Seguimos
presentando la enseñanza patrística acerca del sacramento del matrimonio[1].
Para ver una presentación general de los Padres de la Iglesia, y conocer las
referencias en particular de esta importante obra de Rouët de Journel, denominada
“Enchiridion Patristicum”,
recomendamos ver aquí,
aquí
y aquí.
Repito algunos textos para facilitar su lectura, siguiendo las indicaciones de
la obra mencionada.
El sacramento del matrimonio produce un vínculo
exclusivo
Atenágoras
Legación en favor de los cristianos, cerca del 177
167 33. No se contienen nuestras cosas en la
meditación de los sermones, sino en la demostración y la disciplina de las
acciones, en cuanto que cada uno o permanezca tal cual como ha nacido o se una
por única vez en las nupcias. Pues las segundas nupcias son un conveniente
adulterio. Pues dice: “El que despide a
su mujer y se casa con otra, adultera” [Mt. 19, 9], pues ni puede permitir
despedir a aquella a la que impuso el fin de su virginidad, ni puede por
añadidura conducir a otra. Pues el que se despoja a sí mismo de su primera
esposa, aunque esté muerta, es adúltero con cierta razón oculta[2]; entonces mientras se
transgrede la mano de Dios (pues desde el inicio Dios estableció a un solo
hombre y a una sola mujer), o mientras haya cierta conjunción de la carne con
la carne así como si el linaje pudiera ser disuelto con un nuevo vínculo por la
unión coaligada.
S. Teófilo de Antioquía
A Autólico, cerca de 181/182
186 L.
III, n. 15. Junto a ellos [los Cristianos] está
presente la prudencia, se cultiva la continencia, se guarda el único
matrimonio, se custodia la castidad, se extermina la injusticia, se arranca de
raíz el pecado, se ejercita con frecuencia la justicia, se observa la ley, se
obra por culto a Dios, se confiesa a Dios, la verdad es quien decide, la gracia
custodia, se refuerza la paz, la Palabra santa nos conduce, la Sabiduría
enseña, la Vida dirige, y Dios reina.
Minucio Félix
Octavio, 180/192
271 31. Y
nosotros cumplimos el pudor no sólo de rostro, sino también de la mente, nos
adherimos libremente con el vínculo de un único matrimonio, y conocemos el
deseo de la procreación o bien con una esposa o bien con nadie. Honramos las
convivencias no sólo pudorosas, sino también sobrias; pues no condescendemos
con comilonas ni nos conducimos solamente a la convivencia, sino que los
templamos con una alegre seriedad; nos alegramos tanto más que nos gloriamos
con la palabra casta, con el cuerpo casto y con la mayor cantidad de partes
invioladas del cuerpo más que con la virginidad perpetua; en fin, tanto está
ausente el deseo impuro, de tal modo que a algunos les da rubor incluso la
conjunción pudorosa.
S. Epifanio, cerca de 315 – 403
Contra el hereje Panario, 374/377
1097 Herejía 59,
c. 4. Es
necesario tolerar en el pueblo un segundo matrimonio después de la muerte que
separa de la primera esposa (ya que no puede ser establecido en el primer
matrimonio) a causa de la debilidad del pueblo. Pues la mujer tendría un mejor
elogio y más digno a causa de su sometimiento a todos los asuntos
eclesiásticos… No así sin embargo en cuanto [que el hombre] tenga
simultáneamente dos mujeres superpuestas, sino en cuanto que, separado [por la
muerte] de una, pueda legítimamente unirse a otra, si lo desea.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Homilías al Evangelio según san Mateo, cerca del
390
1176 62, 1. “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”
[Mt. 19, 6]. Observa la sabiduría del Maestro. Pues interrogado por “si es lícito”, no dice inmediatamente:
no es lícito, para que no murmuren ni se perturben; sino que, antes de
pronunciar la sentencia, establece con claridad a través de lo que está
preparado, mostrando cuál es el precepto de su Padre, y que no habrá
preceptuado en esto contra Moisés, sino más bien con perfecta conveniencia…
Pues ahora también por la justa medida de la creación y por la forma de la ley
se muestra que uno siempre debe habitar con una, y nunca debe separarse.
S. Ambrosio, cerca de 333 – 397
Sobre Abraham, 387
1322 L. I, c. 7, n. 59. A nadie le es lícito conocer a otra
mujer fuera de su propia esposa. Por lo tanto, se te ha dado para ti el derecho
del cónyuge, para que no caigas en la trampa ni delinques con otra mujer. “Estás unido a tu esposa, no busques tu
separación” [1 Cor. 7, 27]; porque no te es lícito, viviendo tu esposa,
conducirte hacia otra mujer. Pues también buscar otra, cuando tienes la tuya,
es crimen de adulterio, y esto es más grave aún si lo que piensas con tu pecado
lo buscas con la autoridad de la ley.
S. Inocencio I, Papa, 401 – 407
Epístolas
2017 Epístola 36 [A Probo, año desconocido]. Establecemos, favorecidos por la fe
católica, que aquello es un matrimonio, que estaba fundado originariamente con
la gracia divina; y que la convivencia con la segunda mujer, estando
superpuesta a la primera aunque haya sido expulsada por el divorcio, no puede
ser legítima por ningún pacto.
S. León I Magno, Papa, 440 – 461
Epístolas
2189 167
[A Rústico, Obispo narbonense, año 458/459], 4. Una
es la esposa, y otra la concubina; como una es la esclava, y otra la libre. Por
esto también el Apóstol, para manifestar la discreción entre las personas,
coloca el testimonio del Génesis, en el que se le dice a Abraham: “Expulsa a la esclava y a su hijo, pues no
será heredero el hijo de la esclava con mi hijo Isaac” [Gen. 21, 10]. De
donde como la sociedad de las nupcias ha sido constituida desde el principio,
en cuanto que más adelante la conjunción de los sexos tiene en sí misma el
sacramento entre Cristo y la Iglesia [Ef. 5, 32], no hay duda que la otra mujer
no pertenece al matrimonio, en la que se enseña que no hubo misterio nupcial.
Sin embargo, a veces en el Antiguo Testamento se
toleraba la poligamia
S. Agustín, 354 – 430
Sobre el bien conyugal, 400/401
1641 C.
17, n. 19. Entonces [en el
Antiguo Testamento] la operación de la piedad en él era también la propagación
de los hijos carnalmente, porque la generación para aquel pueblo era un anuncio
de los bienes futuros y pertenecía a la dispensación profética. 20.
Así, pues, como no sólo le era lícito a un solo esposo tener muchas esposas,
sino también a una sola esposa tener muchos esposos, si el esposo no podía ser
la causa de su prole, si quizá aquella pudiera obedecer y aquél no pudiera
generar.
Sobre las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1867 L.
I, c. 10, n. 11. Porque
realmente no sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole, ni tampoco sólo la
castidad, cuyo vínculo es la fe, sino también el verdadero sacramento de las
nupcias es encomendado a los fieles cónyuges, de donde dice el Apóstol: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como
también Cristo ama a la Iglesia” [Ef. 5, 25]; lejos de dudas, es la
realidad de este sacramento, en cuanto que el varón y la mujer unidos en
matrimonio mientras viven perseveran unidos inseparablemente, y no le es
lícito, excepto en caso de fornicación, a un cónyuge separarse de otro [Mt. 5,
32]… Lo que si alguno lo hizo, no con la ley de este mundo, es concedido sin
crimen con la intervención del repudio con otros unirse a otros matrimonios, lo
que también el Señor ha testificado al santo Moisés que permitiera a los
israelitas, a causa de la dureza de sus corazones, aunque con la ley del
Evangelio es reo de adulterio, como también aquella que se casa con otro [Mt.
19, 8-9]… Así permanece entre los vivientes tal bien conyugal, que ni la
separación ni con otra cópula puede ser arrancada. Y permanece la pena de la
culpa, no el vínculo de la ley; del mismo modo que el alma del apóstata,
alejándose del yugo de Cristo, incluso con la pérdida de la fe, no pierde el
sacramento de la fe, que aceptó con el lavado de la regeneración.
Teodoreto de Ciro, cerca de 386 – 458
Compendio de fábulas heréticas, después de 451
2155 L. V, c. 25. Si fuese malo el
matrimonio, de ningún modo a aquel lo hubiese constituido desde el principio el
Señor Dios, ni sería llamado bendición la recepción de los hijos. Por esta
causa, pues, a los antiguos no prohibió tener muchas esposas, para que aumentara
el género humano… El mismo Señor no sólo no prohibió el matrimonio, sino que
también fue invitado a las nupcias y les dio el vino producido sin cultivar
como don para las nupcias. Más adelante, pues, confirma la ley del matrimonio
(como si alguien quisiera desatarlo a causa de la fornicación), conteniéndolo
con otra ley, pues dice: “Cualquiera que
despide a su esposa, salvo por fornicación, la hace adulterar” [Mt. 5, 32].
Sobre las segundas nupcias
Pastor de Hermas, 140/155
88 Mand. 4, 4, 1. «Di», me contestó. «Si una esposa», le
dije, «o supongamos un marido, muere, y el otro se casa, ¿comete pecado el que
se casa?» 2. «No peca», me dijo; «pero si se queda
sin casar, se reviste de un honor mucho mayor y de gran gloria delante del
Señor; con todo, si se casa, no peca. 3. Preserva, pues, la pureza y la
santidad, y vivirás ante Dios.»
Atenágoras
Legación en favor de los cristianos, cerca del 177
167 33. No se contienen nuestras cosas en la
meditación de los sermones, sino en la demostración y la disciplina de las
acciones, en cuanto que cada uno o permanezca tal cual como ha nacido o se una
por única vez en las nupcias. Pues las segundas nupcias son un conveniente
adulterio. Pues dice: “El que despide a
su mujer y se casa con otra, adultera” [Mt. 19, 9], pues ni puede permitir
despedir a aquella a la que impuso el fin de su virginidad, ni puede por
añadidura conducir a otra. Pues el que se despoja a sí mismo de su primera
esposa, aunque esté muerta, es adúltero con cierta razón oculta; entonces
mientras se transgrede la mano de Dios (pues desde el inicio Dios estableció a
un solo hombre y a una sola mujer), o mientras haya cierta conjunción de la
carne con la carne así como si el linaje pudiera ser disuelto con un nuevo
vínculo por la unión coaligada.
Tertuliano, cerca de 160 – 222/223
Sobre la exhortación a la castidad, 208/211
366 7. La
autoridad de la Iglesia constituye la diferencia entre orden y plebe, y el
honor por la asamblea santificada por el orden. Por lo tanto, donde no se ha
establecido el orden eclesiástico, ni ofrecido ni impregnado, también eres
sacerdote, pero para ti solo… Por lo tanto si tienes el derecho de sacerdote en
ti mismo, donde es necesario, se requiere que tengas también la disciplina del
sacerdote, donde sea necesario tener el derecho de sacerdote. Decimos: «¿Estás
impregnado?» «¿Tú lo ofreces?» ¡Cuánto más decimos que el laico tiene un obrar
más importante que el sacerdote, cuando al mismo sacerdote le falta de facto el
obrar sacerdotal! Pero por necesidad, preguntas, hay que ser indulgente.
Ninguna necesidad excusa, al que puede no estar. En fin, decimos que no queráis
ser sorprendidos, y no acompañes en la necesidad de administrar al que no es
lícito. Así, Dios quiere que todos nosotros estemos ordenados, para que en todo
lugar seamos aptos para asumir sus sacramentos. Hay un solo Dios y una sola fe;
así también hay una sola disciplina. Pues si incluso los laicos observan aquellas
cosas por las cuales es alegado el presbítero, ¿de qué modo permanecerá el
presbítero que fuera alegado por los laicos? Por lo tanto, debemos luchar en
favor del laico por un mandato en el que se abstenga de un segundo matrimonio,
pues mientras es presbítero no puede otro más que el laico, que sólo una vez
fue desposado.
S. Epifanio, cerca de 315 – 403
Contra el hereje Panario, 374/377
1097 Herejía
59, c. 4. Es
necesario tolerar en el pueblo un segundo matrimonio después de la muerte que
separa de la primera esposa (ya que no puede ser establecido en el primer
matrimonio) a causa de la debilidad del pueblo. Pues la mujer tendría un mejor
elogio y más digno a causa de su sometimiento a todos los asuntos
eclesiásticos… No así sin embargo en cuanto [que el hombre] tenga
simultáneamente dos mujeres superpuestas, sino en cuanto que, separado [por la
muerte] de una, pueda legítimamente unirse a otra, si lo desea.
S. Jerónimo, cerca de 342 – 419
Epístolas
1349 48
[A Pamaquio, año 392/393], 9. Que se avergüence mi calumniador que
dice que yo condeno los primeros matrimonios, cuando lee: «No lo decimos con
daño, si no en la trigamia y si puede decirse en la octogamia.» [Adv. Iovin. 1, 15 (ML 23, 234)]. Una cosa es no dañar, y otra predicar;
una cosa es conceder la venia, y otra alabar la virtud. Si pues a él le parece
duro, porque dije: «En cualquier cosa que se necesita equidad, debe ser pensada
en una balanza justa.» [Ibidem], pienso que no me juzgará cruel ni
rígido, porque en algunos lugares lee las cosas preparadas para la virginidad y
las nupcias, y en otros lugares sobre los trigamos, los octogamos y los
penitentes.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre el bien de la viudez, 414
1790 C. 12, n. 15.
Sobre las terceras, las
cuartas y aún más nupcias suelen los hombres preguntar. De donde también
brevemente respondo: «Ni me animo a condenar otras nupcias, ni a quitarles
vergüenza por ser numerosas».
[2] Aunque
esto sea lo que enseña Atenágoras, sin embargo esta no es la doctrina oficial
de la Iglesia: Dios separa a los cónyuges con la muerte. Como hemos dicho, la
doctrina patrística establece la norma a seguir cuando su enseñanza es unánime,
como lo enseña el Concilio de Trento. En las demás materias pueden expresar una
interpretación personal.
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