Como es de
público conocimiento, se ha originado un debate acerca de la firmeza y
estabilidad del matrimonio[1].
El Cardenal Walter Kasper, seguido por muchos teólogos y pastores, propone, en
contra de la doctrina tradicional de la Iglesia, que los divorciados en nueva
unión puedan, en determinados casos concretos, recibir los sacramentos de la penitencia y de la
Eucaristía, viviendo como cónyuges. Se deberían cumplir ciertas normas (“preceptos de hombres”, según dice el mismo Señor en Mc. 7, 7,
hablando a los fariseos, lo que nos recuerda la oración
compuesta por el p. Castellani), que él ha expuesto en un discurso durante el
Consistorio de febrero de 2014, en Roma, como introducción al Sínodo
extraordinario para la Familia, realizado en octubre del año 2014.
Ha invocado,
en ese momento y posteriormente, haciendo referencia a su propuesta, la autoridad
de Orígenes, san Agustín, san Gregorio Magno y sobre todo la de Basilio Magno,
y una cierta praxis benigna de la Iglesia Ortodoxa, llamada Oikonomía, que estaría fundamentada en
una mirada más antigua (y, por ende, más pura) de la Iglesia.
Nada mejor,
entonces, que realizar un análisis de muchos de los textos patrísticos, para
conocer el genuino pensamiento de los Padres de la Iglesia sobre la cuestión.
“La Iglesia no
saca solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades
reveladas”[2],
sino que también tiene en cuenta la Tradición viviente de la Iglesia, que es la
enseñanza oral de la Palabra de Dios.
Dicha
Tradición se manifiesta en los monumentos de arqueología sagrada, en los
documentos litúrgicos y sobre todo en los textos de los Padres de la Iglesia.
“Las
enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición,
cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y
orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon de los libros sagrados, y
la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace
incesantemente activa.”[3]
Es decir, la enseñanza de los Padres es esencial para conocer el Canon bíblico
(el conjunto de los libros inspirados) y para que sepamos interpretar
adecuadamente la Sagrada Escritura.
Así, por
ejemplo, ¿cómo interpretar aquel texto en el que se dice: “Yo os digo, quien repudia a su mujer salvo el caso de adulterio, y se
casa con otra, comete adulterio” (Mt. 19, 9)? ¿Qué significa “salvo el caso de adulterio”? Para evitar
el libre examen de los protestantes, o el “dejarse
zarandear por cualquier viento de doctrina, que conduce engañosamente al error”
(Ef. 4, 14) tenemos la enseñanza patrística. Veremos que ellos son muy claros
al respecto.
Pero para que
los Padres de la Iglesia manifiesten la Tradición de la Iglesia es necesario
que su testimonio sea unánime. Así lo definió la Iglesia en el Concilio
Vaticano I: “Mas como quiera que hay algunos que exponen depravadamente lo que
el santo Concilio de Trento, para reprimir a los ingenios petulantes,
saludablemente decretó sobre la interpretación de la Escritura divina, Nos,
renovando el mismo decreto, declaramos que su mente es que en materias de fe y
costumbres que atañen a la edificación de la doctrina cristiana, ha de tenerse
por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel que sostuvo y sostiene la
santa madre Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido e interpretación
de las Escrituras santas; y, por tanto, a nadie es lícito interpretar la misma
Escritura Sagrada contra este sentido ni tampoco contra el sentir unánime de
los Padres.”[4] Cuando
el consenso es unánime entre los Padres de la Iglesia en la interpretación de
la Escritura, entonces su sentido está fijado por la Tradición de la Iglesia.
Son “Padres de la Iglesia”
solamente a los que reúnen estas cuatro condiciones necesarias: ortodoxia de
doctrina, santidad de vida, aprobación eclesiástica (al menos tácita) y
antigüedad. Por lo tanto, su período llega hasta la muerte de San Gregorio
Magno (+ 604) o de San Isidoro de Sevilla (+ 636) en Occidente; o bien hasta la
muerte de San Juan Damasceno (+ 749) en Oriente. Todos los demás escritores son
conocidos con el nombre de “escritores eclesiásticos”, en expresión acuñada por
San Jerónimo[5].
Como sería sumamente extenso
conocer todo lo que enseñan los Padres de la Iglesia sobre una materia
determinada, he pensado en divulgar los textos que aparecen en el Enchiridion Patristicum.
Un Enchiridion es un manual al modo de un pequeño libro que resume una
materia determinada. El más conocido es el Enchiridion
Symbolorum, popularizado con el nombre de su primer editor, Denzinger[6],
que sintetiza toda la enseñanza magisterial de dos mil años. Junto a él existen
otros, como el Enchiridion Patristicum,
Enchiridion Liturgicum, Enchiridion Marianum, etc.
El Enchiridion Patristicum es una compilación de las obras de los
Padres realizada por Rouët de Journel. Este Enchiridion
será el puñal para las tesis progresistas[7],
defendidas por el Card. Kasper y sus secuaces, pues son ajenas a la Tradición
de la Iglesia.
El texto contiene al final un
índice que resume los temas de la teología: Religión revelada (Números 1 al
32), la Iglesia (33 al 64), la Sagrada Escritura (65 al 77), la Tradición (78
al 85), Dios Uno (86 al 140), Dios Trino (141 al 187), la Creación (168 al
236), las Virtudes (237 al 287), el Pecado (288 al 307), la Gracia Actual (308
al 352), la Gracia Habitual (353 al 372), el Verbo Encarnado (373 al 428), la
Mariología (429 al 436), los Sacramentos (437 al 582) y los Novísimos (583 al
612).
Dentro de este esquema, al
Matrimonio le corresponden los números que van desde el 568 al 582. Cada uno de
ellos desarrolla un tema, con otro número que remite a los textos patrísticos,
que se encuentran en el interior del libro. Sólo algunos están en negrita, para
expresar que son más fundamentales.
Intentaré, con la gracia de
Dios, dar a conocer en sucesivos artículos (para que no se haga demasiado
extenso) todos los aportes de los Padres que aparecen en este libro sobre la
materia en cuestión. Algunos textos aparecerán citados más de una vez, para
facilitar su lectura[8].
568 Los
fines del matrimonio son la generación de la prole, la ayuda mutua de los
cónyuges y el remedio de la concupiscencia 1094 1640 1642 1867 1869
569 De
qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el pecado de Adán 804 1150
570 El
matrimonio cristiano es un verdadero sacramento 67 319 320 384 505 1094 1176 1249 1253 1640 1812 1867 1876 2108 2155 2189 2218 2374
571 Se
perfecciona con el mutuo consenso de los cónyuges; por lo tanto hubo un
verdadero matrimonio entre María y José 1326 1361 1610 1868
572 El
matrimonio realiza un vínculo absolutamente indisoluble 86 119 420 506 507 642 854 922 1002 1212 1308 1322 1351 1352 1388 1642 1861 1863 1867 2015 (2017) 2155 2297
573 Que
ni siquiera en caso supuesto de adulterio uno de los cónyuges puede disolver 86 507 642 854 922 1351 1861 1863
574 Se
exceptúa, sin embargo, el caso del Apóstol 1190 1307
575 El
sacramento del matrimonio produce un vínculo exclusivo 167 186 271 1097 1176 1322 2017 2189
576 Sin
embargo, a veces en el antiguo testamento se toleraba la poliginia 1641 1867 2155
577 Sobre
las segundas nupcias 88 167 366 1097 1349 1790
578 A
la Iglesia compete determinar los impedimentos del matrimonio 918 2299 2301
579 No
importa lo que en este caso establezca la ley humana 1212 1308 1352 1867 2299
580 El
voto de castidad impide el matrimonio subsiguiente 568 921 1115 1335 1378 (1789) 2015
581 Aunque
el matrimonio sea lícito y bueno 1077 1115 1349 1361 1378 1876 2155 2374
582 Es
preferible el celibato y máximamente la virginidad 67 1077 1166 1253 1349 1975 2374
Los fines del matrimonio son la generación de la
prole,
la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la
concupiscencia
S. Epifanio, cerca 315 – 403
Contra
el hereje Panario, 374 - 377
1094 Herejía 51, c. 30. En Caná de Galilea fueron celebradas
unas nupcias con gran solemnidad, y el agua verdaderamente llegó a ser vino
elegido convenientemente por dos razones: para que la libido dispersa de los
hombres furiosos en el mundo sea contenida en la castidad y la honestidad de
las nupcias, y para que se enmiende lo que falta y se ablande con la suavidad
de la gracia y del vino más ameno; y también para cerrar las bocas de aquellos
que se han levantado contra el Señor, para que Él mismo sea declarado Dios,
junto con el Padre y el Espíritu Santo.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre
el bien conyugal, 400 / 401
1640 C.
3 n. 3. Acerca del bien del
matrimonio, que también el Señor en el evangelio confirmó, no sólo porque
prohibió expulsar a la esposa salvo el caso de fornicación [Mt. 19, 9], sino
también porque fue invitado a las nupcias [Jn. 2, 2], se busca la razón por la
que sea merecedor del bien. Lo que para mí no parece por la sola procreación de
la prole, sino también a causa de la misma sociedad natural en diverso sexo…
Contienen también el bien conyugal, porque la continencia carnal o juvenil,
aunque sea viciosa, se vuelve honesta para la propagación de la prole, para que
la cópula conyugal realice buena a la unión desde la maldad de la libido.
1642 C. 24, n. 32. El bien de las nupcias para todas las
naciones y para todos los hombres está en la causa de la generación y en la fe
de la castidad; pues lo que pertenece al pueblo de Dios, y a la santidad del
sacramento, por el cual va contra el orden establecido también el repudio del
alejado para contraer nupcias con otro, mientras vive su esposo, ni siquiera
por la misma causa de la generación; la cual como sea única la causa por la
cual las bodas se realizan, ni siquiera con la misma cosa no subsiguiente por
la cual se realiza se desata el vínculo nupcial sino sólo con la muerte del
cónyuge. De la misma manera se realiza la ordenación del clero para congregar
al pueblo, aun cuando no se siga luego la congregación del pueblo, permanece
sin embargo en aquellos ordenados al sacramento de la ordenación, y si por
alguna culpa alguno es removido de su oficio, no carecerá con el sacramento del
Señor impuesto de una vez para siempre, cuanto quiera que permanece hasta el
juicio.
Sobre
las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1867 L.
I, c. 10, n. 11. Porque
realmente no sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole, ni tampoco sólo la
castidad, cuyo vínculo es la fe, sino también el verdadero sacramento de las
nupcias es encomendado a los fieles cónyuges, de donde dice el Apóstol: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como
también Cristo ama a la Iglesia” [Ef. 5, 25]; lejos de dudas, es la
realidad de este sacramento, en cuanto que el varón y la mujer unidos en
matrimonio mientras viven perseveran unidos inseparablemente, y no le es
lícito, excepto en caso de fornicación, a un cónyuge separarse de otro [Mt. 5,
32]… Lo que si alguno lo hizo, no con la ley de este mundo, es concedido sin
crimen con la intervención del repudio con otros unirse a otros matrimonios, lo
que también el Señor ha testificado al santo Moisés que permitiera a los
israelitas, a causa de la dureza de sus corazones, aunque con la ley del
Evangelio es reo de adulterio, como también aquella que se casa con otro [Mt.
19, 8-9]… Así permanece entre los vivientes tal bien conyugal, que ni la
separación ni con otra cópula puede ser arrancada. Y permanece la pena de la
culpa, no el vínculo de la ley; del mismo modo que el alma del apóstata,
alejándose del yugo de Cristo, incluso con la pérdida de la fe, no pierde el
sacramento de la fe, que aceptó con el lavado de la regeneración.
1869 L.
I, c. 17, n. 19. Sin
embargo, en las nupcias son amados los bienes conyugales: la prole, la fe y el
sacramento. Pero la prole, no sólo en cuanto que nazca, sino también para que
renazca; pues nace para la pena y renace para la vida. Y la fe, no la que
tienen también entre ellos los infieles que celan la carne… Y el sacramento,
que no se pierde ni por separados ni por adulterados, que los cónyuges
custodian con concordia y castamente.
De qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el
pecado de Adán
S. Atanasio, 295 – 373
Fragmentos
804 Fragmento en Ps. 50, 7. “He
aquí que he sido concebido en mis iniquidades, y en pecados me engendró mi
madre” ya que lo primero que se arroja de Dios, no en cuanto que naciéramos
por el matrimonio y para la corrupción, sino para las nupcias a causa de la
transgresión del mandato al cual nos indujo la iniquidad de Adán, esto es, que
dada para sí por Dios menospreciase su ley. Pues todos los que llegan a ser
desde Adán son concebidos en iniquidades, antepasado caído por su condenación.
Y aquel: “Y en pecados me engendró mi
madre”, significa que Eva, madre de todos nosotros, primero había concebido
el pecado, como estando inclinada a la voluptuosidad.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Homilías en el Génesis, 388
1150 Homilía 15, n. 4. Pues tras aquella conversación
ocurrió la prevaricación; pues hasta aquélla se movían como si fueran ángeles
en el paraíso, no ardiendo en las concupiscencias, no infectados por otras
afecciones, no sujetos a las necesidades de la naturaleza, sino enteramente
incorruptibles y creados inmortales, donde ni siquiera allí poseían el manto de
las vestiduras. Dice: “Estaban, pues, ambos desnudos, pero no se avergonzaban”
[Gen. 2, 25]. Pues como el pecado y la prevaricación todavía no estaba
presente, ellos estaban vestidos con la gloria, que venía de lo alto; por el
contrario, después de la trasgresión del precepto ha entrado tanto la vergüenza
como el conocimiento de la desnudez.
[2] Concilio
Vaticano II, Dei Verbum, n. 9.
[3] Concilio
Vaticano II, Dei Verbum, n. 8.
[5] De viris illustribus, pról.; Epistola 112, 3.
[6] Hay
otras dos actualizaciones de las compilaciones de Enrique Denzinger, hechas por
Schönmetzer y por Hünermann.
[8] Como no
soy experto en lenguas clásicas, pido a todos los lectores la benignidad en sus
juicios, y a los peritos la ayuda para mejorar las traducciones defectuosas.
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