sábado, 2 de septiembre de 2017

El pecado de fariseísmo


Recientemente, nos hemos enterado que el Papa Francisco ha nombrado un Obispo Coadjutor, con derecho a sucesión, en la diócesis italiana de Albenga – Imperia, cuyo Obispo Diocesano es Mons. Mario Oliveri[1].
Frente al revuelo que suscitó el nombramiento, el Obispo, en señal de obediencia a la Santa Sede, escribió un comunicado, pidiendo la aceptación del mismo.
La diócesis es conocida mundialmente por promover la liturgia tradicional, ya sea tanto de parte del Obispo, como de parte de los sacerdotes.
Sin embargo, se han demostrado graves acusaciones de faltas contra el sexto mandamiento de la Ley de Dios entre algunos miembros del clero. En esto no demostraron seguir las normas tradicionales de la Iglesia…
Muy bien en este caso el Santo Padre, al intervenir con su autoridad, para poner en orden la Casa de Dios.
Pero este caso tiene que suscitar un continuo examen de conciencia para todos los que amamos la Liturgia tradicional de la Iglesia.
Y nada mejor que analizar estos hechos de mano del padre Leonardo Castellani. Este gran sacerdote argentino nos recuerda que el pecado que más fustiga Nuestro Señor en el Evangelio es el del fariseísmo. «Toda la biografía de Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: “Fue el Mesías y  luchó contra los Fariseos” – o quizá más brevemente todavía: “Luchó contra los Fariseos”.»[2]
Comentando la parábola del fariseo y del publicano (Lc. 18, 9-14), nos dice: «Sin el fariseísmo, Cristo no hubiera muerto en la cruz; y la Humanidad no sería esta Humanidad; ni la Religión, esta religión. El fariseísmo es el gusano de la religión; y parece ser un gusano ineludible, pues no hay en este mundo fruta que no tenga su gusano, ni institución sin su corrupción específica. Todo lo que es mortal muere; y antes de morir, decae. El fariseísmo es el “decay” de la religión, Míster George Box… perdone usted, profesor de religión.
Es la soberbia religiosa: es la corrupción más grande de la verdad más grande: la verdad de que los valores religiosos son los más grandes. Eso es verdad; pero en el momento en que nos los adjudicamos, los perdemos; en el momento en que hacemos nuestro lo que es de Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto religioso, cuando toma conciencia de sí mismo, se vuelve mueca. No quiere decir que uno debe ignorar que es un gesto religioso; quiere decir que su objeto debe ser Dios y no yo mismo. El publicano decía: “Oh Dios, apiádate de mí, pecador”. El fariseo pensaba: “Estoy rezando: conviene que rece bien porque yo soy yo; y hay que dar buen ejemplo a toda esta canalla.” “No oréis a gritos, como los fariseos, ni digáis a Dios muchas cosas, como los paganos; vosotros cerrad la puerta y orad en lo escondido; y vuestro Padre, que está en lo escondido, os escuchará”.
Decía don Benjamín Benavídez que el fariseísmo, tal como está descrito en los Evangelios, tiene como siete grados: 1º, la religión se vuelve exterior y ostentatoria; 2º, la religión se vuelve rutina y oficio; 3º la religión se vuelve negocio o “granjería”; 4º, la religión se vuelve poder o influencia, modo de dominar al prójimo; 5º, aversión a los que son auténticamente religiosos; 6º, persecución a los que son religiosos de veras; 7º sacrilegio y homicidio. Esto me fue dicho, ahora recuerdo, en San Juan, la noche de Navidad de 1940, tres o cuatro años antes del Terremoto, cuando yo sabía teóricamente que existía el fariseísmo, pero todavía no me había topado con él en cuerpo y alma… De modo que en suma, el fariseísmo abarca desde la simple “exterioridad” (añadir a los 613 preceptos de la Ley de Moisés como 6.000 preceptos más y olvidarse de lo interior, de la misericordia y la justicia) hasta la “crueldad” (es necesario que Éste muera, porque está haciendo muchos prodigios y la gente lo sigue; y que muera del modo más ignominioso y atroz, condenado por la justicia romana) pasando por todos los escalones del fanatismo y la hipocresía. Este es el pecado contra el Espíritu Santo, el cual de suyo no tiene remedio. Aquel que no vea la extrema maldad del fariseísmo (que realmente es fácil de ver) que considere solamente esto: “la religión suprimiendo la misericordia y la justicia”. ¿Puede darse algo más monstruo?»[3]
«Como de hombres observantes, celosos y dedicados al estudio de la Ley pudo salir este horror, es cosa difícil de precisar pero no imposible de concebir. Primero apareció la “casuística”. Todo código completo postula una casuística, que es el ejercicio de aplicar los preceptos generales a los casos particulares. Nada malo hay en eso, al contrario. Pero la casuística degenera fácilmente por exceso y por perversión: se hace demasiado frondosa, se corta de la ley y de su espíritu, se vacía por dentro, y entonces fácilmente entra dentro de sí el demonio, que es “el espíritu de las cosas vacantes”, y le gusta, como a las chinches, los baúles vacíos. En las “cisternas agrietadas que dejan salir el agua”, como llamó Jeremías a los fariseos de su tiempo, se refugian toda clase de bichos. La casuística farisea, el Talmud, el comentario de la ley, la tradición de los doctores no dejaba de contener alguna fruta entre la hojarasca, como que está hecho coleccionando los “dichos” de los profetas y doctores; pero la hojarasca había crecido en inmenso y se había podrido: “mandato de hombres”. […] Siendo así que los más capaces de estas “observancias” prolijas y sutiles son los caracteres pueriles o neuróticos, si se llega a la desgracia de reponer la santidad en la “observancia regular”, como no deja de suceder, ayúdeme a pensar lo que pasa en una comunidad religiosa. Cualquier cosa puede pasar. […]
En esta vaciedad de la casuística farisea entró primero el engreimiento religioso, después el ideal del mesianismo político, y después la soberbia, madre de la mentira y de la crueldad. […]
El engreimiento religioso trajo el mesianismo político, podemos colegir. Los fariseos necesitaban ser vengados de sus quemantes humillaciones, de sus revolcones y derrotas. La religión era humillada en ellos y el Mesías debía vindicar la religión. Y si el Mesías había de ser político, naturalmente había que preparar su venida haciendo política. Cien años antes de Cristo los fariseos sostuvieron contra el rey Alejandro Janneo una guerra de seis años que costó 50.000 víctimas; durante el reinado siguiente, de la reina Salomé, fueron los verdaderos gobernantes pues la Reina se sometió a su arbitrio, cuenta Josefo. Los saduceos fueron dominados sin piedad. Se refugiaron en las grandes familias sacerdotales y en la adulación de los poderosos. Los fariseos tenían de su parte el pueblo, sobre todo las mujeres devotas, que formaban una tribu numerosa, entremetida y temible.
Cuando la política entra dentro de la religión se produce una corrupción extraña. En estas condiciones el poder se vuelve temible, porque puede obligar en conciencia. Con una abjuración religiosa obligó Caifás a Cristo a proferir la “blasfemia” que le costó la vida, a saber: que Él era “el Hijo del Hombre” de Daniel. La corrupción llega al máximo cuando lo religioso se ha reducido a mero instrumento y pretexto de lo político. “Amáis los primeros puestos en la Sinagoga… buscáis el vano honor que dan los hombres” – les imprecaba Cristo. La crueldad, cuya condición y primer grado es la dureza de corazón, es infalible en consecuencia de la soberbia religiosa. Ya es bastante cruel “devorar las casas de las viudas y los huérfanos con pretexto de largas oraciones”; pero la crueldad de los fariseos que hizo su ostentación en la pasión de Cristo, se ejercitaba habitualmente en desterrar y matar a sus enemigos, casi siempre por medio de intrigas solapadas. […]
La política farisea se manifiesta enseguida. Al principio del segundo año de predicación, en el primer viaje a Jerusalén (cuentan acordes Mateo, Marcos y Lucas) “entraron en tratos los fariseos con los herodianos y empezar a conferir como harían para perderlo”. El eliminarlo estaba ya decidido, la cuestión era el cómo. ¿No eran enemigos los fariseos con los herodianos? Sí lo eran, pero eran enemigos “políticos”, désos que se ponen de acuerdo cuando surge un adversario no político, désos que perturban el funcionamiento de los partidos, o “el libre juego de las instituciones democráticas”; como se dice ahora. El acuerdo tuvo éxito: eliminarlo de algún modo que no los dejara mal y no conmoviera al pueblo; y los encargados de hallarlo fueron los más religiosos, naturalmente: los fariseos.
Y ahí andaban ellos, haciendo fiesta y grandes discursos, prodigándose adulaciones y zalamerías unos a otros, excitando a todos a la defensa de la religión contra la impiedad saducea, es decir, a la defensa de ellos: retrancados, duros, implacables, cerrados de mollera, hostiles a la vida y a la belleza; metidos en todo, orgullosos, rencorosos, ilusos, astutos, tortuosos, solemnes, aparateros, floripóndicos, atrevidos, presuntuosos, caraduras, olvidados de Dios y temidos de los hombres como el Evangelio nos los muestra. […] No se pudre el agua si no es estancada; los gusanos sólo prosperan en la carne muerta.»[4]
«Dondequiera hay un exceso de “reglamentismo”, una proliferación de mandatos, reglas, costumbres, glosas, formalidades y trámites, no solamente hay peligro de olvidar el espíritu y el fin de la ley, sino señal clara de que ese espíritu ha claudicado. Y entonces son posibles y fáciles tres cosas: el necio aparecer perito, el hipócrita pasar por santo y ser condenado el inocente.»[5]
Tristemente, esto es lo que ha ocurrido en Albenga – Imperia: han guardado perfectamente las formas litúrgicas, pero han descuidado lo esencial: la justicia, la misericordia y la fidelidad, dejando de lado lo fundamental de la Ley. Este puede llegar a ser un peligro para todos los que amamos la Liturgia tradicional, el canto gregoriano y en general la adecuada música sagrada, los buenos ornamentos, el respeto de las rúbricas, etc. Debemos aprender de errores ajenos, y nunca olvidarnos que cada día debemos convertirnos hacia Dios. No debemos filtrar el mosquito y tragarnos el camello. El Señor, por el contrario, nos dice: «Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.» (Mt. 23, 23)
Aprovechando esta ocasión, los progresistas oponen la misericordia a la ley, y afirman que es inútil la defensa de la Tradición de la Iglesia. Y el Señor puede volvernos a decir su reproche: «Porque el Nombre de Dios es blasfemado por causa de vosotros entre los gentiles» (Rom. 2, 24; Is. 52, 5; Ez. 36, 20-22). De esta manera, los modernistas ocultan que ellos son los también fariseos, postulando que se puede amar a Dios y al prójimo sin el cumplimiento de sus normas, y juzgando a los demás bajo capa de pluralismo y apertura al mundo, bajo la falsa perspectiva de una misión vaciada de contenido.
Por lo tanto, el fariseísmo es el pecado común de nuestra época, ya sea de aquellos que son fieles a la Tradición como de aquellos que dicen ser más abiertos al mundo. No por nada, comentando la famosa frase de Pablo VI: «El humo de Satanás ha entrado a la Iglesia de Dios», sostiene el gran jesuita expulsado de su Orden: «El humito del infierno es el fariseísmo.»[6]
La situación actual de la Iglesia pide un reformador, «un hombre que llamase la religión a lo interior; pero un reformador es un hombre que impone cargas y no que las arroja; que aprieta y no que afloja; que ata por todas partes nuevos lazos y lazos rotos y no que los relaja; para lo cual tiene que ser en alguna forma un mártir. Cosa que por desgracia estuvo lejos de ser Lutero. Lejos de volverse mártir, se volvió popular…»[7] Lutero son hoy sus discípulos, que de católicos sólo llevan el nombre («Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. Me rinden un culto vano, enseñando doctrinas que son mandamientos de hombres.» – Mc. 7, 6-7; Is. 29, 13), que quieren sustituir la Iglesia Católica, la única fundada por Jesucristo, por una nueva, hecha según el modo del mundo, aplaudidos por la prensa secular. 
¡Quiera Dios suscitar en estos momentos de la Iglesia a algún gran santo, que llame a las cosas por su nombre: "Pecado", al pecado; "Virtud", a la virtud; y que continuamente clame por la conversión, que debe ser verdadera, interior y personal, y que no tema a la demagogia del mundo! Quizá ya lo ha hecho, y nosotros, porque estamos dormidos, no hemos escuchado su voz... 


[1] El siguiente artículo fue publicado en Adelante la Fe el 21 de febrero de 2015, como puede verse aquí.
[2] P. Leonardo Castellani, Cristo y los Fariseos, Ediciones Jauja, 1999, p. 11.
[3] P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Itinerarium, Buenos Aires, 1957, pp. 235 - 236.
[4] P. Leonardo Castellani, Cristo y los Fariseos, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, pp. 78 – 83.
[5] P. Leonardo Castellani, Cristo y los Fariseos, Ediciones Jauja, Mendoza, 1999, p. 92.
[6] P. Leonardo Castellani, Catecismo para adultos, Ediciones del Grupo Patria Grande, Buenos Aires, 1979, p. 188.
[7] P. Leonardo Castellani, Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Vórtice, Buenos Aires, 2004, p. 263. Publicado también en Pluma en Ristre, Libros Libres, Madrid, 2010, p. 163.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario