Hoy[1]
se cumplen cuarenta años del martirio de Jordán Bruno Genta, asesinado por uno
de los grupos de comunistas de nuestra padecida Argentina, el ERP (Ejército
Revolucionario del Pueblo). Además, el 22 de diciembre próximo se cumplirá el
mismo aniversario que mataron a quien debería ser “su sucesor doctrinal” (en
palabras del propio Genta), que era Carlos Alberto Sacheri. No podemos dejar de
enumerar a otros católicos que tuvieron el mismo fin, tal como el ingeniero
Raúl Amelong y al Capitán Argentino del Valle Larrabure, el primero asesinado
por Montoneros el 4 de junio de 1975, y el segundo por el ERP, el 19 de agosto
de 1975.
Jordán Bruno
Genta nació el 2 de octubre de 1909 en Buenos Aires, de una familia atea.
Siendo el mismo un marxista fervoroso de joven, cursó filosofía en la
Universidad de Buenos Aires. Fue discípulo dilecto de Francisco Romero (1891 –
1962). Debido a una enfermedad pulmonar, en 1934 fue a vivir a las sierras de
Córdoba. Allí leyó y estudió a los filósofos griegos, sobre todo a Platón y a
Aristóteles, realizando una verdadera conversión intelectual. Alarmado por su
evolución, Romero envía a Alejandro Korn (1860 – 1936) a visitarlo. Luego de
haberlo escuchado, Korn le dice: “Genta, usted se nos va”. Le ofreció inútilmente
una beca en Francia. La meditación de santo Tomás, san Agustín, Maritain y
Maréchal hicieron que Genta pidiera el santo bautismo, que lo recibió en 1940.
Comenzó a
enseñar en la Universidad Nacional del Litoral, y fue designado como
Interventor en 1943. Al año siguiente llegó a ser director del Instituto
Nacional del Profesorado Secundario, pero por motivos políticos fue dejado
cesante en 1945. Fue entonces cuando inauguró una Cátedra Privada de Filosofía,
en la cual ejerció la docencia hasta su muerte. Esta cesantía que sufrió por no
ser genuflexo ante el poder, él la vio como un acto de la bondad de Dios:
“Pienso que en realidad he sido favorecido por la Divina Providencia, porque yo
no sé si mi flaqueza humana y las necesidades apremiantes de la familia no me
hubieran llevado a tener que ir cediendo todo sentido de dignidad, de altivez,
que pueda haber en un hombre… Ese es el sentido cristiano de la vida: hacer de
la muerte sirviente de la vida, hacer del mal sirviente del bien, hacer del
sufrimiento el verdadero instrumento de la alegría.” (El asalto terrorista al
poder, Edic. Buen Combate, 2º edic., 2014, p. 85)
Para conocer
su pensamiento, es necesario hacer un boceto de su doctrina pedagógica, luego
de su doctrina filosófica (que quedó trunca), para concluir con su doctrina
política aplicada a la acción.
Nos revela su
doctrina pedagógica en su obra “Acerca de la libertad de enseñar y de la
enseñanza de la libertad”. Coloca como modelo a Sócrates, “el más sabio y
virtuoso de los hombres”. Busca formar la inteligencia con la metafísica, la
cual da una “pedagogía del Arquetipo”, y engendra santos y héroes como modelos
de la educación. Entre los héroes, el propone para los argentinos la figura del
General José de San Martín.
Esto lo
explaya en su obra “Curso de Psicología”: luego de exponer las nociones
generales de la filosofía y de la psicología, y de analizar la vida afectiva y
volitiva, propone como modelo educativo a arquetipos humanos en función de los
valores: Sócrates o el educador; Aristóteles o el filósofo; San Francisco o el
amor; Don Quijote o el caballero; Shakespeare o el artista; San Martín o el
soldado; y Claude Bernard o el investigador.
Insiste en que
la política debe reflejar la filosofía, y ésta la teología. Por ello sostiene
la primacía de la contemplación, y por esto se opone a la política liberal y a
la revolución marxista engendrada por la anterior. Reclama por la vuelta de
Aristóteles a la Universidad, pues “el fin de la Universidad es la
contemplación de la Verdad inmutable y el cuidado del alma de la Nación”, como
el desarrollo consecuente de la tradición heredada de España.
Su doctrina
filosófica aparece truncada por su martirio. En “El filósofo y los sofistas”
nos recuerda que el “hombre normal” no es el “hombre común” (propio de épocas
pusilánimes como la actual), sino “el santo, el héroe, el filósofo, el poeta,
el político”, y sobre todo el gran contemplativo.
Partiendo
desde el consejo socrático: “Conócete a ti mismo” llega a la necesidad de
descubrir al hombre interior, que implica el llamado a “hacernos mejores”, lo
cual reclama nuestra espiritualidad e implica la exigencia de una mayor
perfección. También reinterpreta la afirmación platónica de que “saber es
recordar”, entendiendo por él el “aprender a encontrar la misma verdad”. Así,
la sabiduría verdadera es la virtud entera. Sólo el virtuoso es señor de sí, y
por eso sólo él debe gobernar la ciudad. El virtuoso sabe que por sí pasa el peso
de la tradición. La desgracia actual es que se busca la eficiencia, en lugar de
la contemplación; que lo que importa es la ideología científica; y que el
modelo es hoy Descartes, y no Platón.
En “La idea y
las ideologías” revela la inmaterialidad del alma. Por la abstracción toda la
realidad material se ha transfigurado para el alma. El alma existe por la
Verdad por y para la cual milita. Absolutamente, lo Uno es Dios, pero
relativamente, se participa en cada ente. Siguiendo el “Teeteto” de Platón, hoy
se trata de “la restauración de la inteligencia” por el ser. Pero para los
Protágoras de ayer y de hoy, que afirman como el sofista de antaño que “el
hombre es la medida de todas las cosas”, esto es necedad. Ellos son los
negadores de la tradición metafísica. De este modo, Protágoras llega a ser el
padre remoto del liberalismo. Sobre la Idea del ser, él lo refiere “el ser que
está en todas las cosas” sin confundirse con ellas. Así, distingue y jerarquiza
la realidad. Nada proviene de la nada. Los contingentes son puestos en el ser
por el acto creador, pues se trata de una “posición total del efecto”. Lo
primero ha sido nombrar las cosas, y luego, hacerlas; es decir, primero la
metafísica, y luego la acción.
Su compromiso
político lo realiza sin ninguna estructura partidaria, con sus propias obras.
Se propone la difusión de la verdad, y el desarrollo de la conciencia nacional
según la tradición hispánica, inspirada en arquetipos y hechos ejemplares,
buscando la “rehabilitación de la inteligencia” y reafirmando el principio de
autoridad, contra el proceder, tanto del liberalismo como del comunismo. Se
propone formar cristianamente a las Fuerzas Armadas del país, pues de ellos
dependerá la restauración de la patria. Por esto diagnostica claramente el
problema en el que estaban inmersas: “Las Fuerzas Armadas han sido oficialmente
vaciadas. Se les ha infundido una mentalidad profesionalista y burocrática. Se
les ha quitado todo espíritu militar. Porque el espíritu militar tiene como
característica primera la disposición para la muerte. Si a un soldado le falta
esa disposición no es soldado, no puede serlo. Y además de eso, se ha
distorsionado en forma total la conciencia de la misión específica de las
armas, como hemos dicho tantas veces acá. Se les ha quitado la conciencia de
que las armas de la Patria existen y tienen como misión, conquistar, sostener,
defender y consolidar la soberanía política de la Nación.” (El asalto
terrorista al poder, Edic. Buen Combate, 2º edic., 2014, p. 83)
Su pensamiento
está plasmado en obras como “Guerra contrarrevolucionaria”, Edición crítica al
“Manifiesto Comunista”, “Principios de la política”, Estudios sobre el
terrorismo en la Argentina (compilados en el libro “El asalto terrorista al
poder”), “Seguridad y desarrollo”, “El nacionalismo argentino”, “Opción
política del cristiano”, entre otras.
Advertía con
claridad los males, y así los denunciaba, con verdadera libertad de espíritu
(no la actual parresía de la que han hecho alarde en el Sínodo extraordinario
sobre la Familia, y que fue una excusa para destruir la fe, la moral, el
derecho, la teología y la pastoral de la Iglesia; sino la verdadera parresía,
la de los Apóstoles, que eran capaces de decir toda la verdad delante del
Sanedrín, aunque por ello sufrieran prisión y azotes, actitud que está muy
lejos de muchos Padres Sinodales “abiertos a los problemas del mundo”). Nos
recuerda el Profesor: “Estamos viviendo un momento tal de ignorancia y de
confusión que aún la gente que se entrega a los ejercicios espirituales o cosas
similares, buscando con toda sinceridad una renovación interior y logran, sí,
ese objetivo, no superan, sin embargo, esta ignorancia respecto de la
naturaleza del proceso revolucionario y de sus verdaderas causas. En esa gente,
incluso, se advierte una gran dificultad para entender la realeza de Cristo en
lo temporal; porque la parte más difícil de admitir en este momento es la
realeza de Cristo. Los cristianos son propensos a aceptar esa realeza en el
orden interior, en la propia vida, hasta en la vida de la familia, en la
profesión que cultivan; pero esos mismos cristianos piensan, y actúan en consecuencia,
que hay un terreno que está vedado a Cristo, que es el terreno de la política.
Pero si Cristo es Rey y es Soberano y el verdadero y único Soberano de todo lo
temporal, es también soberano en la política. En consecuencia en este momento,
en Argentina, se plantea a todo cristiano este problema: ¿quién es el soberano
en la Ciudad? ¿Cristo o el número? ¿La soberanía de Cristo o la soberanía
popular? Yo pregunto, ¿dónde está Cristo en la política? No está en ninguna
parte.” (El asalto terrorista al poder, Edic. Buen Combate, 2º edic., 2014, p.
264)
Semejante
claridad y valentía no podía ser tolerada por el enemigo. Fue por ello que,
luego de repetidas amenazas, finalmente con once balazos terminaron con su
vida. Él mismo había tenido como ideal a Sócrates, que fue “fiel hasta la
muerte” (El Filósofo y los sofistas, p. 174), y consideraba que el cristiano
debía “estar dispuesto a morir por la Patria” (El Filósofo y los sofistas, p.
221). La verdadera filosofía enseña a bien morir (El Filósofo y los sofistas,
p. 47); y la educación según el Arquetipo, en definitiva, “prepara para una
muerte digna” (Acerca de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la
libertad, p. 134). Esta es “la ocupación más razonable, más sensata y hasta más
práctica de la vida” (El Filósofo y los sofistas, p. 252-253 y 221). Como lo
afirma en su “Testamento Político”: “Acaso sea mejor para los hombres, y en
especial para los cristianos, tener que vivir peligrosamente, expuestos a morir
en cualquier momento”; pues “no hay otro modo de llegar a la Vida verdadera,
que recorrer el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo” (p. 25). Por eso bien
lo ha caracterizado el padre Leonardo Castellani diciendo que fue “el pedagogo
del ¡O juremos con gloria morir!”.
Sus enseñanzas
no fueron solamente palabras: él las rubricó con “el testimonio verdadero”
(como él solía decirlo), que es el de la sangre, lo que enseñó también con su
ejemplo. No por nada los comunistas lo mataron el día de Cristo Rey, según la
forma tradicional, el último domingo de octubre. Sí sabían a quién mataban. Al
asesinarlo, quisieron exterminar sus ideas, sus ideas de orden natural y
sobrenatural, sus ideas de virtudes y arquetipos, sus ideas para restaurar la
patria bajo el cetro de Cristo Rey. Esto es el comunismo, esencialmente
beligerante, contra todo orden, virtud, arquetipo, o mérito. En definitiva,
“intrínsecamente perverso”: “un sistema lleno de errores y sofismas, que
contradice a la razón y a la revelación divina, subversivo del orden social,
porque equivale a la destrucción de sus bases fundamentales, desconocedor del
verdadero origen de la naturaleza y del fin del Estado, negador de los derechos
de la persona humana, de su dignidad y libertad”, en palabras del Papa Pío XI,
en la Divini Redemptoris (n. 14). Es,
en definitiva, la lucha histórica y metahistórica entre las dos ciudades: la
Ciudad de Dios y la ciudad del hombre, entre el amor de Dios y el amor de sí
mismo, entre el sacrificio de Cristo y la soberbia del demonio.
Lamento
profundamente que no se recuerde públicamente su excepcional ejemplo, y sí se
promuevan ejemplos equívocos, como lo hizo, por ejemplo, el Cardenal Poli al
“celebrar” el cuadragésimo aniversario del “martirio” (sic) del padre Mujica,
sacerdote tercermundista, que alentó la subversión, y que al final resultó
muerto por ella misma cuando intentaba alejarse del comunismo para morir dentro
de la Iglesia (en palabras que él mismo le dijera al p. Julio Meinvielle). Hoy
volvemos a pedir por su pronta canonización, para que su claridad ilumine nuestra
ignorancia, y su fortaleza robustezca nuestra debilidad.
«Cristo Jesús, Señor y Salvador nuestro que
por tu preciosísima sangre redimiste a la humanidad caída y abriste el camino a
la Patria Celestial. Te pedimos que nos ayudes a transitar los senderos de
nuestra amada Argentina siguiendo el ejemplo de tu hijo Jordán Bruno a quien
iluminaste con tu sabiduría para que fuera sal de la tierra y luz de la verdad
en las tinieblas de la inteligencia ensombrecida por el pecado.
A él lo señalaste para que diera testimonio
de tu presencia y no desoyó tu llamado.
A él lo premiaste con la máxima entrega que
puede dar el cristiano, al coronar una vida dedicada a Ti, con su sangre
derramada “sobre el asfalto y el lirio”.
Que como tu devoto servidor Jordán Bruno podamos
dar fiel testimonio de la Verdad y entregarnos a tu Divina Providencia con la
misma Fe, Esperanza y Caridad para curar las heridas de nuestra querida Nación,
restablecer el orden en la paz y la justicia, dedicar la vida al servicio del
Bien Común y la defensa de la Verdad.
Te pedimos, Cristo Jesús, que por la
intercesión de tu hijo Jordán Bruno, nos des la fortaleza necesaria y nos
colmes de bendiciones para hacer de la Argentina un reflejo de la Patria
Celeste y nos concedas la gracia de (se pide la gracia que se desea obtener).
Amén.»
Termino con un
poema del Dr. Antonio Caponnetto en honor a tan eximio Profesor, a quien le
agradezco su generosidad intelectual al permitirme difundirlo. Está titulado:
“La muerte de Genta: A 40 años de su martirio”
Ya
casi el mediodía y en domingo. Es octubre.
El
viento se ha callado, acaso como un signo.
Las
campanas que doblan, el fuego. Me persigno.
No
sé si es sangre o ceibo rojo que me cubre.
Entonces
era cierto lo que el Fedón decía,
eran
ciertas las nobles enseñanzas helenas.
Buenos
Aires, de pronto, se remozó en Atenas,
y
a aprender a morir llamé filosofía.
La
calle me amortaja como a una rama trunca
desprendida
de estiajes al filo de una daga,
mi
propia voz se escucha, vertical se propaga
convertida
en un eco que no se acalla nunca.
Pero
aun siento las manos y con el alma vibro,
por
esta patria rota, por esta Iglesia en llamas,
por
los cuarteles solos, marchitos de oriflamas,
por
el claustro ultrajado, sin cátedra ni libro.
Estos
once trallazos son víctimas del odio,
de
rencores oscuros, de abisales inquinas,
se
llevan la materia, como el mar las neblinas,
no
fusilan los pliegos de mi Ángel Custodio.
Dejé
dicho que es libre el que de Dios es siervo,
el
que elige el poema a bursátiles prosas,
que
quiero a la Argentina de Juan Manuel de Rosas
y
al que hace de su vida imitación del Verbo.
Que
sabio es quien conoce, mas jerárquicamente,
que
prefiero al mercado la lumbre de las ágoras,
al
maestro que vence el ardid de Protágoras
y
de existencias busco peligrosamente.
Dejé
dicho asimismo, la noche postrimera,
la
noche de apremiantes y urgidos anticipos
que
podamos la gracia de emular Arquetipos
y
veintiún cañonazos honrando a la bandera.
Señor,
mi testamento: la pobreza que muestro,
la
esperanza indeleble, la sed de los testigos,
No
me prives tu vista… “de nuestros enemigos…
Es
hora de misa, “…líbranos, Señor, Dios nuestro…”
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