viernes, 28 de julio de 2017

La perfecta consagración a Jesús por María


“Soy todo tuyo, mi Amada Señora, con todo lo que tengo”[1].
Luego de haber meditado en estos días los motivos de la verdadera consagración a la Virgen[2], es bueno recordar que nuestro fin último es sólo Jesucristo, y sólo por Él podemos salvarnos[3]. Hemos sido comprados “con la Sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” (1 Ped. 1, 19). Ahora somos esclavos, no del demonio por el pecado, sino siervos por amor de Jesucristo[4]. Pero para pertenecer totalmente a Él debemos vaciarnos interiormente de nuestros propios defectos, y para ello necesitamos ser verdaderos devotos de la Virgen para morir a nosotros mismos[5]. Más aún, no sólo necesitamos de la única Mediación de Jesucristo, sino que necesitamos un mediador entre el mismo Mediador, para que la debilidad de nuestros ojos no quede enceguecida con “la Luz inaccesible” (1 Tim. 6, 16), que es Dios[6]. Esta mediación es la de la Santísima Virgen, Medianera de todas las gracias. Todavía más, siendo tan frágiles nosotros, por llevar “este tesoro en recipientes de barro” (2 Cor. 4, 7), menester es que alguien custodie nuestros pobres méritos del pecado mortal, que puede hacer perder el trabajo espiritual de años. Ese alguien también es nuestra Madre: poniéndonos en sus manos nuestros pobres tesoros se verán protegidos de las astucias del Tentador[7].
Pero es imprescindible no confundir esta devoción, con cualquier otra falsa, o con un espejismo[8]. Las tentaciones frente a ella son:
·         Los devotos críticos, que se creen a sí mismos justos y desprecian las prácticas de piedad de la gente sencilla[9];
·      Los devotos escrupulosos, que temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, siendo que en realidad Cristo fue el primero en cumplir los diez Mandamientos, entre los cuales se encuentra el cuarto: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex. 20, 12; Deut. 5, 16)[10];
·    Los devotos exteriores, que cifran su amor a la Virgen sólo en prácticas externas, pero realizadas sin atención, sin devoción, sin pureza del corazón[11];
·     Los devotos presuntuosos que esconden con el nombre de cristianos su amor al mundo y sus desórdenes pasionales, con sus vicios dominantes, sin combatirlos tenazmente[12], cayendo así en el pecado del fariseísmo que, como dice el p. Leonardo Castellani, “es el gusano de la religión… Todo lo que es mortal muere; y antes de morir, cae… Es la soberbia religiosa: es la corrupción más grande de la verdad más grande… No quiere decir que uno debe ignorar que es un gesto religioso; quiere decir que su objeto debe ser Dios y no yo mismo.”[13]
·       Los devotos inconstantes, que por momentos son fervientes, y luego tibios[14];
·       Los devotos hipócritas, que cubren sus malos hábitos bajo el  manto de María[15];
·       Los devotos interesados, que sólo le piden a la Virgen en momentos de necesidad, y luego se olvidan de que son sus hijos[16].
Esta verdadera devoción se nutre de prácticas interiores y exteriores. Interiores tales como honrar su  nombre; meditar sus virtudes; contemplar sus grandezas; rendirle actos de amor; invocarla de corazón; unirse a Ella; obrar en todo para agradarle; comenzar, continuar y concluir todo por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, que es la esencia de la esclavitud mariana[17]. Prácticas exteriores pueden ser alistarse en la Legión de María u otras Cofradías u Órdenes marianas; publicar sus alabanzas; hacer limosnas o mortificaciones por Ella; llevar el Rosario, el escapulario o una cadenilla; rezar el Rosario, el Oficio Parvo u otras oraciones; cantar en su honor; vivir en su presencia; adornar sus estatuas; proclamar su devoción; consagrarse a Ella; etc.[18] Todo esto realizado con pureza de intención, con atención, piedad y modestia[19].
Con esto queda respondida la objeción de algunos que se hacen llamar esclavos de la Virgen, pero que en realidad se olvidan de la asistencia a la santa Misa, o de vivir en gracia de Dios, o descuidan sus deberes para con el prójimo. Como dice san Luis María: “Algunos se quedarán con lo que tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor número; otros, que serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no subirán más de un grado… ¿Quién será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquel a quien el Espíritu Santo revele este secreto.”[20]
“Consiste esta devoción en entregarse enteramente a la Santísima Virgen para ser todo de Jesucristo por medio de María”, dándole nuestro cuerpo con sus sentidos, nuestra alma con sus potencias, nuestros bienes exteriores e incluso los interiores, es decir, los méritos, las virtudes y buenas obras pasadas, presentes y futuras, es decir todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza, de la gracia y de lo que tendremos en la gloria[21]. Los méritos se los damos para que ella los conserve, y las súplicas que hacemos en favor de los demás están supeditadas a su voluntad, porque Ella sabe mejor que nosotros lo que necesita nuestro prójimo[22]. Por esto, todo fiel esclavo de amor de María “no puede ya disponer del valor de ninguna de sus buenas acciones”, pero esta ofrenda se realiza “según el orden de Dios y los deberes del propio estado”[23], es decir, el sacerdote y el religioso cumpliendo su ministerio, los esposos amándose entre sí, engendrando muchos hijos y educándolos para Dios, etc.
Dicho de otro modo, esta devoción consiste en la renovación de las promesas bautismales, pues se renuncia para siempre al demonio y a sus engaños, y se toma a Jesucristo por el único Soberano del alma[24], con la diferencia que aquí incluso se renuncia por sí mismo, poniendo todo en manos de la Virgen expresamente. San Luis María se queja: “¿No hacen traición casi todos los cristianos a la fe prometida a Jesucristo en el bautismo?”[25] Esta es la causa de los males más profundos que se ven en la Iglesia y en el mundo, es la causa del oscurecimiento de la fe de cada vez más personas, de instituciones, de países, y de incluso en muchos ambientes eclesiásticos.
¿Qué debemos hacer?” (Hech. 2, 37) ¿Cómo perseverar? ¿Cómo no caer, cuando han caído tantos? “¿Quién podrá salvarse?” (Lc. 18, 26) “Si el justo apenas se salva, ¿qué pasará con el impío y el pecador?” (Prov. 11, 31; 1 Ped. 4, 18). San Luis María, siguiendo la enseñanza de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia, prevé el surgimiento de bestias enemigas que “perseguirán a los que lean y pongan en práctica” esta devoción. Pero nos alienta frente a la persecución: “¿Qué importa? Tanto mejor. Esta perspectiva nos anima y hace esperar un gran éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Dios y de María, de uno y otro sexo, para combatir al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos, más que nunca peligrosos, que van a venir”[26], o que ya han llegado. Seamos de estos soldados, perseveremos en el combate, alistémonos en las tropas de la Virgen, resistamos la persecución del demonio y de sus hordas angélicas y humanas, que quieren callar la verdad y el bien que viene sólo de Dios, que quieren igualar la Iglesia de Cristo con la “sinagoga de Satanás” (Apoc. 2, 9), que “matan a los profetas y apedrean a los que le son enviados” (Lc. 13, 34) y que hoy este gran secreto permanecerá “oculto a sus ojos” (Lc. 19, 42). “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt. 5, 8). Sólo ellos conocerán, y practicarán íntegramente este secreto, que forjará a los más grandes santos al fin de los tiempos, a los que cada vez nos acercamos más vertiginosamente.


[1] S. Luis M. Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, n. 266. En adelante, si no se indica el libro ni el autor, corresponde a esta obra de s. Luis María.
[2] La siguiente homilía fue predicada el sábado 21 de noviembre de 2014 en la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en el barrio Butaló, Santa Rosa (La Pampa), y fue publicada el 26 de noviembre del mismo año en la página Adelante la Fe; puede leerse aquí.
[3] N. 61 - 67.
[4] N. 68 - 77.
[5] N. 78 - 82.
[6] N. 83 - 86.
[7] N. 91.
[8] N. 92.
[9] N. 93.
[10] N. 94 - 95.
[11] N. 96.
[12] N. 97 - 100.
[13] P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Itinerarium, Buenos Aires, 1957, p. 235.
[14] N. 101.
[15] N. 102.
[16] N. 103 - 104.
[17] N. 115.
[18] N. 116.
[19] N. 117 - 118.
[20] N. 119.
[21] N. 121.
[22] N. 122 y 132.
[23] N. 124.
[24] N. 126.
[25] N. 127.
[26] N. 114.

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