“Soy
todo tuyo, mi Amada Señora, con todo lo que tengo”[1].
Comenzamos
hoy la novena parroquial[2],
en honor a la Santísima Virgen. Meditaremos este año en la mejor forma de
devoción a la Madre de Dios, que es la esclavitud mariana, según la han
enseñado varios santos, sobre todo san Luis María Grignion de Montfort en su
libro “Tratado de la Verdadera Devoción a
la Santísima Virgen”.
El
sentido de meditar esta devoción sublime es por ser “el medio más perfecto y
más corto”[3]
para llegar a la santidad, desprendiéndose “uno más fácilmente de este espíritu
de amor propio que se desliza en las mejores acciones imperceptiblemente”[4].
El segundo motivo de meditar y aconsejar vivamente a la mayor cantidad de
personas a realizar este acto sublime es que ellos han de ser, siempre en
palabras de san Luis María, los “verdaderos apóstoles de los últimos tiempos a
quienes el Señor de las virtudes dará la palabra y la fuerza para obrar
maravillas y ganar gloriosos despojos a los enemigos”[5].
“Tendrán en sus labios la espada de doble filo de la palabra de Dios; llevarán
sobre sus espaldas el estandarte ensangrentado de la Cruz, el Crucifijo en la
mano derecha, el rosario en la izquierda, los nombres sagrados de Jesús y de
María en el corazón y la modestia y mortificación de Jesucristo en toda su
conducta.”[6]
Hoy
ya estamos en estos “últimos tiempos”, pues el modernismo, que es el “conjunto
de todas las herejías”[7],
en palabras de san Pío X, ha penetrado hasta lo más sagrado del templo de Dios,
tales como la liturgia, el culto a los santos y la jerarquía de la Iglesia,
corriendo el riesgo cualquier persona que, en lugar de que, como dice la
Escritura, “la medida del ángel sea la
medida del hombre” (Apoc. 21, 17), es decir, que la medida de lo celestial
sea la de lo terrenal, la Iglesia se transforme más bien en que “el hombre sea
la medida de todas las cosas”, como dijo Protágoras. De esta manera, el
relativismo imperante termina en la antropolatría, la adoración del propio
hombre, y prepara para la venida del “hombre
de la iniquidad, el hijo de la perdición” (2 Tes. 2, 3), que es el
anticristo. Nunca nada mejor, entonces, que nosotros formemos parte del talón
de la Mujer, que está en pugna continua contra “la Serpiente antigua, llamada Diablo o Satanás” (Apoc. 12, 9).
Ellos serán “pequeños y pobres según el mundo”, pero “ricos en gracia de Dios,
que María les distribuirá abundantemente… tan perfectamente asistidos del
divino socorro, que con la humildad de su pie, en unión con María, aplastarán
la cabeza de la serpiente infernal y harán que Jesucristo triunfe.”[8]
Como
enseña santo Tomás, la religión es la relación de justicia del hombre para con
Dios y que, por supuesto, nunca le daremos el culto debido por nuestros propios
medios, dado que somos sus criaturas. Entre los actos de la virtud de la
religión, tenemos los interiores y los exteriores. Los actos interiores son la
devoción y la oración. La devoción es el acto esencial de la virtud de la
religión, y, por lo mismo, lo más importante que tiene en sí el hombre, luego
de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Dice el santo Doctor
que “la devoción es el acto de la voluntad por el que el hombre se ofrece a
servir a Dios, que es su último fin”.[9]
La
Iglesia ha distinguido el culto de adoración o de latría, dado exclusivamente a
Dios nuestro Señor, y a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ya sea
en la santa Comunión, donde está presente verdadera, real y sustancialmente, o
en su Sagrado Corazón e incluso a la santa Cruz, del culto de dulía dado a los
santos. Entre ellos, se destaca la Santísima Virgen, porque, como dice san Luis
María: “Jesucristo ha venido al mundo por medio de la Santísima Virgen, y por
medio de Ella debe también reinar en el mundo.”[10]
Esta devoción dada a Ella se llama hiperdulía, la máxima posible entre todos
los santos, porque, como escribió el Cardenal Cayetano: “María ha sido elevada
hasta los confines de la Divinidad”[11].
En este sentido, dijo santo Tomás: “La bienaventurada Virgen por ser Madre de
Dios tiene una cierta dignidad infinita que le proviene del bien infinito que
es Dios.”[12]
Su
vida ha sido un “estar escondido con
Cristo en Dios” (Col. 3, 3). Dios mismo quiso ocultarla, por pedido expreso
incluso de Ella, para que sea conocida sólo por los verdaderos hijos de Dios.
Como dice san Luis María: “Es la obra maestra del Todopoderoso, cuyo conocimiento
y posesión Él se ha reservado para sí.”[13]
Su gracia, sus virtudes y sus méritos son sólo conocidos por Dios. Por eso dijo
san Bernardo: “De Maria numquam satis”. Nunca se hablará suficiente de Ella.
“María se merece todavía más alabanzas, respeto, amor y servicio”[14]
que los prodigados por todos los ángeles y santos. Sólo Dios puede honrarla
como se merece.
“María,
transformada toda en Dios por la gracia y por la gloria que transforma a todos
los santos en Él, no pide, no quiere ni hace cosa alguna que sea contraria a la
eterna e inmutable voluntad de Dios.”[15]
Por
esto es que la verdadera devoción a la Virgen es prenda de salvación. “Quien no
tenga a María por Madre no tiene por Padre a Dios.”[16]
Por ello nos sigue diciendo san Luis María que es “la señal más infalible y más
indudable para distinguir un hereje, un hombre de mala doctrina, un réprobo, de
un predestinado, está en que tanto el hereje como el réprobo, no tienen sino
menosprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen.”[17]
“Sólo María ha encontrado gracia ante Dios sin auxilio de ninguna otra pura
criatura.”[18]
La
esclavitud mariana, la principal forma de devoción a la Virgen, que consiste en
renunciar a todo lo que soy y tengo, que es la renovación consciente de las
promesas del bautismo, para “ejecutar todas las acciones por María, con María,
en María y para María”[19],
formará los más grandes santos al fin de los tiempos. Como dice nuestro santo:
“La formación y la educación de los grandes santos que habrá hacia el fin del
mundo le está reservada.”[20]
Éstos la tendrán siempre presente, “como su perfecto modelo para imitarlo, y
como su poderosa ayuda para implorar su auxilio”[21]
La victoria que alcanzó María sobre el demonio con su humildad, pisándole la
cabeza, la alcanzará Ella para sus hijos más fieles, siendo un modelo acabado
de santidad.
Termina
san Luis María: “Dios quiere que su Santísima Madre sea ahora más conocida, más
amada, más honrada que lo ha sido jamás”[22].
Los esclavos de María “conocerán las grandezas de esta Virgen Soberana y se consagrarán
completamente a su servicio como súbditos suyos y esclavos de su amor; sabrán
que María es el medio más seguro, más fácil, más corto y el más perfecto camino
para ir a Jesucristo, y se entregarán a Ella en cuerpo y alma.”[23]
Quiera
Dios suscitar numerosas almas que hagan esta promesa, y que
la cumplan fielmente; para que en el momento de las pruebas contra la fe, que
provienen desde el mundo y desde el interior de la misma Iglesia, queriéndonos
que por un falso amor amalgamemos la verdad con el error, y la fe con la
herejía, María Santísima nos dé fuerzas para permanecer adheridos a la Cruz de
Jesucristo, único Camino para llegar a la Vida eterna. “La Virgen salvará a la
Iglesia”[24],
escribió el p. Julio Meinvielle. Tomémonos de su manto, para que estemos entre
los predestinados.
[1] S. Luis M. Grignion de
Montfort, Tratado de la Verdadera
Devoción, n. 266. En adelante, si no se indica el libro ni el autor,
corresponde a esta obra de s. Luis María.
[8] N. 54.
[9] II – II, 82, 1 ad 1.
[10] N. 1.
[11] Card. Cayetano, In II – II, 103, 4
ad 2.
[13] N. 5.
[14] N. 10
[15] N. 27.
[16] N. 30.
[17] N. 30.
[18] N. 44.
[19] N. 257.
[24] P. Julio Meinvielle en el
prólogo de la obra de Pierre Virion, La
masonería dentro de la Iglesia, Cruz y Fierro Editores (sin año de edición),
p. 13.
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