Grandes
maestros tuvo el tomismo en la Argentina. Mucho han dejado escrito, y por ver
la esencia de las cosas, incluso han profetizado sobre muchos de los sucesos
que han venido posteriormente.
Entre estos
grandes tomistas de nuestra Patria destacan las figuras del p. Julio Meinvielle
y del p. Leonardo Castellani. Pero no se crea que fueron los únicos. Podríamos
nombrar una pléyade más. Entre éstos, como no mencionar a Mons. Octavio Derisi,
fundador en 1946 de la revista Sapientia, en 1948 de la Sociedad Tomista
Argentina y en 1958 de la Universidad Católica Argentina (UCA).
SU VIDA
Nació en
Pergamino (provincia de Buenos Aires) el 27 de abril de 1907. En marzo
de 1919, con doce años, ingresó en el Seminario menor de Villa Devoto, donde cursó
cinco años. Continuó sus estudios en el Seminario Pontificio de Buenos Aires,
donde cursó los tres años de filosofía y los cuatro de teología. Fueron
compañeros y amigos suyos el mencionado p. Julio Meinvielle, el
p. Juan Sepich y el p. Fernando Garay. El 20 de noviembre de 1930
fue ordenado sacerdote del clero secular por el cardenal Santiago Luis Copello
en la iglesia del Seminario bonaerense. Ya presbítero y culminados sus estudios
eclesiásticos, el obispo de La Plata, Monseñor Francisco Alberti, le nombra
profesor del recién fundado Seminario Diocesano San José de La Plata, al que se
incorpora el 1º de febrero de 1931. En 1935 asume la cátedra de Historia de la
Filosofía, en 1936 la de Filosofía y más tarde, y durante casi medio siglo, se
encargará de la docencia de la Metafísica.
Entre 1934
y 1938 realizó los estudios civiles de Filosofía y Letras en la Universidad de
Buenos Aires, donde obtuvo el doctorado en filosofía con una tesis sobre “Los
fundamentos metafísicos del orden moral”.
En 1945
recibió el Primer Premio Nacional de Filosofía por su obra Filosofía
moderna y filosofía tomista, y en 1946 fue nombrado profesor titular interino de
Gnoseología y Metafísica de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La
Plata. Tuvo entre sus discípulos a Mons. Guillermo Blanco, que será luego su
sucesor en la UCA. En esos años de oro del seminario de La Plata enseñaban
simultáneamente Derisi, Rau, Straubinger (el famoso biblista traductor de la
primera versión al español de la Sagrada Escritura en América, directamente de
sus originales), Trota, Plaza, Gil Rosas, Garay y Elgar. En estos años, tradujo
y supervisó la traducción de gran cantidad de trabajos de tomistas, entre ellos
Martin Grabmann, Reginald Garrigou-Lagrange y Jacques Maritain.
En julio de
1946 se publica el primer número de la revista Sapientia, de la que fue
su primer director. Representa unos de los órganos más importantes de difusión
del tomismo en el mundo de habla hispana. También intervino en la organización
de la Revista de Filosofía de la Universidad de La Plata, de la que fue director
hasta 1955.
En 1948
intervino en la fundación de la Sociedad Tomista Argentina, que se
constituyó el 9 de noviembre de 1948 con una Comisión Directiva presidida por
Tomás Darío Casares, de la que eran vicepresidentes Octavio Nicolás Derisi y
Nimio de Anquín, secretario general Julio Meinvielle, pro-secretario
Abelardo Rossi y vocales el dominico Marcolino Páez y el doctor Benito Raffo
Magnasco. Inmediatamente la Sociedad Tomista Argentina se adhirió a
la Unión Mondiale des Sociétés Catholiques de Philosophie (en Francia,
el 16 de diciembre de 1948). “Concretó en el marco de los Cursos de
Cultura Católica, el entusiasmo y la convicción del Padre
Meinvielle de crear una sociedad «tomista» y «argentina»” (Mons.
Gustavo Ponferrada). El 7 de marzo de 1958, en una reunión del Episcopado
Argentino convocada para celebrar la festividad de Santo Tomás de Aquino, se
decidió por fin la fundación de la Universidad Católica Argentina, bajo la
advocación de Santa María de los Buenos Aires. A la Universidad Católica
Argentina dedicó Derisi sus mejores esfuerzos. Incorporó la revista Sapientia como órgano
oficial de la Facultad de Filosofía de la UCA, institución que desde 1960 logró
el reconocimiento de Pontificia.
En 1972
incorporó a la UCA los Cursos de Cultura Católica. En 1979 se organizó
bajo su dirección el Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, que tuvo
lugar en Embalse (Provincia de Córdoba, Argentina) en la celebración del
centenario de la Encíclica Aeterni Patris de León XIII.
En el
homenaje que se le hizo el 2 de diciembre de 1980 se leyó una afectuosa carta
del Papa Juan Pablo II. Al año siguiente, el Papa lo designó Asistente al Solio
Pontificio, y a fines de ese año 1981, consultor de la Sagrada Congregación
para la Educación Católica. En 1984 se retiró como obispo auxiliar de La Plata
y fue nombrado Arzobispo titular de Raso «ad personam» (distinción personal sin
ejercicio de cargo eclesiástico). La UCA le nombró su Rector Emérito el 20 de
noviembre de 1992.
En su
fecunda vida intelectual escribió más 40 libros y casi 600 artículos, y publicó
sus obras en innumerables revistas filosóficas. Sin embargo nunca dejó los
oficios propios del sacerdote: celebrar misa, confesar y el rezo del Santo
Rosario. Su curriculum llenaría varias páginas: tiene 7 doctorados, 4 de ellos honoris
causa, miembro de 7
academias entre ellas la Pontificia Academia de Santo Tomás. Se destacó como
intelectual, hombre de empresa y hombre de oración, modelos muy difíciles de
hallar aún por separado.
Mons. Octavio
Derisi falleció en Buenos Aires el martes 22 de octubre de 2002, a
los 95 años de edad. Sus restos fueron velados en la capilla del rectorado de
la Universidad Católica Argentina (Puerto Madero, Buenos Aires) y el sábado 26
de octubre fueron sepultados en el altar del Santísimo Sacramento de la
catedral de La Plata.
EL PRESENTE ESCRITO
En esta
recensión, publicada en Sapientia
n. 119, Vol. XXXI (1976), La Plata (Bs As), p. 62-65, Mons. Derisi presenta
la obra de García de Haro y De Celaya, llamada “La Moral Cristiana”. Expone las
líneas fundamentales de la teología moral, según el fundamento de la Revelación
y del orden natural.
Escrita para
refutar los errores de su época, hoy cobra más vigencia que nunca, dada la
moral de situación, propagada por Marciano Vidal, el mismo que es citado por
Mons. Derisi, donde se niega la existencia de objetos morales siempre y por
siempre malos, tal como lo enseñaron, entre otros, los Papas San Pío X, Pío XII
y Juan Pablo II. El fin jamás justifica los medios. Jamás estará justificada la
violación de ninguno de los mandamientos de la Ley de Dios, que responden a la
ley natural, inscrita por Dios en el alma de cada ser humano. La tergiversación
de estos principios se deben exclusivamente a la influencia de la filosofía
moderna (en especial, del kantismo) contra los datos claros y evidentes de la
Revelación. Por esta razón, no se puede “reescribir” ni reinterpretar, ni la
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II, ni la Encíclica
Humanae Vitae de Pablo VI, ni
ninguno otro documento referido a la vida moral de la Iglesia.
Nunca más
actual, entonces, este escrito, que recuerda lo que siempre ha enseñado la
santa Iglesia Católica. Por eso los mártires eran capaces de morir antes que
inciensar una imagen del emperador, como recuerda Juan Pablo II en su Encíclica
Veritatis Splendor. También hoy nosotros, imitándolos, debemos estar dispuestos
a ello, porque, en definitiva, morir por la verdad, es hacerlo por el que es la
Verdad, Cristo, que en su momento supremo dijo a Pilato que el que es de la
verdad escucha su voz.
LA NUEVA MORAL[1]
Por Mons. Dr. Octavio N. Derisi
La obra que
aquí se analizará consta de un prólogo y tres capítulos: 1) Otra Moral Nueva, 2) La Perenne Novedad de la Moral Cristiana
y 3) Doctrina y Vida. El primero
expone con amplitud y precisión los pasos y desarrollo de la nueva moral, que pretende actualmente
introducirse en la Iglesia. Frente a ella, el segundo capítulo presenta las
líneas esenciales que configuran la moral cristiana. Y el tercero extrae las
consecuencias que para la vida acarrean una y otra moral.
En el
primer capítulo, los autores de la obra han logrado presentar, a la luz de los
textos de los propios teólogos, con gran objetividad y claridad, los
fundamentos, el desarrollo y el espíritu, así como también las consecuencias,
de esta nueva moral cristiana.
Fuchs,
Haring, Valsecchi, Vidal García, Girardi, Chenu, Schillebeeckx y otros son los
protagonistas de esta nueva moral, que se pretende introducir en la Iglesia
como una renovación del Evangelio.
Esta nueva
moral, en su esencia radical no se formula en preceptos, es más bien un
compromiso total de la persona. Sus creadores distinguen entre una actitud trascendental, una mentalidad
que transformaría totalmente la vida y que sería el real aporte del
cristianismo a la moral; y una formulación de preceptos, a que aquélla conduce
y anima con su espíritu. Se trata —como bien notan los autores de este libro y
como su mismo nombre lo indica— de un retorno al formalismo trascendental moral kantiano, en el cual la ley no tiene
contenido, sino que informa y da vigencia a las máximas o normas.
Por otra
parte, esta nueva moral pretende hacer del hombre no sólo un ser histórico,
sino un ser inmerso y diluido totalmente en el fluir de la historia, sin
esencia humana propiamente tal y mucho menos inmutable. En rigor, no hay una
naturaleza humana propiamente dicha, constituida por notas esenciales y
permanentes. Por eso, el hombre no es siempre y esencialmente el mismo, sino
que cambia y asume diversas formas a través de las circunstancias y situaciones
del acontecer del tiempo y de la cultura.
La
influencia del existencialismo actual es evidente. Recuérdese la frase de los
existencialistas: "El hombre no es,
se hace".
Si no hay
naturaleza humana, tampoco hay una ley o
moral natural, inmutable, una moral exigida por una naturaleza humana que
realmente no existe. Sobre el particular quiero recordar el vigoroso estudio
que ha realizado el eminente filósofo y teólogo que es el Padre Cornelio Fabro.
De aquí que sólo haya un pluralismo moral,
consiguiente al pluralismo de la naturaleza humana en sus variantes en la
historia. Por eso también los preceptos morales pueden ser válidos para una
época o cultura y no para otras, según que estén o no exigidos por el espíritu
o aptitud trascendental cristiana. Como se ve, se trata de un retorno al historicismo o relativismo moral, en
cuanto a los preceptos, por más que se evite ese nombre. Esto explica la
actitud de algunos teólogos o de sus epígonos, que afirman que la
indisolubilidad del matrimonio pudo ser válida en otra época y contorno
cultural, pero no ahora, que ha variado el hombre; y que el acto sexual en sí
mismo, fuera del matrimonio, y aún la misma masturbación, consideradas en otras
épocas como pecado, puedan no serlo hoy, y aún puedan asumir el gesto de una
apertura al otro. Otro tanto se afirma del aborto y otras cuestiones de
actualidad.
Se ve ahora
cuál sea el sentido de esta nueva moral: es una entrega total de la persona, es
un espíritu, que puede encarnarse en diversas formulaciones normativas y no
está sujeto a ninguna de ellas, y las asume de acuerdo a los cambios de la
naturaleza humana en el tiempo. Esa moral está por encima de toda norma —como
en Kant la ley está por encima de la máxima— y, por eso, puede encarnarse en
nuevas normas morales, dejando como obsoletas otras que fueron válidas antes.
Los mismos preceptos de Cristo son válidos para su época y situación moral;
pero no lo son necesariamente para siempre y para cualquier tiempo.
En
síntesis, esta nueva moral es un compromiso o inserción de la persona en el
tiempo, es una forma vacía de contenido, cuya materia o preceptos pueden
variar: unos pueden perder vigencia y otros asumirla, de acuerdo a las
transformaciones que sufre el hombre en su devenir histórico. Dilthey, con su historicismo, está redivivo en esta
afirmación. Con ello se niega una moral natural con normas y preceptos
permanentes y válidos para todos los hombres de todos los tiempos y situaciones
culturales, precisamente porque se ha destruido su fundamento que es la esencia
o naturaleza humana. Una vez más lo esencial de esta nueva moral es lo formal, su espíritu, y en manera
alguna su contenido de preceptos.
Los autores
de la obra advierten que esta moral implica un retorno a la inmanencia del modernismo, condenado por
Pío X. Ha desaparecido Dios como último Fin trascendente al hombre. Consecuencia
lógica, por lo demás, desde que se ha perdido la esencia o naturaleza humana,
la cual ha sido hecha por Dios y ordenada por El en todo su dinamismo hacia ese
Fin. La naturaleza humana inmutable —terminus
a quo— y Dios —terminus ad quem de la
moral— han sido suprimidos en esta nueva ética, y la moral natural ha
desaparecido. La nueva moral se centra ahora, no en Dios, último Fin y Razón
suprema del hombre, sino en el hombre mismo. Es antropocéntrica y, como tal inmanentista.
El hombre es quien asume su responsabilidad histórica, sin imposiciones de una
ley, que se funda en el Fin o Bien trascendente divino.
Mucho más
aún, en esta nueva moral, está ausente la gracia, la vida y los auxilios
sobrenaturales, que insertados en el alma y en la vida espiritual de la
inteligencia y de la voluntad, configuran la moral cristiana sobre el
fundamento del Fin supremo y divino del hombre. Al inmanentismo modernista, que diluye la moral natural, se añade un horizontalismo
naturalista, que destruye los fundamentos de la moral sobrenatural cristiana.
En
síntesis, esta nueva moral con pretensiones de cristiana o evangélica,
destruye, por una parte, los fundamentos
de la moral natural y, por otra, vacía a la moral cristiana del contenido sobrenatural; y conduce,
consecuentemente, a un inmanentismo
naturalista y relativista moral.
El segundo
capítulo encierra una síntesis clara y fundada de la moral cristiana. El
trabajo se basa primordialmente en la doctrina de Santo Tomás, cuyos pasajes
principales están citados y aun transcriptos en sus textos latinos, en las
notas. La moral cristiana, lejos de destruir, salva y consolida la moral
natural, tanto en su aprehensión intelectiva de las normas, como en el
cumplimiento de las mismas por parte de la voluntad libre.
Como la
gracia supone la naturaleza, también la moral cristiana supone la moral
natural. Sin ésta, no es posible aquélla. De ahí el cuidado con que el
cristianismo la restaura y defiende. Esa moral natural es ensanchada y
profundizada por la moral cristiana, con sus propios preceptos y con sus normas
supremas de vida y con sus consejos evangélicos.
Tanto en el
plano natural como en el sobrenatural, la moral se funda en el último Fin
trascendente del hombre, que es Dios, Bien infinito —conocido por la razón y
por la fe, en uno u otro plano, terminus
ad quem— y se establece como un recorrido de perfeccionamiento desde el
hombre o hijo de Dios —terminus a quo,
del orden natural o sobrenatural, respectivamente— hasta la posesión plena,
natural o sobrenatural de aquel último Fin o Bien, después de la muerte. Hombre
e hijo de Dios, integralmente unidos en el cristiano, se perfeccionan hasta su
término, durante su vida terrena, por la actividad moral recta, es decir, por
la sumisión de la voluntad libre a las exigencias ontológicas de aquel último
Fin o Bien divino sobre la naturaleza humana enriquecida por la gracia,
aprehendidas y manifestadas por la inteligencia como normas morales cristianas.
Los autores
del libro señalan los medios del enriquecimiento de esta vida sobrenatural
cristiana: la lucha ascética, las
virtudes, los sacramentos y la oración. Bajo la actividad moral
cristianamente recta el hombre se acrecienta no sólo sobrenaturalmente o como hijo
de Dios, sino también naturalmente
como hombre. Este capítulo termina asentando con Santo Tomás la supremacía
de la contemplación sobre la acción en la vida moral y la inserción del tiempo
en la eternidad, que esta actividad ética implica.
La cultura o perfeccionamiento de las cosas
y del propio hombre, por la acción espiritual de la inteligencia y de la
voluntad, en el cristianismo se enriquece con una dimensión divina de hijo de Dios que, lejos de impedir,
asegura más ampliamente y profundiza los valores humanos de aquélla.
El último
capítulo extrae las consecuencias prácticas de una y otra moral; de esta nueva, y de la auténtica moral cristiana. Se comienza por poner en claro las
endebles "bases intelectuales" de la nueva moral, que se funda en la inmanencia de la filosofía actual —kantismo y existencialismo— con la
consiguiente pérdida no sólo del orden
natural, sino también de la Revelación, del Magisterio y de todo el orden sobrenatural.
Perdido el
sentido sobrenatural de la vida y su alegría en la asunción plena de la misma,
el hombre actual, agobiado bajo el peso y temor servil de los preceptos, con
bellas palabras de "compromiso", de "liberación", etc.,
opta por una moral "liberadora", que relativiza toda norma y
precepto, con las consecuencias de un hedonismo, sensualismo, sexualidad, y
egoísmo sin frenos, que van a dar al odio, la violencia, y el caos moral y
humano.
Frente a
ella, la auténtica moral cristiana conforma una admirable armonía y unidad de
vida entre lo que se cree y se practica, y pone en camino al hombre —por eso, homo viator— no sólo hacia la plenitud
de su vida divina, sino también de su perfección humana, a la vez que lo llena
de satisfacción y alegría con el descubrimiento del sentido de su vida en el
tiempo y en la eternidad y con la asunción de las responsabilidades que esa vida
impone amorosamente.
La obra
está elaborada con orden y bien escrita. Es de fácil lectura y asimilación. Las
afirmaciones están corroboradas por abundantes notas, en que se citan y muchas veces
se transcriben, los textos de los autores citados.
La parte
doctrinal se funda en la doctrina de la Iglesia, principalmente a través de
Santo Tomás, y la doctrina nutre el pensamiento de los autores a través de todo
su desarrollo.
Esta obra
responde a una verdadera necesidad de esclarecimiento de la auténtica moral
cristiana, frente a las pretensiones de ciertos teólogos que, con la asunción
consciente o inconsciente de las posiciones inmanentistas e historicistas de la
filosofía actual, desnaturalizan y hasta destruyen su sentido trascendente y
sobrenatural y la sumergen en un formalismo destructor de toda la vida natural
y sobrenatural.
Por eso,
dentro de esta obra que ofrece una síntesis bien fundada de la moral cristiana,
juzgamos que el primer capítulo, de exposición crítica de las tendencias de la nueva moral, formuladas por algunos
teólogos de hoy, es el más oportuno para nuestro tiempo y a la vez el mejor
logrado por sus autores.
Recomendamos
vivamente la lectura de este libro a cuantos quieren esclarecer sus ideas
frente a la confusión reinante, que en no pocos círculos han engendrado estos
teólogos con su nueva moral.
El libro ha
sido bellamente editado por Rialp de Madrid.
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