jueves, 21 de diciembre de 2017

El Matrimonio según los Padres de la Iglesia - 1 de 5


Como es de público conocimiento, se ha originado un debate acerca de la firmeza y estabilidad del matrimonio[1]. El Cardenal Walter Kasper, seguido por muchos teólogos y pastores, propone, en contra de la doctrina tradicional de la Iglesia, que los divorciados en nueva unión puedan, en determinados casos concretos, recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, viviendo como cónyuges. Se deberían cumplir ciertas normas (“preceptos de hombres”, según dice el mismo Señor en Mc. 7, 7, hablando a los fariseos, lo que nos recuerda la oración compuesta por el p. Castellani), que él ha expuesto en un discurso durante el Consistorio de febrero de 2014, en Roma, como introducción al Sínodo extraordinario para la Familia, realizado en octubre del año 2014.
Ha invocado, en ese momento y posteriormente, haciendo referencia a su propuesta, la autoridad de Orígenes, san Agustín, san Gregorio Magno y sobre todo la de Basilio Magno, y una cierta praxis benigna de la Iglesia Ortodoxa, llamada Oikonomía, que estaría fundamentada en una mirada más antigua (y, por ende, más pura) de la Iglesia.
Nada mejor, entonces, que realizar un análisis de muchos de los textos patrísticos, para conocer el genuino pensamiento de los Padres de la Iglesia sobre la cuestión.
“La Iglesia no saca solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas”[2], sino que también tiene en cuenta la Tradición viviente de la Iglesia, que es la enseñanza oral de la Palabra de Dios.
Dicha Tradición se manifiesta en los monumentos de arqueología sagrada, en los documentos litúrgicos y sobre todo en los textos de los Padres de la Iglesia.
“Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente activa.”[3] Es decir, la enseñanza de los Padres es esencial para conocer el Canon bíblico (el conjunto de los libros inspirados) y para que sepamos interpretar adecuadamente la Sagrada Escritura.
Así, por ejemplo, ¿cómo interpretar aquel texto en el que se dice: “Yo os digo, quien repudia a su mujer salvo el caso de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt. 19, 9)? ¿Qué significa “salvo el caso de adulterio”? Para evitar el libre examen de los protestantes, o el “dejarse zarandear por cualquier viento de doctrina, que conduce engañosamente al error” (Ef. 4, 14) tenemos la enseñanza patrística. Veremos que ellos son muy claros al respecto.
Pero para que los Padres de la Iglesia manifiesten la Tradición de la Iglesia es necesario que su testimonio sea unánime. Así lo definió la Iglesia en el Concilio Vaticano I: “Mas como quiera que hay algunos que exponen depravadamente lo que el santo Concilio de Trento, para reprimir a los ingenios petulantes, saludablemente decretó sobre la interpretación de la Escritura divina, Nos, renovando el mismo decreto, declaramos que su mente es que en materias de fe y costumbres que atañen a la edificación de la doctrina cristiana, ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras santas; y, por tanto, a nadie es lícito interpretar la misma Escritura Sagrada contra este sentido ni tampoco contra el sentir unánime de los Padres.”[4] Cuando el consenso es unánime entre los Padres de la Iglesia en la interpretación de la Escritura, entonces su sentido está fijado por la Tradición de la Iglesia.
Son “Padres de la Iglesia” solamente a los que reúnen estas cuatro condiciones necesarias: ortodoxia de doctrina, santidad de vida, aprobación eclesiástica (al menos tácita) y antigüedad. Por lo tanto, su período llega hasta la muerte de San Gregorio Magno (+ 604) o de San Isidoro de Sevilla (+ 636) en Occidente; o bien hasta la muerte de San Juan Damasceno (+ 749) en Oriente. Todos los demás escritores son conocidos con el nombre de “escritores eclesiásticos”, en expresión acuñada por San Jerónimo[5].
Como sería sumamente extenso conocer todo lo que enseñan los Padres de la Iglesia sobre una materia determinada, he pensado en divulgar los textos que aparecen en el Enchiridion Patristicum.
Un Enchiridion es un manual al modo de un pequeño libro que resume una materia determinada. El más conocido es el Enchiridion Symbolorum, popularizado con el nombre de su primer editor, Denzinger[6], que sintetiza toda la enseñanza magisterial de dos mil años. Junto a él existen otros, como el Enchiridion Patristicum, Enchiridion Liturgicum, Enchiridion Marianum, etc.
El Enchiridion Patristicum es una compilación de las obras de los Padres realizada por Rouët de Journel. Este Enchiridion será el puñal para las tesis progresistas[7], defendidas por el Card. Kasper y sus secuaces, pues son ajenas a la Tradición de la Iglesia.
El texto contiene al final un índice que resume los temas de la teología: Religión revelada (Números 1 al 32), la Iglesia (33 al 64), la Sagrada Escritura (65 al 77), la Tradición (78 al 85), Dios Uno (86 al 140), Dios Trino (141 al 187), la Creación (168 al 236), las Virtudes (237 al 287), el Pecado (288 al 307), la Gracia Actual (308 al 352), la Gracia Habitual (353 al 372), el Verbo Encarnado (373 al 428), la Mariología (429 al 436), los Sacramentos (437 al 582) y los Novísimos (583 al 612).
Dentro de este esquema, al Matrimonio le corresponden los números que van desde el 568 al 582. Cada uno de ellos desarrolla un tema, con otro número que remite a los textos patrísticos, que se encuentran en el interior del libro. Sólo algunos están en negrita, para expresar que son más fundamentales.
Intentaré, con la gracia de Dios, dar a conocer en sucesivos artículos (para que no se haga demasiado extenso) todos los aportes de los Padres que aparecen en este libro sobre la materia en cuestión. Algunos textos aparecerán citados más de una vez, para facilitar su lectura[8].
568     Los fines del matrimonio son la generación de la prole, la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la concupiscencia                       1094     1640     1642     1867     1869
569     De qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el pecado de Adán       804       1150
570     El matrimonio cristiano es un verdadero sacramento   67        319       320       384       505       1094     1176         1249     1253     1640     1812     1867     1876     2108     2155     2189     2218     2374
571     Se perfecciona con el mutuo consenso de los cónyuges; por lo tanto hubo un verdadero  matrimonio entre María y José   1326     1361     1610     1868
572     El matrimonio realiza un vínculo absolutamente indisoluble     86        119       420       506       507       642         854       922       1002     1212     1308     1322     1351     1352     1388     1642     1861     1863     1867         2015     (2017)   2155     2297
573     Que ni siquiera en caso supuesto de adulterio uno de los cónyuges puede disolver                    86        507         642       854       922       1351     1861     1863
574     Se exceptúa, sin embargo, el caso del Apóstol  1190     1307
575     El sacramento del matrimonio produce un vínculo exclusivo    167       186       271       1097     1176     1322         2017     2189
576     Sin embargo, a veces en el antiguo testamento se toleraba la poliginia   1641     1867     2155
577     Sobre las segundas nupcias     88        167       366       1097     1349     1790
578     A la Iglesia compete determinar los impedimentos del matrimonio       918       2299     2301
579     No importa lo que en este caso establezca la ley humana                      1212     1308     1352     1867     2299
580     El voto de castidad impide el matrimonio subsiguiente 568       921       1115      1335     1378     (1789)   2015
581     Aunque el matrimonio sea lícito y bueno         1077     1115      1349     1361     1378     1876     2155     2374
582     Es preferible el celibato y máximamente la virginidad   67        1077     1166     1253     1349     1975     2374

Los fines del matrimonio son la generación de la prole,
la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la concupiscencia
S. Epifanio, cerca 315 – 403
Contra el hereje Panario, 374 - 377
1094    Herejía 51, c. 30. En Caná de Galilea fueron celebradas unas nupcias con gran solemnidad, y el agua verdaderamente llegó a ser vino elegido convenientemente por dos razones: para que la libido dispersa de los hombres furiosos en el mundo sea contenida en la castidad y la honestidad de las nupcias, y para que se enmiende lo que falta y se ablande con la suavidad de la gracia y del vino más ameno; y también para cerrar las bocas de aquellos que se han levantado contra el Señor, para que Él mismo sea declarado Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre el bien conyugal, 400 / 401
1640     C. 3 n. 3. Acerca del bien del matrimonio, que también el Señor en el evangelio confirmó, no sólo porque prohibió expulsar a la esposa salvo el caso de fornicación [Mt. 19, 9], sino también porque fue invitado a las nupcias [Jn. 2, 2], se busca la razón por la que sea merecedor del bien. Lo que para mí no parece por la sola procreación de la prole, sino también a causa de la misma sociedad natural en diverso sexo… Contienen también el bien conyugal, porque la continencia carnal o juvenil, aunque sea viciosa, se vuelve honesta para la propagación de la prole, para que la cópula conyugal realice buena a la unión desde la maldad de la libido.
1642    C. 24, n. 32. El bien de las nupcias para todas las naciones y para todos los hombres está en la causa de la generación y en la fe de la castidad; pues lo que pertenece al pueblo de Dios, y a la santidad del sacramento, por el cual va contra el orden establecido también el repudio del alejado para contraer nupcias con otro, mientras vive su esposo, ni siquiera por la misma causa de la generación; la cual como sea única la causa por la cual las bodas se realizan, ni siquiera con la misma cosa no subsiguiente por la cual se realiza se desata el vínculo nupcial sino sólo con la muerte del cónyuge. De la misma manera se realiza la ordenación del clero para congregar al pueblo, aun cuando no se siga luego la congregación del pueblo, permanece sin embargo en aquellos ordenados al sacramento de la ordenación, y si por alguna culpa alguno es removido de su oficio, no carecerá con el sacramento del Señor impuesto de una vez para siempre, cuanto quiera que permanece hasta el juicio.
Sobre las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1867     L. I, c. 10, n. 11. Porque realmente no sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole, ni tampoco sólo la castidad, cuyo vínculo es la fe, sino también el verdadero sacramento de las nupcias es encomendado a los fieles cónyuges, de donde dice el Apóstol: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo ama a la Iglesia” [Ef. 5, 25]; lejos de dudas, es la realidad de este sacramento, en cuanto que el varón y la mujer unidos en matrimonio mientras viven perseveran unidos inseparablemente, y no le es lícito, excepto en caso de fornicación, a un cónyuge separarse de otro [Mt. 5, 32]… Lo que si alguno lo hizo, no con la ley de este mundo, es concedido sin crimen con la intervención del repudio con otros unirse a otros matrimonios, lo que también el Señor ha testificado al santo Moisés que permitiera a los israelitas, a causa de la dureza de sus corazones, aunque con la ley del Evangelio es reo de adulterio, como también aquella que se casa con otro [Mt. 19, 8-9]… Así permanece entre los vivientes tal bien conyugal, que ni la separación ni con otra cópula puede ser arrancada. Y permanece la pena de la culpa, no el vínculo de la ley; del mismo modo que el alma del apóstata, alejándose del yugo de Cristo, incluso con la pérdida de la fe, no pierde el sacramento de la fe, que aceptó con el lavado de la regeneración.
1869     L. I, c. 17, n. 19. Sin embargo, en las nupcias son amados los bienes conyugales: la prole, la fe y el sacramento. Pero la prole, no sólo en cuanto que nazca, sino también para que renazca; pues nace para la pena y renace para la vida. Y la fe, no la que tienen también entre ellos los infieles que celan la carne… Y el sacramento, que no se pierde ni por separados ni por adulterados, que los cónyuges custodian con concordia y castamente.

De qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el pecado de Adán
S. Atanasio, 295 – 373
Fragmentos
804       Fragmento en Ps. 50, 7. He aquí que he sido concebido en mis iniquidades, y en pecados me engendró mi madre” ya que lo primero que se arroja de Dios, no en cuanto que naciéramos por el matrimonio y para la corrupción, sino para las nupcias a causa de la transgresión del mandato al cual nos indujo la iniquidad de Adán, esto es, que dada para sí por Dios menospreciase su ley. Pues todos los que llegan a ser desde Adán son concebidos en iniquidades, antepasado caído por su condenación. Y aquel: “Y en pecados me engendró mi madre”, significa que Eva, madre de todos nosotros, primero había concebido el pecado, como estando inclinada a la voluptuosidad.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Homilías en el Génesis, 388
1150    Homilía 15, n. 4. Pues tras aquella conversación ocurrió la prevaricación; pues hasta aquélla se movían como si fueran ángeles en el paraíso, no ardiendo en las concupiscencias, no infectados por otras afecciones, no sujetos a las necesidades de la naturaleza, sino enteramente incorruptibles y creados inmortales, donde ni siquiera allí poseían el manto de las vestiduras. Dice: “Estaban, pues, ambos desnudos, pero no se avergonzaban” [Gen. 2, 25]. Pues como el pecado y la prevaricación todavía no estaba presente, ellos estaban vestidos con la gloria, que venía de lo alto; por el contrario, después de la trasgresión del precepto ha entrado tanto la vergüenza como el conocimiento de la desnudez.



[1] Este texto es una pequeña adaptación del que apareció publicado por primera vez en la página Adelante la Fe el día 22 de septiembre de 2015, y puede consultarse aquí.
[2] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 9.
[3] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 8.
[4] Concilio Vaticano I, Sessio III: Const. Dogm. De Fide Catholica, Cap. 2, Denz. 1788.
[5] De viris illustribus, pról.; Epistola 112, 3.
[6] Hay otras dos actualizaciones de las compilaciones de Enrique Denzinger, hechas por Schönmetzer y por Hünermann.
[7] La misma palabra en griego evgceiri,dion quiere decir “manual, libro pequeño”, y “puñal, daga”.
[8] Como no soy experto en lenguas clásicas, pido a todos los lectores la benignidad en sus juicios, y a los peritos la ayuda para mejorar las traducciones defectuosas.

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