Hoy, 22 de
diciembre[1],
se cumplen 40 años del martirio de Carlos Sacheri, del mismo modo que el pasado
27 de octubre se cumplieron los mismos años del asesinato de Jordán
Bruno Genta. Ambos, víctimas del liberalismo y del comunismo de nuestra
querida Argentina. Ambos, víctimas del tercermundismo enquistado dentro de la Iglesia,
por la lectura progresista (“hermenéutica de ruptura”, en palabras del Papa
Benedicto XVI) de los textos del Concilio Vaticano II.
Carlos Alberto
Sacheri nació el 22 de octubre de 1933 en Buenos Aires, siendo el cuarto de
siete hijos del abogado y general de la Nación Oscar Antonio Sacheri y de María
Elena Kussrow. Tomó su primera Comunión el 3 de octubre de 1942 en la Iglesia
del Carmen. Tenía muchas condiciones artísticas, y desde chico manejaba muchos
idiomas.
Una vez
doctorado, fue presidente de los jóvenes de Acción Católica, dedicando su
tiempo a dar charlas para adultos y jóvenes. “Aunque haya tres yo hablo”, solía decir.
Cursó estudios
jurídicos sin completarlos, pues le atraía más la filosofía. Sus lecciones más
formales en la materia las recibió desde los 15 años siguiendo los cursos sobre
la Suma de Teología de Santo Tomás con el padre Julio Meinvielle, que
señalándolo dijera: “Vea Ud. las
maravillas que hace el tomismo en quien se deja conducir por él”. De su
maestro aprendió el rigor dialéctico, el tomismo esencial y el apostolado de la
inteligencia. El mismo Carlos Sacheri tomó la palabra el día del entierro del
padre Julio, afirmando que fue un intelectual combatiente. “Cabría reducir toda su enseñanza a una tesis
central: la Cristiandad. Sin lugar a dudas, Meinvielle ha sido el mayor teólogo
de la Cristiandad en lo que va del siglo XX.” Él mismo le prologó su libro El Poder Destructivo de la Dialéctica
Comunista.
“El p. Meinvielle analiza con su
habitual lucidez la conexión íntima de los conceptos de dialéctica, alienación
y trabajo, a la vez que detecta las implicancias prácticas del esquema
dialéctico en la estrategia subversiva de la lucha de clases, que el comunismo
promueve en el mundo entero… Esta obra del p. Meinvielle constituye el estudio
más valioso, a nivel internacional, de la teoría económica marxista… Al mismo
tiempo, denuncia las graves deficiencias de la economía liberal y neoliberal, a
la luz del fecundo principio de la reciprocidad de los cambios.” (Segundo
prólogo a la obra del p. Julio Meinvielle, El Poder Destructivo de la
Dialéctica Comunista, Cruz y Fierro Editores, 1973, pp. 7-8)
Luego de
finalizado su servicio militar, se vinculó al grupo universitario del Dr. Juan
Rodríguez Lonardi, experto en nuclear jóvenes y formarlos intensamente en la fe
y en el patriotismo. Allí conoció al profesor Emilio Komar. Sus primeras clases
las dictó en la Universidad del Salvador, razón por la cual fue admitido a la
Licenciatura en Canadá, a pesar de no tener estudios de grado. Carlos aprendió
de Komar el estilo de la verdadera universidad.
En 1956, a los
23 años, inició su único noviazgo, y el 19 de diciembre de 1959 se casó con
María Marta Cigorraga, de la cual nacieron siete hijos. En 1961 ganó una beca
en concurso internacional para estudiar en la Universidad Laval, de Quebec, por
el período 1961 – 1963. Su principal profesor allí fue Charles de Koninck. Se
licenció en filosofía con mención “magna
cum laude” (1-VI-1963), y dio clases, destacándose por ser “el profesor
innovador que va a las fuentes”. En 1963 volvió a Canadá para hacer el
doctorado, lográndolo “Summa cum laude”
el 8 de junio de 1968 con la tesis escrita en francés todavía inédita Necessité et nature de la délibération.
Allí fue cuando conoció a Jean Ousset y al movimiento La Ciudad Católica, donde viajaba a varios países en representación
de la Universidad Laval, y empezaba a ser valorado por sus inmensos talentos…
Pero no quiso desprenderse de su querida patria: “Yo quiero hacer como Komar,
quiero enseñar en la Argentina.” Y volvió, a la Argentina sufriente de ese
momento, porque un verdadero patriota del cielo no puede desertar de militar en
favor de su patria terrena. Como su maestro, el p. Julio Meinvielle, él también
quería ser un “intelectual combatiente”.
Retomó su
vinculación con la Acción Católica del Pilar, en la que disponían de él como si
fuera un empleado todo tiempo para que disertara sobre cualquier tema; se unió
a la Agrupación Misión y al Colegio San Pablo.
Participó de La Ciudad Católica y colaboró en la
revista Verbo, convirtiéndose en el
principal referente de todos esos emprendimientos. En el ámbito de La Ciudad
Católica fundó el IPSA (Instituto de
Promoción Social Argentina) y organizó cuatro de sus congresos anuales (1969,
1970, 1971 y 1972), que hoy perviven en la Argentina con ese nombre u otros
diversos (congresos argentinos de jóvenes, jornadas de formación católica,
etc.). En el plano de la organización social esos congresos fueron la máxima
obra de Carlos, que se caracterizaron tanto por la ortodoxia como por la
excelencia universitaria y el diálogo amistoso, con la mezcla de ejercicio
religioso, actividad académica, encuentro de planificación política y reunión
de amigos. Dictó cursos de filosofía en el Instituto
Terán y dio clases en el Centro de
Estudios Superiores “San Alberto Magno”; pronunció conferencias en todo el
país, haciéndose entender por todos.
Ingresó como
profesor en la Universidad Católica
Argentina colaborando con su gran amigo Mons. Derisi, que lo llenó de
clases y cursos en distintas facultades. Ganó por concurso el cargo de profesor
de Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas en el ingreso a la Facultad de
Derecho de la UBA, donde fue
designado director del Instituto de Filosofía del Derecho. En una universidad
donde campeaban Alemán y Martínez de Hoz, el liberalismo y el positivismo, él
decía: “Acá escucharán algo distinto a lo
que están acostumbrados a escuchar”.
Otro de sus
lugares de trabajo fue el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Desde allí se
preocupó porque los investigadores pudieran vivir con su tarea y salir de una
vez del amateurismo universitario criollo que nos avergüenza, fomentando la
creación de distintas asociaciones. De allí surgieron el Instituto de Filosofía Práctica, el FECIC y muchos otros, posibilitando que se quedaran en el país
muchos intelectuales.
Fue en 1974 el
promotor decisivo de la vuelta a la actividad de la Sociedad Tomista Argentina, que desde hacía cerca de 15 años estaba
inactiva afectada por la reacción antitomista del postconcilio, siendo su
secretario durante tres meses y hasta su muerte.
Se incorporó
al MUNA (Movimiento Unificado
Nacionalista Argentino), formando parte de su Mesa Ejecutiva, en representación
del porteño Movimiento de la Nueva
República, del que fue cofundador.
Predicó sin
descanso donde lo llamaran, en y fuera del país. Viajó a Lausana, Suiza,
Venezuela, Canadá, Estados Unidos, Chile y mucho a Uruguay. De esta época es su
conferencia más famosa, sobre “El
universitario y la doctrina marxista”, dictada el 9 de junio de 1973.
Demostraba que ni siquiera los marxistas argentinos no conocían a Marx.
Cualquiera que tuviera buena voluntad podía convertirse, ya que refutaba todos
los argumentos opuestos.
«Nadie podía suponer hace apenas
un par de meses, cuando comenzábamos a preparar lo que hoy es esta jornada, la
tremenda actualidad que iba a cobrar en el marco de la situación cultural
argentina, este tema del marxismo dentro del orden universitario. Si bien
muchas cosas eran previsibles, no podían preverse cabalmente una entrega en
manos de grupos marxistas de las universidades de todo el país y de los medios
de difusión social, medios de comunicación masiva, que configuran los dos
pilares institucionales, orgánicos, de lo cultural en cualquier nación.» Esto
que Sacheri veía venir en Argentina (y no sólo en ella), es lo que hoy
padecemos: invasión de la ideología en las universidades y en los medios de
comunicación social, logrando alejar, a través de la educación formal e informal,
a las clases dirigentes y a las multitudes, de la verdad católica.
«El marxismo no es una doctrina
como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen
coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para
la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto
mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis
revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador
de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano,
es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento,
de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal.»
La amistad con
la familia Massot, de La Nueva Provincia,
le abrió las puertas a una serie preciosa de artículos periodísticos sobre
doctrina social de la Iglesia, “La
Iglesia y lo social”, que se transformarán luego en su clásico “El Orden Natural”.
Justificando la necesidad de la Doctrina Social de la Iglesia,
escribió: «La Iglesia tiene por misión el
conducir los hombres a Dios. Pero los hombres alcanzan su destino eterno según
que respeten o no el designio providencial de Dios durante su vida en la
tierra. De ahí que la doctrina cristiana haya afirmado siempre la vinculación
íntima que existe entre el orden natural y el orden sobrenatural, entre la
naturaleza y la Gracia, entre la vida terrena y la beatitud eterna.
Un principio teológico
fundamental afirma: “La Gracia supone la naturaleza; no la destruye, sino que
la sobreeleva.” En el orden moral, por ejemplo, no hay perfección cristiana
real que no implique la rectitud moral natural. Las virtudes teologales de fe,
esperanza y caridad suponen la práctica de la templanza, la fortaleza, la
justicia y la prudencia, que son virtudes humanas. Lo sobrenatural añade, por
cierto, mayores exigencias a lo simplemente humano, en razón de la mayor
perfección del fin a alcanzar; pero supone siempre el respeto absoluto de todos
los valores humanos.
Del mismo modo, existe una
profunda correspondencia entre las verdades naturales, al alcance de la razón,
y las verdades sobrenaturales contenidas en la Revelación divina. Así como la
caridad presupone la justicia, así también la Fe presupone la razón. Chesterton
lo expresaba gráficamente al decir: “Lo que la Iglesia le pide al hombre para
entrar en ella, no es que se quite la cabeza, sino tan sólo que se quite el
sombrero.”
En razón de su misión
sobrenatural, la Iglesia debe velar sobre todos aquellos valores y actividades
que puedan afectar directa o indirectamente al progreso religioso de los
hombres. Su campo específico de acción es lo que hace directamente a la Fe y la
moral. Cabe preguntar si esas normas morales pueden regir sensatamente para lo
meramente individual o si, por el contrario, deben abarcar también las
actividades sociales de la persona. Evidentemente, la moral incluye ambas
dimensiones: lo personal y lo social. “De la forma dada a la sociedad, en
armonía o no con las leyes divinas, depende el bien o el mal para las almas”
(Pío XII, 1-6-41).» (Carlos Alberto Sacheri, El Orden Natural,
Ediciones del Cruzamante, Bs. As., 1980, p. 8).
No sólo delató
los errores del socialismo en la patria, sino incluso la infiltración del
comunismo ateo dentro de la Iglesia, en su obra “La Iglesia Clandestina”.
«Desde el trasfondo histórico de la Iglesia peregrinante llega hasta
nosotros la unánime sentencia de los Santos Padres: Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la
herejía (S. Juan Crisóstomo, Homilía
11 sobre la epístola a los Efesios, nº 5); Nada hay más grave que el sacrilegio del cisma…, no hay necesidad
legítima alguna para romper la unidad (S. Agustín, Contra la epístola de Pameniano, 11, 11, 25).
Esta doctrina constante acerca de la unidad de la Iglesia y de la
necesidad de preservarla a cualquier precio, no es sino una de las numerosas
proyecciones del mandato divino de la Unidad expresada por Cristo poco antes de
que culminara en la Cruz su divina misión redentora: Que todos sean uno (Jn. 17, 21). Esta vocación cristiana de unidad
en Cristo y por Cristo ha constituido uno de los pilares del Concilio Vaticano
II y uno de los ejes o puntos de mira en torno a los cuales se centra el
esfuerzo de renovación pastoral y apostólica de la Iglesia universal.
Tal énfasis en la unidad obedece, sin duda, a los misteriosos designios
de la Divina Providencia sobre el Pueblo de Dios, para dirigir su marcha a
través del mundo contemporáneo. La inteligencia del cristiano debe esforzarse,
en consecuencia, para comprender en la medida de lo posible, el sentido de tal
insistencia por parte de la Iglesia no sólo en cuanto instancia permanente del
mensaje divino, sino también en referencia a las actuales circunstancias.
En efecto, el mandato de la unidad adquiere hoy, en la Argentina y en
el mundo entero, alcances dramáticos, en la medida misma en que desde el
interior de la Iglesia Católica algunos grupos la ponen en peligro
comprometiendo así, en forma consciente o inconsciente, la realización del
Reino de Dios y el destino eterno de las almas. Los agentes del mal no han
cesado desde la fundación misma de la Iglesia por Cristo, de asediarla
constantemente desde fuera y desde dentro. El Señor nos advirtió de una vez para
siempre que tal ofensiva acompañará a sus discípulos hasta el fin de los
siglos: No es el discípulo mayor que su
Maestro (cf. Jn. 13, 16).
Los ataques reiterados que la Iglesia sufre hoy no constituyen sino uno
de tantos episodios protagonizados por las potencias demoníacas en sus vanos
intentos de obstaculizar la obra redentora de Dios. Como lo señalará en su
tiempo san Cipriano: “Lo que es de temer
no es tan sólo la persecución, ni los ataques a cara descubierta que tratan de
vencer y destruir a los servidores de Dios. Es más fácil ser cauto cuando se
percibe a lo que debe temerse y, ante un adversario manifiesto, el alma se
prepara para el combate. Más peligroso y alarmante es el enemigo que avanza sin
ruido y que, bajo las apariencias de una falsa paz, repta con ocultos
designios; por tal proceder ha merecido el nombre de serpiente.” (De Catholicae Ecclesiae Unitate, nº 5).
En la actualidad, la Iglesia Católica se ve asediada desde su mismo interior,
por grupos que, invocando a veces legítimos propósitos (de lo contrario,
carecerían de toda audiencia), comprometen seriamente la unidad interior de los
fieles y enuncian doctrinas erróneas que confunden los espíritus, debilitando
su fe y su ardor apostólico.
Las reflexiones que siguen no pretenden otra cosa que contribuir
modestamente a la causa de la unidad cristiana hoy comprometida por los grupos
pseudo-proféticos que se arrogan carismas especiales y pretenden pontificar
sobre toda materia, como si poseyeran la única y verdadera autoridad para
zanjar las cuestiones más controvertidas que afectan al hombre de nuestro
tiempo. Animado por este espíritu y creyendo desde siempre que debe insistirse
más sobre lo positivo y constructivo que sobre lo negativo y lo demoledor, no
intento en modo alguno acusar y determinar
responsabilidades, dado que ello no es de mi competencia ni de mi agrado.
Por el contrario, la finalidad de este estudio es el de contribuir al
esclarecimiento de la actual confusión y apuntar aquellas medidas que permitan
a la autoridad eclesiástica rectificar la situación actual que escandaliza
fundadamente a muchos católicos y reafirmar la unidad de fe y caridad en la
Iglesia argentina.
En espíritu de esperanza y fiel a nuestra condición de laicos católicos
deseo vivamente que se cumpla aquello que enunciara Dom Guéranger: “Hay una gracia inherente a la confesión
plena y entera de la Verdad. Esta confesión (nos dice el Apóstol) es la
salvación de quienes la hacen y la experiencia demuestra que ella es asimismo
la salvación de quienes la escuchan.” La gravedad del fenómeno actual de la
IGLESIA CLANDESTINA exige esa “confesión
plena y entera de la Verdad” con la ponderación y energía que requiere
asunto tan delicado y trascendental.»
Es un trabajo
teológico de alto vuelo, donde denuncia la infiltración del modernismo y un
llamado a los laicos a construir la Cristiandad. Sin duda, pagó su valentía con
su propia sangre. Él mismo preveía su fin: al publicar el libro le puso la
faja: “Seremos fusilados por curas
bolcheviques”, del escritor Bernanos.
No contento
todavía con esto, escribió una famosa solicitada (firmada el 25 de mayo de
1969) en los diarios La Nación y La Razón el 28 y el 29 de mayo de 1969
dirigida a los obispos argentinos (“A nuestros Padres en la Fe”), en la que les
pedía que desacrediten públicamente al Movimiento de Sacerdotes del Tercer
Mundo, hecho que consiguió, gracias a su constancia.
«En nuestra condición de laicos y católicos y haciendo uso de las
atribuciones que tal condición nos confiere, en conformidad con lo aprobado por
el Concilio Vaticano II (Const. Lumen
Gentium, Cap. IV), nos dirigimos a nuestros Padres y Pastores para
solicitarles intervengan con voz clara y decidida para poner fin a una
situación que, de continuar como hasta el presente, puede provocar gravísimas
consecuencias para la Iglesia y el país entero.
Nuestra Obra es exclusivamente de acción doctrinal y está al servicio
de todos aquellos que asuman con seriedad su misión de responsables sociales y
quieran colaborar en la incesante
instauración del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. Con tal objeto,
desde hace diez años y absteniéndonos deliberadamente de toda opción política
particular, hemos debido señalar reiteradas veces la infiltración marxista en
los ambientes católicos (cf. VERBO,
41, junio 1964), la creciente difusión del neomodernismo progresista (rechazado
por Pablo VI, por no ser “ni cristiano ni
católico”, 11 – VIII - 63), la aplicación de las técnicas de guerra
revolucionaria (cf. VERBO, 69 al 72,
abril – junio, 1967), los peligros de la dialéctica entre católicos (VERBO, 44 – 45, septiembre de 1964;
50, mayo de 1965; 58, mayo de 1966) y la
universidad moderna como factor de subversión (cf. VERBO, 82, julio 1968).
No obstante, resulta doloroso constatar que: 1) las tesis progresistas
se han vuelto materia habitual de enseñanza y de predicación en ciertos grupos
de sacerdotes; 2) la infiltración marxista en ambientes católicos se ha
desarrollado más y más; 3) un número creciente de sacerdotes, especialmente los
más jóvenes, presenta una disminución manifiesta de su formación,
espiritualidad y espíritu de obediencia, llegando un número apreciable de ellos
a abandonar el sacerdocio; 4) la difusión de una mentalidad “pseudo-conciliar”,
repetidas veces repudiada por S. S. Pablo VI, no hace sino confundir al laicado
desarmándolo ante los errores actuales; 5) el recurso demagógico a planteos
violentos, es representado por muchos como única alternativa “eficaz” y
legítima para la solución de los problemas sociales.
Este proceso desemboca hoy en la agitación que conmueve al país entero
y que obedece inequívocamente a un plan subversivo de inspiración marxista, en
sincronización con hechos análogos ejecutados a nivel internacional. A la rigurosa orquestación de dicho plan
responden: la conducción radioeléctrica de los operativos callejeros en
Corrientes, la constitución de guerrillas urbanas en Rosario, la interrupción
de servicios eléctricos en Córdoba, el traslado de grupos activistas extraños
al lugar de los hechos, etc., etc.
Frente a ello, vemos con dolor que clérigos, tanto seculares como
regulares, algunos de los cuales ejercen elevadas funciones, y dirigentes
laicos de movimientos católicos oficiales, se hacen eco, o incitan o se enrolan
en forma poco responsable (inconsciente o deliberadamente), en actitudes
netamente subversivas del orden social.
Ante tales hechos y actitudes, y sin desconocer el intenso esfuerzo de
renovación pastoral, actualmente dirigido por el Episcopado argentino, creemos
nuestro deber impostergable señalar abiertamente la gravedad de tales
acontecimientos. Encarecemos a los miembros del Episcopado ejerzan la plenitud
de su autoridad doctrinal y pastoral (Lumen
Gentium, Cap. III, n. 27), ya que la autoridad legítima es maestra y
responsable, tanto de sus decisiones como de sus omisiones.
Este llamado filial no tiene otro motivo que advertir el peligro actual
y apoyar abiertamente el ejercicio de la autoridad eclesiástica en el plano de
su competencia propia. No creemos equivocarnos al decir que las actitudes
extremas aquí denunciadas son obras de pequeños grupos activistas, que son
eficaces en la medida en que nadie ni nada se les opongan seriamente. Mientras
tanto, la mayoría de los católicos espera dócilmente que se den directivas por
quienes tienen la real responsabilidad.
Por último debemos señalar que quienes, como católicos, suman su acción
a la de los elementos subversivos del orden temporal, no dejarán (como hechos
recientes lo prueban) de prolongar tales acciones en una crítica sistemática y
demoledora de la autoridad eclesiástica hasta reemplazar “la Iglesia de los
Santos” por una “Iglesia de tribunos”.
Reiteramos nuestra constante fidelidad al Magisterio ordinario y
extraordinario de nuestra Iglesia. En filial agradecimiento de tantos gestos de
aliento recibidos en numerosas ocasiones (máxima recompensa de nuestra modesta
labor) correspondemos con este llamado que es, al mismo tiempo, una
confirmación de nuestra adhesión profunda y permanente a nuestros Padres en la
Fe.»
Se preocupó
por la política nacional, siendo el principal referente y fundador de Premisa, a partir del 11 de enero de
1974, revista opositora al gobierno de Isabel Perón, cuyo protagonista
principal era el “Brujo” López Rega. La logia al que él pertenecía (“Anael”) ya
había sido denunciada en La Iglesia Clandestina.
Él sabía de su
propio destino. Cuando le contaron en Corrientes que habían asesinado a Genta,
él respondió: “Yo sé que para mí tienen
preparado algo similar, pero las amenazas y esa posibilidad no me harán
declinar en esta lucha por Dios y por la Patria.”
Saliendo de la
santa Misa de la Catedral de San Isidro, con su esposa, sus siete hijos y tres
amigos de ellos, fue cuando fue interceptado por las hordas. Este es el
testimonio de su propio hijo.
“Fue un domingo a la mañana
temprano. Mi madre pasó a buscarnos a mi padre y a mis siete hermanos a la
salida de misa y nos dirigimos hacia casa. Vivíamos en la avenida Libertador.
Tuvo que detenerse para esperar a unos autos que venían por la contramano. Yo
estaba distraído. Escuché un estampido muy fuerte y pensé instantáneamente, en
décimas de segundo, que había estallado un petardo, ya que era 22 de diciembre,
faltaban dos días para Navidad [de 1974]. Miré hacia la derecha y vi la cara de
un hombre —el asesino— que hoy, pese a que han pasado más de veinte años, la
tengo perfectamente grabada en mi mente. Iba en un Peugeot 504 celeste. Cuando
de pronto escucho el grito de mi madre y veo a mi padre con la cabeza
inclinada, sangrando y todos en derredor bañados en sangre. En el asiento de
adelante íbamos mi madre con mi padre y Clara, la más pequeña de todos, que
tenía entonces dos años, en su falda y yo del lado de la puerta. En el asiento
trasero venían mis otros hermanos con unos amigos.
Pues bien, enseguida llevaron a mi padre al Hospital de San Isidro y
allí estuvo unas pocas horas en terapia intensiva, al cabo de las cuales
murió.” (Testimonio de José María Sacheri)
Luego fue
enviado un comunicado, en el que se atribuye el asesinato de ambos profesores
al ERP, “Ejército de Liberación 22 de agosto”. Como escribió Antonio
Caponnetto: “A Sacheri lo matan las fuerzas combinadas del terrorismo y de la
subversión marxistas, ya que sabían de un modo explícito que tenían en él a un
contrincante formidable e irreductible. Lo asesinan calculadamente —casi podríamos
escribir ritualmente, a juzgar por las expresiones posteriores del grupúsculo
que se adjudicó la autoría material del crimen— como señal de que su vida y su
obra resultaban un desafío y una amenaza a la hediondez dominante.” (Antonio
Caponnetto, Carlos Alberto Sacheri, un mártir de Cristo Rey, Roca Viva,
Bs. As., 1998, p. 13).
«Sr. Director de la revista Cabildo D Ricardo Curutchet ¡Presente!
Carísimo hermano en Cristo Rey: Nos dirigimos a usted con la confianza que nos
dan los dos contactos mantenidos con la comunidad nacionalista católica y la
revista Cabildo, su más digno exponente, en las personas de los queridísimos,
aunque extintos profesores Jordán B. Genta y Carlos A. Sacheri. Nos guía la
certeza de que seremos atendidos por Vd. con la caridad cristiana que ilumina
cual antorcha sagrada, su cosmovisión escolástica, virtud ésta enseñada por
Cristo y de la que fueron devotos fervorosos Santo Tomás y San Agustín. No
pretenderemos referirnos a las circunstancias del fallecimiento de los
profesores nombrados, sólo haremos mención de algunos detalles que los rodean.
Enterados de la ferviente devoción que los extintos profesaban a Cristo Rey, de
quien se decían infatigables soldados, nuestra comunidad ha esperado las
festividades de Cristo Rey según el antiguo y nuevo “ordo missae” y ha
permitido que los nombrados comulgaran del dulce Cuerpo de su Salvador para que
pudieran reunirse con Él en la gloria, puesto que en este Valle de Lágrimas
eran depositarios de la Santa Eucaristía. Como información fidedigna le
comunicamos, un tanto apenados, que el difunto Sacheri no comulgó ese aciago
domingo en el que concurrió por última vez a la prolongación del sacrificio de
la Cruz. Nuestro enviado le dio una oportunidad, pero, oh… desatino, él no supo
aprovecharla y lamentamos que esté pagando sus culpas veniales en el purgatorio
(no queremos pensar que haya caído en el Fuego Eterno). Como sabemos que
Ustedes y sus allegados también profesan con tan sagrada unción una devoción
sublime al reinado de Cristo en la Tierra, nos vemos en la obligación de
solicitar las fechas que guarden alguna relación con esa festividad sagrada,
puesto que según el “ordo missae” no figura en el año litúrgico otra festividad
similar en lo inmediato. Para su comodidad nos permitimos sugerirle el Domingo
de Ramos, en el que Cristo, montado humildemente en un jamelgo, es coronado
victoriosamente Rey de los Cielos y de la Tierra. Para tranquilidad suya le
aseguramos que nos comunicaremos con Usted o… con alguno de sus “soldados de
Cristo Rey”, quizás de manera un tanto repentina y no exenta de violencia,
cuando se hallen en estado de Gracia y hayan participado del Cuerpo y de la
Sangre de Nuestro Divino Redentor. Por este sagrado motivo le sugerimos que no
haga diagramar la próxima tapa de su digna revista, pues le ahorraremos el
trabajo de buscar el tema, tal cual lo hemos hecho en los dos números
anteriores y hasta le adelantamos el original. Esperamos que tenga oportunidad
de decirnos si es de su agrado; si así no fuera queda a su criterio diagramarla,
pero recuerde, el tema lo pondremos nosotros. Esperamos no haber abusado de su
valioso tiempo y nos atrevemos a pedirle que interceda ante Dios, con el
diálogo de los justos, por la salvación de nuestras almas. Nos despedimos
ofreciendo a Dios Padre, por Cristo, con Cristo y en Cristo todo el honor y
toda la gloria de nuestras acciones, por los siglos de los siglos. Amén. Fdo.
Ejército de Liberación 22 de Agosto». Y agregan el tétrico diagrama de la
futura revista, con el agrado «Por el Reinado de Cristo en la Patria. Presente.
(Requiescat in pace).»
Las alusiones
burlescas y sacrílegas a la religión y a Cristo Rey ocupan el núcleo central,
denotando una pluma clerical y la revancha por La Iglesia Clandestina.
La realidad de
su martirio fue reconocida enseguida por aquellos Pastores valientes que sabían
la valía intelectual de Carlos, y por innumerables personas que seguían su
apostolado. Aquí tenemos, por ejemplo, el testimonio de Mons. Adolfo Tortolo,
al prologar su propio libro.
«Sacheri advirtió que el muro se
iba agrietando velozmente, por el doble rechazo del orden sobrenatural y del
orden natural. Vio la problemática del orden natural subvertido y vigorizado
por una técnica portentosa. Y se volcó de lleno, no a llorar, sino a restaurar
el orden natural. Aquí está la razón de su sangre mártir.» (Prólogo de Mons.
Adolfo Tortolo a la obra de Carlos Alberto Sacheri, El Orden Natural,
Ediciones del Cruzamante, Bs. As., 1980, pp. VI-VII).
Al igual como
lo hemos pedido al conmemorar el cuadragésimo aniversario de la muerte de
Jordán B. Genta, pidamos a Dios que prontamente Carlos Sacheri sea elevado a la
gloria de los altares.
«Señor Dios Padre, que nos diste en tu Iglesia y en la tierra argentina
a Carlos Alberto Sacheri, laico, padre de familia, filósofo, profesor,
patriota, defensor de la fe, escritor y orador, maestro de la doctrina social
católica; te pedimos que se lo declare santo, para que sirva como modelo de
virtudes y para mayor gloria tuya, y especialmente, por sus méritos, te rogamos
por (pedimos por nuestra intención). Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Terminamos con
el famoso poema que le dedicara Abelardo Pithod, en el homenaje que la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de
la Pontificia Universidad Católica, Mendoza, y el Ateneo de Cuyo rindieron a
Carlos Alberto Sacheri el 26 de diciembre de 1974, festividad de San Esteban
Protomártir.
Oración por el hermano muerto por Dios y por la Patria
¡Carlos
Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada!
Te
arrebataron, hermano, te arrancaron la vida como nada.
Te arrancaron
la vida a borbotones
y tu sangre
que no para
es como una
fuente pura y roja,
inmaculada,
de gracia
redentora
sobre la
Patria desolada.
Tu sangre, tu
preciosa sangre, tu sangre entrañable y nuestra
ya no la
pueden parar aunque quisieran.
¡Pero te han
muerto y nos han muerto el corazón de pena!
Te han
muerto, hermano queridísimo,
te mataron
por lo que eras
y ahora cómo
podremos vivir
con Dios y la
Patria pidiéndonos cuenta.
¿Dónde está
tu hermano? ¿Dónde está tu hermano?
¡Y qué le
dirá nuestra conciencia!
¡Te mataron
hermano! ¡Cómo creer que es cierto!
Con un sólo
arrancón te quitaron la vida como nada,
con un solo y
limpio dardo de fuego
te hendieron
la alta frente despejada.
Te abrieron
un sendero
por el que te
adentras y nos dejas, hermano predilecto,
y te vas de
la vida a la Vida
apretando en
tu pecho
al Cristo que
guardabas.
¡No! ¡no hay
muerte repentina!
Tú la miraste
venir con ojazos buenos
que no sabían
mirar sino de frente,
como de
frente y hace mucho la mirabas.
Fuiste tú, lo
sabemos. Peregrino, desde siempre la elegiste.
Pero tú,
hermana muerte apresurada,
te lo
llevaste avariciosa como llevas
las almas
predestinadas.
Así, Carlos
Alberto, hermano, tuviste la muerte merecida,
la muerte
repentina de los buenos.
Ahora que
estás donde querías,
camarada
huidizo, espéranos.
Hasta la
muerte hermano,
hasta tu
muerte que no nos merecemos.
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