzo de 1934, citado por Alonso, O Dr. Formigao, p. 275.
[6] El capítulo dedicado al relato de la muerte de Jacinta, del cual está extractado el pasaje que citamos, ya había aparecido en 1921, en Os episodios maravilhosos de Fatima, y antes que en ese, en un artículo de la
revista A Guarda del 5 de junio de 1920. El artículo fue escrito entonces por el Dr. Alberto Diniz da Fonseca, usando las notas tomadas por el Canónigo Formigao poco después de la muerte de la vidente, entre febrero y abril de 1920 (cfr. Alonso, Historia da Literatura sobre Fátima, p. 14).
[7] Les grandes merveilles de Fatima, edición francesa, p. 112-113. 

martes, 31 de marzo de 2020

El Nacimiento de la Patria




Desde la España cristiana zarpando
sale Magallanes rumbo al ocaso
y por mares ignotos, en su paso,
con la espada la Santa Cruz llevando.

El Domingo de Ramos es logrado
un lejano lugar, bahía San Julián,
y por vez primera, por el capellán,
en esta tierra Cristo es levantado.

Prodigio memorable entonces se vio
en este quingentésimo para añorar
donde la Patria su Bautismo acogió

y así el Señor se ha querido encarnar
al igual que en la lid que allí se dio
desde donde quiere en todos reinar.




Pbro. Jorge L. Hidalgo