sábado, 9 de marzo de 2024

In Memoriam - P. Julio Meinvielle, por el P. Raúl Sánchez Abelenda

 


PALABRAS PRONUNCIADAS EN LA INHUMACIÓN DE LOS RESTOS DEL PBRO. DR. JULIO R. MEINVIELLE EN LA CHACARITA EL SÁBADO 4 DE AGOSTO DE 1973

 

Por el Pbro. Raúl Sánchez Abelenda

 

Querido Padre Meinvielle:

Despedimos al Padre Julio: Hacemos algo en lo que todavía no nos damos cuenta. Aún seguimos bajo la fuerte impresión de aquel accidente fatídico del martes 26 de junio y la incomparable entereza del Padre durante su enfermedad nos impedía ver la posibilidad de que terminara así su tránsito terreno.

Ante la evidencia que no podemos soslayar nuestro cariño nos mueve a rogarle a nuestro Señor, por intermedio de su Madre Santísima, a que lo premie con creces a este sacerdote y varón ejemplar, saturándolo de su misericordia, a exhortarnos mutualmente a una fidelidad vital a su ejemplaridad, recogiendo y fructificando la herencia de su vida, ofrecida en aras de la mejor de las causas; y a pedirle la continuidad de sus bendiciones.

La oblación de su vida: una vida total, sin descanso y sin desmayo, signada por la expresión del salmista: “exiit homo ad opus suum usque ad vesperum” – salió el hombre a realizar su obra hasta la tarde. Una vida total coronada con la reciedumbre y dulzura de su inmolación final, porque estaba centrada en la Cruz de Cristo, sin evacuarla, hasta imitarlo literalmente en su lecho de dolor. Una vida total gastada a conciencia, como San Pablo: “Impendar et superimpendar” – me consumiré y me consumiré más todavía.

Y por la mejor de las causas: la Iglesia y la Patria. Su vocación, en este sentido, no tuvo jamás ningún renuncio, y consolidó las nuestras. Con una fidelidad a esa Iglesia que amaba por sobre todas las cosas, cuya grandeza de otros tiempos lo emocionaba vehementemente, deseando con ansias verla restaurada: un sueño de renovada cristiandad que la Providencia no le concedió verlo realizado en vida, para contemplarla ya desde el cielo en el plan cierto, armónico y hermoso de Dios.

Un sacerdocio vivido realmente, con una teología estudiada a fondo y reflexionada constantemente, sin soslayar por temor o indiferencia ninguno de sus problemas y fundada en su raíz: la fe, que era la cosa y la vivencia más palpable en el Padre Julio. Un sacerdocio vivido y dado para la gente y en la gente: ahí están sus obras, tan conocidas sobre todo por sus exfeligreses del barrio de Versailles. Un sacerdocio con una caridad de delicadeza indescriptibles como a San Pablo, “la caridad de Cristo lo urgía”. Todo ese sacerdocio perfumado por una acendrada y candorosa devoción a la Virgen, cuyo Rosario desgranaba en su casa y fuera de ella –por las calles, en los ómnibus y los subtes y en las colas ante cualquier oficina– en forma ininterrumpida.

Un sacerdocio identificado con la Patria, que la quería grande porque la quería católica, sin poder concebirla de otra forma. Patria por la que gastó y brindó en vida, valiéndole con justicia la expresión del poeta Horacio: “Dulce et decorum est pro patria mori” – es agradable y decoroso morir por la patria.

Tanto para con la Iglesia como para con la Patria, sobre ambas alas de una vida de realizaciones prácticas y una vida especulativa fuera de serie y en perfecta armonía ambas, hay algo que resalto en el Padre Julio: la verdad por sobre todo, y la verdad en la caridad: “veritatem facientes in charitate” – haciendo la verdad en la caridad. Por eso la extraordinaria libertad de espíritu del Padre Meinvielle: la verdad lo hizo libre y porque acendraba en su corazón el santo temor de Dios, principio de la sabiduría, no temió a los hombres y los urgía, respetándolos, para que fueran fieles a su cargo y responsabilidades, como él. Verdad en la caridad. Si algún epitafio puede cifrar la personalidad y la vida del Padre Julio Meinvielle es sólo éste: Un apasionado por la verdad. Luchar para él, era una gracia. Su polemismo práctico y especulativo, estuvo siempre en función de la verdad.

Su ascética personal se caracterizaba por ser claramente antipelagiana: una sobrenaturalidad genuina que le alimentaba la Virgen y que él recibía, no de otra forma, con humidad. Así lo confesó hasta el final.

Pero también lo caracterizaba la caballerosidad y el respeto con relación a la vida personal de cada uno. Nos sentíamos pequeños ante su grandeza de profundo respeto, pero al mismo tiempo cobijados y atraídos por su llaneza y simplicidad de auténtica gran clase: por eso nuestro cariño entrañable.

Agradecido con tanto regalo, nos ciñó un compromiso con sus enseñanzas. Él nos urge a esta fidelidad, para seguir llevando una vida de conversación con él. Y confesamos que sin él nuestras vidas serían otras.

Que Dios lo llene con su misericordia; que no dilapidamos su herencia, que la hagamos nuestra; que nos bendiga día a día desde el cielo; que nuestro dolor, así, se convierta en gozo con este nuevo protector desde el cielo, ahora en que, a pesar de esta desolada orfandad, lo hemos ganado y tenemos de veras al Padre Julio porque lo ha ganado Dios.

 

 

Ateneista: En homenaje a nuestro Fundador Pbro. Dr. Julio Meinvielle, 1973, 7-8.

In Memoriam. Verbo (Buenos Aires), 1973, 133, 8-10.

 

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