Me ha parecido importante reproducir este
artículo de Paix Liturgique[1], porque expresa el
vaciamiento de la fe que muchas veces es impuesto desde la cúspide de la
Iglesia por las conferencias episcopales en todos los lugares en los que se
termina aplicando un determinado Misal. Malas traducciones (sobre todo de
textos dogmáticos), empobrecimiento de la fe, adaptaciones vulgares en lugar de
traducciones fidedignas. Recordamos, a modo de ejemplo, el deseo expreso del
Papa Benedicto XVI en el que sostenía que el “pro multis”, usado en la misma Consagración del cáliz, fuera
traducido literalmente como “por muchos”, deseo del Papa que fue
categóricamente rechazado por obispos que están en “comunión” con la Sede de
Pedro. Ni la carta autógrafa que envió al episcopado alemán sirvió para
disuadirlos de sus propósitos. El Misal usado en la parte sur de América Latina
(que el artículo cita a modo de ejemplo
por su celeridad al aprobarse) no es la excepción: no respeta los mínimos
principios de la Instrucción Liturgiam
Authenticam, quinta Instrucción de la Congregación para el Culto y
Disciplina de los Sacramentos sobre las traducciones en lengua vernácula. El
único fruto positivo de dicha Instrucción es, probablemente, el actual Misal
inglés. Esta reticencia al obedecer una sabia norma es una muestra del estado
general de rebeldía que hay en la Iglesia actual, producto del liberalismo, del
comunismo y del modernismo, las tres ranas que brotan de la boca del demonio y
del anticristo, según el p. Castellani, siendo un nuevo signo de que estamos
cerca del fin de los fines. Son estos obispos desobedientes (y no sólo cada
sacerdote en su parroquia, como dice benignamente el comentario de Paix Liturgique a la carta de Gilson) los
que después reclaman a sus sacerdotes y a sus fieles que formen filas detrás de
sus extravagancias.
P. Jorge Luis Hidalgo
Recomendado por Pablo VI «en el primer rango
entre aquellos que han iniciado a nuestros contemporáneos en las riquezas, frecuentemente
olvidadas o desdeñadas, de la filosofía medieval», Étienne Gilson (1884-1978)
es uno de los pensadores católicos mayores del siglo XX.
Miembro de la Academia francesa, ha enseñado
en la Sorbona, en Harvard y ha participado en la fundación del Instituto
pontificio de estudios medievales (PIMS) de Toronto. Sobre todo, ha mantenido
una numerosa correspondencia con las mayores celebridades, tales como Jacques
Maritain y el Padre Henri de Lubac[2]. Habiéndose
distanciado fuertemente por su sensibilidad política (fue senador MRP) y religiosa,
durante el Concilio, de la Escuela romana de teología y de los teólogos de Pío XII,
él es reencontrado, después del Concilio, de entre los grandes desaprovechados.
En 1965, Jean de Fabrègues publica en
primera página de La France Catholique un artículo de Gilson titulado
“¿Soy yo cismático?”. Un título evidentemente retórico, pero que traduce la
realidad de una pregunta que se coloca el filósofo sobre la traducción en
lengua vernácula de las verdades de la fe, hasta entonces expresadas en latín. Este
es el texto que nosotros os propondremos hoy.
I – LA TRIBUNA DE ÉTIENNE GILSON
(La France Catholique, n° 970, 2 de julio
de 1965)
¿SOY YO CISMÁTICO?
por Étienne Gilson de la Academia francesa.
Se habla mucho de cisma, en este tiempo.
Esto, desde luego, me ha sorprendido, pero sin inquietarme. Había creído
siempre que los cismas eran secesiones colectivas por las cuales algunos grupos
cristianos se separaban de la Iglesia en conjunto para constituirse ellos
mismos en iglesias distintas. Aquello no ocurre frecuentemente, pero esta
manera de entender las cosas excluye todo temor de creer para sí mismo un
pequeño cisma personal. Vengo a aprender que esta confianza está mal fundada, y
que en un solo individuo puede ofrecerse el lujo de un cisma privado, previsto
solamente en el caso de que se establezca, consciente e intencionalmente, hasta
un grupo distinto entre los fieles.
Aquel puede hacerse efectivo de dos
maneras. La más evidente que conozco es aquella de ese sacerdote de Boston, que
hace poco se ha excluido del cuerpo de la Iglesia por su obstinación a enseñar,
eso que me han enseñado desde mi infancia, que fuera de la Iglesia no hay
ninguna salvación posible. ¡Y él mismo ha querido irse afuera! Debe estar muy
sorprendido, pero su caso puede inquietar a otros más, porque sostiene, en
efecto, desde su lugar que una persona particular puede devenir cismática sin
apercibirse. Él lo sostiene por aquello de negar su adhesión a alguna fórmula
particular de la doctrina que la Iglesia enseña y prescribe que se acepte. Yo
comienzo a preguntarme si, contra mi intención más profunda, yo no estaría
engañándome a mí mismo sobre el camino de un mismo peligroso error.
He aquí los hechos.
En una de las parroquias que yo frecuento,
se distribuye a los fieles, antes de la Misa principal, el texto de las
oraciones litúrgicas que deben ser cantados en francés, o en un dialecto
aproximado, previendo que no se sabe más latín, y menos aún griego. Yo no veo
allí por mi parte algún inconveniente y puesto que esta reforma litúrgica está
en curso, los fieles no tienen otra opción más que conformarse. ¡Va entonces
para “tierra entera”, puesto que es inflexible! [Juego de palabras: El
original dice “Va donc pour "terre entière" puisque entière il y a!”]
Había sido desconcertado, por lo tanto, en
el debut por un pasaje del Credo francés, donde se dice que el Hijo es "de la misma naturaleza" que el Padre. Podía
cantar bien el resto, pero eso de “la misma naturaleza” no podía. Reflexionando
en ello, yo haría ver el por qué. Esto que habíamos cantado siempre, en latín,
que el Hijo es “consustancial al Padre”, me parecía curioso que esta
consustancialidad se hubiera así cambiado en una simple connaturalidad.
Nuestros sacerdotes, encima, no parecen
haber sido informados del evento. En la Misa principal, el oficiante continua
imperturbablemente cantando "consubstantialem Patri", como si nada
hubiera pasado, pero nosotros, los otros, laicos de país llano, nosotros no
tenemos más que seguir la liturgia simplificada a nuestro uso. Esto es lo que
me responde el joven vicario a quien yo termino un día por preguntarle, recibiendo
de él mi Misa francesa, si “de la misma naturaleza” no era, más bien una falta
de impresión. Él me dijo: “Yo estoy aquí para distribuir las hojas; todo lo que
vosotros tenéis que hacer es cantar eso que está escrito debajo."
En el fondo, él tenía razón. ¿Por qué yo
debería mezclarme? La gran ventaja, para los laicos, de estar invitados a una
pasividad completa, es por haber descargado por allí mismo toda nuestra
responsabilidad. ¡Ellos lo serían sin ese diablo de cisma! Dos seres de la
misma naturaleza no son necesariamente de la misma sustancia. Dos hombres, dos
caballos, dos puerros, son de la misma naturaleza, pero cada uno de ellos es
una sustancia distinta, y es por lo mismo por lo cual son dos. Si digo que
ellos son de la misma sustancia, yo digo del mismo cuerpo que tienen la misma
naturaleza, pero ellos pueden ser de la misma naturaleza sin ser de la misma
sustancia. ¿Yo todavía debo creer que el Hijo es consustancial al Padre? ¿O,
por el contrario, yo solamente debo creer que los dos son de la misma
naturaleza? Y si yo me obstino a creerlos, desde luego, consustanciales, ¿no
voy yo como cismático, en contra de la liturgia de mi parroquia, y, por lo
mismo, separándome de la Iglesia a la cual yo he atacado profundamente?
Esta es una situación bastante molesta. Se
podría suponer que la Iglesia de Francia persigue en ella un fin ecuménico; pero
no, los símbolos griegos de Epifanio y de Nicea dicen expresamente del Hijo que
Él es “o`moou,sion tw|/ patri,” (omousion tô patri).
El símbolo llamado de Dámaso, usado en Galia hacia el año 500, dice bien del
Padre y del Hijo que ellos son “unius naturae” (de única naturaleza), pero
él agrega también “uniusque substantiae unius potestatis” (de única
sustancia y de única potestad). El antiguo símbolo “Clemens Trinitas est una
divinitas” (La Trinidad clemente es una única Divinidad) afirma en estos términos
la unidad de la Trinidad divina, porque las tres personas son "una sola
fuente, una sola sustancia, una sola virtud y un solo poder". Las personas
tienen la misma naturaleza, divina, en tanto que ellas son tres; en tanto que
ellas están en un solo Dios, ellas tienen la misma sustancia: "Tres,
ni confundidos ni separados, sino conjuntos en la distinción y distintos en la
conjunción: unidos por la sustancia, pero distintos por los nombres; conjuntos
por la naturaleza, distintos por las personas". Yo citaría otras fórmulas
de la fe que se podrían anatematizar, con el Concilio Romano de 382, aquellos que
no proclaman abiertamente que el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo, son “unius
potestatis atque substantiae” (de única potestad y sustancia), y, censurándolo,
la unidad de substancia implica la unidad de naturaleza, aunque, por otra
parte, los textos que afirman la unidad de sustancia, mencionan o no la unidad
de naturaleza, yo no recuerdo de alguno donde la unidad de naturaleza sea
mencionada únicamente: "Se cree que el Hijo es de la misma sustancia con
el Padre: es porque se le dice “o`moou,sioj” (homoousios) con el
Padre, esto es “ejusdem cum Patre substantiae” (de la misma sustancia del
Padre), en efecto, en griego, “o`moj” (homos) quiere decir “uno”, et “ouvsi,a” (ousia) quiere decir
“substancia”, de suerte que los dos juntos quieren decir: una sola sustancia."
El Concilio de Toledo (675) me parece
hablar muy bien. Las tres personas divinas son un solo Dios porque ellas son una
sola sustancia: "Hae tres personae sunt
unus Deus, et non tres dii: quia trium est una substantia, una essentia, una
natura, una divinitas, una immensitas, una aeternitas." (“Estas
tres personas son un único Dios, y no tres dioses: porque los tres son una
única Sustancia, una única Esencia, una única Naturaleza, una única Divinidad,
una única Inmensidad, una única Eternidad”); el Decreto sobre los Jacobitas
(1441) coloca todavía en primer lugar la unidad de sustancia, fuente de todas
las otras.
¡El símbolo francés de 1965 es, yo creo, el
primero que no tiene culpa en eliminarlo!
¿Qué pensar de todo esto? Sería
seguramente más sabio no decir nada. Un texto litúrgico visto, ciertamente
examinado previamente por las más altas competencias teológicas, y adoptado por
ellas, debe presentar todas las garantías necesarias. Si no quiere ciertamente
volver a traernos el “o`moiou,sioj” (homoiousios) de
otro tiempo, fuente de uno de los cismas más terribles que hayan dividido a la
Iglesia: la menor sospecha de este género sería absurda. Por lo tanto, esto no
puede ser por azar, por ignorancia ni por negligencia que la naturaleza ha
venido allí reemplazada por la substancia. ¿Por qué esta sustitución
ha sido allí operada?
Por un motivo apostólico, yo creo, y
generosamente cristiano. Se quiere facilitar a los fieles el acceso a los
textos litúrgicos. Se lo quiere si ardientemente se llega hasta incluso
eliminar del francés ciertas palabras teológicamente precisas, para
sustituirlas por otras que lo son menos, pero se piensa, con o sin razón, que
ellas “dirán cualquier cosa” a los simples fieles. “De la misma naturaleza”
parece más fácil de comprender que “de la misma sustancia”. En efecto, esto es
si se toma este término literalmente, y se hace referencia con ello a eso que
pensaban los arrianos, pero los liturgistas del texto no pensaban ciertamente
que el Hijo sea de una esencia parecida al Padre. Ellos no lo piensan, ni lo
dicen, ni lo quieren decir; entonces la única manera segura de excluir ese
falso sentido es la de mantener el “consubstantialem Patri”
de la tradición.
Se estaría amenazando con pensar que una
suerte de deformación del pensamiento teológico amenaza con tentar certezas,
diciendo de sí que, en el fondo, ciertos detalles técnicos no tienen casi
importancia. Porque, ¿a qué fin facilitar el acto de creer, si es necesario
para ello desvalijar a una parte de su sustancia el contenido mismo del acto de
fe?
II – LAS REFLEXIONES DE PAIX
LITURGIQUE
1) 50 años después de la pregunta de Étienne
Gilson, la cuestión de la traducción, no sólo en lengua vernácula de los textos
litúrgicos, sino también de la Escritura en general, se vuelve a colocar
siempre. En 2001, “Liturgiam authenticam”, la Quinta Instrucción (¡la
quinta instrucción, sin hablar de las cartas, moniciones, etc., deplorando los
innumerables «abusos», todos ellos impotentes!) para la correcta Aplicación de
la Constitución sobre la Santa Liturgia del Concilio Vaticano II (Sacrosanctum
Concilium) ha sido publicada por la Santa Sede. Ella tiene por objeto
acompañar la presentación, el año siguiente, de la editio typica tertia del
Misal romano. En el texto
de presentación de la Instrucción, él recuerda:
– la necesidad de una atención
permanente a fin de garantizar la identidad del Rito Romano sobre todo el
mundo,
– el valor sacro de la Liturgia y la
necesidad que las traducciones reflejen atentamente esta característica,
– la referencia a los diferentes
documentos pontificios precedentes en materia de acercamiento para la traducción
de los textos litúrgicos, de manera que ella responda a un criterio que no sea
tanto el de la creatividad, sino sobre todo al de la fidelidad y de la
exactitud en la traducción vernácula, originaria del texto latino.
Desde el 2001-2002, todas las comisiones
litúrgicas internacionales han sido llamadas a preparar la puesta al día de los
misales en lengua vulgar en función de la editio tertia y de las
recomendaciones de Liturgiam authenticam. Que la aparición de los
primeros misales en lengua vulgar hayan sido casi simultáneos a la publicación
del misal de Pablo VI, más de diez años después, se espera siempre la
traducción francesa de su editio tertia... En 2009 ha sido introducida
la edición española para Chile, Argentina y Uruguay, pero tanto España como
México están todavía a la espera (en efecto, existen muchas versiones del misal
en los países hispánicos). La traducción inglesa, por su parte, no ha sido
introducida más que en 2011; y la traducción en italiano está en el mismo punto
que la nuestra. Brevemente, la “razonable demora” prevista en el parágrafo 77
de Liturgiam authenticam parece más que dejada atrás, lo cual
prueba exactamente como ese sujeto es sensible porque es teológicamente
significativo.
2) El texto de Étienne Gilson es evidentemente muy
importante para la interrogación doctrinal que él subraya, y nosotros
recordamos próximamente sobre la traducción del Credo en francés. Pero él vio otro
tanto, porque revela el clima de los años conciliares y explica por otra parte
por qué Benedicto XVI ha hablado de la hermenéutica de la ruptura.
Gilson cita el caso del sacerdote de
Boston declarado cismático por no haber querido ser fiel a la divisa “extra
Ecclesiam nulla salus” (“fuera de la Iglesia no hay salvación”). La
historia es verídica, tanto como compleja: se refiere al suceso de aquel
jesuita Leonard
Feeney que llamó la atención en los años 50 en Estados
Unidos y que Gilson, en la época de Toronto, ha tenido la ocasión de conocer
(él mismo y las comunidades que adherían a su teología, habiendo sido
condenados por Pío XII, en 1949, porque ellos asimilan a la condenación la
no pertenencia explícita a la Iglesia Católica). Gilson arremete también con el
joven vicario que niega, o es incapaz, de darle una explicación teológica,
contentándose con afirmar de no tener otro rol más que el de distribuir las hojas
de canto… ¿Falta de formación, incapacidad de diálogo, lenguaje de bot, burocratización,
inexperiencia? Gilson se niega a encontrar una explicación a esta actitud del
vicario y se contenta con concluir que el fiel haría mejor en aceptar cierta
“completa pasividad” a la cual es invitado.
Este es el humor de segundo grado que
Gilson profesa: mientras que los defensores de la reforma conciliar quieren
hacer de la “participación activa” de los fieles uno de sus grandes palabras de
orden, Gilson ve desde 1965 que hay en ello una activa pasividad y una sumisión
casi absoluta a los tiranos locales –patéticos
y frecuentemente incompetentes, obrando como verdaderos propietarios de su parroquia, no dependiendo de nadie y sobre
todo de sus propios obispos– ¡ante cuales los fieles deben formar filas!
3) En esto que denuncia Étienne Gilson, se ve lo
que arriba Benedicto XVI calificara como «hermenéutica de la ruptura» (como
si él quisiera decir: otra interpretación del Concilio): las hojas del vicario
portan una nueva traducción del Credo son un atentado al dogma. Pero Gilson
explica bien la naturaleza de esta herida del dogma. Él no ataca solamente a
aquellos que traducen «consustancial» por «de la misma naturaleza», insinuando
una herejía cristológica: ellos desean simplemente facilitar a los fieles el
acceso a los textos litúrgicos banalizando allí los términos difíciles,
acercándose a los falseados, y sobre todo explicando su sentido. O estos
términos están directa (el consustancial) o indirectamente (las
oraciones que hablan de sacrificio propiciatorio), aquellos por los
cuales la Iglesia enseña la fe. Se está en presencia, no sólo de una ruptura
teológica -¡ay! podría decirse, porque la herejía necesita interesarse por el
lenguaje del Magisterio-, sino, dice Gilson, de una «deformación teológica». El
discurso litúrgico postconciliar (al igual que en la predicación y en la catequesis)
ha podido caer perfectamente en la herejía. Pero procede sobre todo con una
edulcoración de la teología, de un desinterés por el dogma, y por un total desazonamiento
de la fe, en el cual se ve hoy sus desastrosas consecuencias.
[2] Justamente,
los dos personajes que citan no son los mejores exponentes de la teología tomista
contemporánea. Henri de Lubac ha sostenido la nouvelle theologie, mientras que Maritain, en muchos casos
ortodoxo, sin embargo introduce una distinción peligrosa entre individuo y
persona, con funestas consecuencias en el orden social, como lo advirtió en
nuestra Patria el padre Julio Meinvielle. [Nota del blog]
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