Hoy, 23 de
septiembre, celebramos la entrada en la eternidad de San Pío de Pietrelcina [1].
Su testimonio sacerdotal aún sigue motivando a los fieles, especialmente a los
sacerdotes, para que no dejemos de ser fieles hasta el fin, yendo como el
ciervo a las fuentes de agua viva, que saltan hasta la vida eterna.
El Padre Pío
nos enseña la fidelidad a las pequeñas cosas, y a vivir de lo sobrenatural. Por
esto nada mejor que volver a repasar su visión (que es la del mismo Dios),
acerca de los sacramentos, en particular de la Santa Misa, y de las
disposiciones que deben tener aquellos que la celebran, es decir, los
sacerdotes.
Reproduzco, por
esto mismo, una entrevista que le hiciera un hijo espiritual suyo, acerca de la
renovación del sacrificio de la Cruz, publicada en “Así habló el Padre Pío” («Cosí parlò Padre Pio», San Giovanni
Rotondo, Foggia, Italia), con el imprimatur
de Mons. Fanton, obispo auxiliar de Vicenza.
«Padre,
¿ama el Señor el Sacrificio?
Sí, porque con él regenera el mundo.
¿Cuánta gloria le da la Misa a Dios?
Una gloria infinita.
¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa?
Compadecernos y amar.
Padre, ¿cómo debemos asistir a la Santa
Misa?
Como asistieron la Santísima Virgen y las
piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio Eucarístico y al
Sacrificio cruento de la Cruz.
Padre, ¿qué beneficios recibimos al asistir
a la Santa Misa?
No se pueden contar. Los veréis en el
Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita en la Víctima
que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia.
No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús,
crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce
inspiración.
Padre, ¿qué es su Misa?
Una unión sagrada con la Pasión de Jesús. Mi
responsabilidad es única en el mundo -decía llorando.
¿Qué tengo que descubrir en su Santa Misa?
Todo el Calvario.
Padre, dígame todo lo que sufre Vd. durante
la Santa Misa.
Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión,
aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una creatura humana. Y
esto, a pesar de cada uno de mis faltas y por su sola bondad.
Padre, durante el Sacrificio Divino, ¿carga
Vd. nuestros pecados?
No puedo dejar de hacerlo, puesto que es una
parte del Santo Sacrificio.
¿El Señor le considera a Vd. como un
pecador?
No lo sé, pero me temo que así es.
Yo lo he visto temblar a Vd. cuando sube las
gradas del Altar. ¿Por qué? ¿Por lo que tiene que sufrir?
No por lo que tengo que sufrir, sino por lo
que tengo que ofrecer.
¿En qué momento de la Misa sufre Vd. más?
En la Consagración y en la Comunión.
Padre, esta mañana en la Misa, al leer la
historia de Esaú, que vendió su primogenitura, sus ojos se llenaron de
lágrimas.
¡Te parece poco, despreciar los dones de
Dios!
¿Por qué, al leer el Evangelio, lloró cuando
leyó esas palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre»...?
Llora conmigo de ternura.
Padre, ¿por qué llora Vd. casi siempre
cuando lee el Evangelio en la Misa?
Nos parece que no tiene importancia el que
un Dios le hable a sus creaturas y que ellas lo contradigan y que continuamente
lo ofendan con su ingratitud e incredulidad.
Su Misa, Padre, ¿es un sacrificio cruento?
¡Hereje!
Perdón, Padre, quise decir que en la Misa el
Sacrificio de Jesús no es cruento, pero que la participación de Vd. a toda la
Pasión si lo es. ¿Me equivoco?
Pues no, en eso no te equivocas. Creo que
seguramente tienes razón.
¿Quién le limpia la sangre durante la Santa
Misa?
Nadie.
Padre, ¿por qué llora en el Ofertorio?
¿Quieres saber el secreto? Pues bien: porque
es el momento en que el alma se separa de las cosas profanas.
Durante su Misa, Padre, la gente hace un
poco de ruido.
Si estuvieses en el Calvario, ¿no
escucharías gritos, blasfemias, ruidos y amenazas? Había un alboroto enorme.
¿No le distraen los ruidos?
Para nada.
Padre, ¿por qué sufre tanto en la
Consagración?
No seas malo... (No quiero que me preguntes
eso...).
Padre, ¡dígamelo! ¿Por qué sufre tanto en la
Consagración?
Porque en ese momento se produce realmente
una nueva y admirable destrucción y creación.
Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué
significan las palabras que dice Vd. en la Elevación? Se lo pregunto por
curiosidad, pero también porque quiero repetirlas con Vd.
Los secretos de Rey supremo no pueden
revelarse sin profanarlos. Me preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera
derramar esas pobres lagrimitas sino torrentes de ellas. ¿No meditas en este
grandioso misterio?
Padre, ¿sufre Vd. durante la Misa la
amargura de la hiel?
Sí, muy a menudo...
Padre, ¿cómo puede estarse de pie en el
Altar?
Como estaba Jesús en la Cruz.
En el Altar, ¿está Vd. clavado en la Cruz
como Jesús en el Calvario?
¿Y aún me lo preguntas?
¿Cómo se halla Vd.?
Como Jesús en el Calvario.
Padre, ¿los verdugos acostaron la Cruz de
Jesús para hundirle los clavos?
Evidentemente.
¿A Vd. también se los clavan?
¡Y de qué manera!
¿También acuestan la Cruz para Vd.?
Sí, pero no hay que tener miedo.
Padre, durante la Misa, ¿dice Vd. las siete
palabras que Jesús dijo en la Cruz?
Sí, indignamente, pero también yo las digo.
Y ¿a quién le dice: «Mujer, he aquí a tu
hijo»?
Se lo digo a Ella: He aquí a los hijos de Tu
Hijo.
¿Sufre Vd. la sed y el abandono de Jesús?
Sí.
¿En qué momento?
Después de la Consagración.
¿Hasta qué momento?
Suele ser hasta la Comunión.
Vd. ha dicho que le avergüenza decir:
«Busqué quien me consolase y no lo hallé». ¿Por qué?
Porque nuestro sufrimiento, de verdaderos
culpables, no es nada en comparación del de Jesús.
¿Ante quién siente vergüenza?
Ante Dios y mi conciencia.
Los Ángeles del Señor ¿lo reconfortan en el
Altar en el que se inmola Vd.?
Pues... no lo siento.
Si el consuelo no llega hasta su alma
durante el Santo Sacrificio y Vd. sufre, como Jesús, el abandono total, nuestra
presencia no sirve de nada.
La utilidad es para vosotros. ¿Acaso fue
inútil la presencia de la Virgen Dolorosa, de San Juan y de las piadosas
mujeres a los pies de Jesús agonizante?
¿Qué es la sagrada Comunión?
Es toda una misericordia interior y
exterior, todo un abrazo. Pídele a Jesús que se deje sentir sensiblemente.
Cuando viene Jesús, ¿visita solamente el
alma?
El ser entero.
¿Qué hace Jesús en la Comunión?
Se deleita en su creatura.
Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión,
¿qué quiere que le pidamos al Señor por Vd.?
Que sea otro Jesús, todo Jesús y siempre
Jesús.
¿Sufre Vd. también en la Comunión?
Es el punto culminante.
Después de la Comunión, ¿continúan sus
sufrimientos?
Sí, pero son sufrimientos de amor.
¿A quién se dirigió la última mirada de
Jesús agonizante?
A su Madre.
Y Vd., ¿a quién mira?
A mis hermanos de exilio.
¿Muere Vd. en la Santa Misa?
Místicamente, en la Sagrada Comunión.
¿Es por exceso de amor o de dolor?
Por ambas cosas, pero más por amor.
Si Vd. muere en la Comunión ¿ya no está en
el Altar? ¿Por qué?
Jesús muerto, seguía estando en el Calvario.
Padre, Vd. ha dicho que la víctima muere en
la Comunión. ¿Lo ponen a Vd. en los brazos de Nuestra Señora?
En los de San Francisco.
Padre, ¿Jesús desclava los brazos de la Cruz
para descansar en Vd.?
¡Soy yo quien descansa en El!
¿Cuánto ama a Jesús?
Mi deseo es infinito, pero la verdad es que,
por desgracia, tengo que decir que nada, y me da mucha pena.
Padre, ¿por qué llora Vd. al pronunciar la
última frase del Evangelio de San Juan: «Y hemos visto su gloria, gloria como
de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»?
¿Te parece poco? Si los Apóstoles, con sus
ojos de carne, han visto esa gloria, ¿cómo será la que veremos en el Hijo de
Dios, en Jesús, cuando se manifieste en el Cielo?
¿Qué unión tendremos entonces con Jesús?
La Eucaristía nos da una idea.
¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa?
¿Crees que la Mamá no se interesa por su
hijo?
¿Y los ángeles?
En multitudes.
¿Qué hacen?
Adoran y aman.
Padre, ¿quién está más cerca de su Altar?
Todo el Paraíso.
¿Le gustaría decir más de una Misa cada día?
Si yo pudiese, no querría bajar nunca del
Altar.
Me ha dicho que Vd. trae consigo su propio
Altar...
Sí, porque se realizan estas palabras del
Apóstol: «Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (Gal. 6, 17), «estoy
crucificado con Cristo» (Gal. 2, 19) y «castigo mi cuerpo y lo esclavizo» (I
Cor. 9, 27).
¡En ese caso, no me equivoco cuando digo que
estoy viendo a Jesús Crucificado!
(No contesta).
Padre, ¿se acuerda Vd. de mí durante la
Santa Misa?
Durante toda la Misa, desde el principio al
fin, me acuerdo de ti.
La Misa del Padre Pío en sus primeros años duraba más de dos horas. Siempre fue un éxtasis de amor y de dolor. Su rostro se veía enteramente concentrado en Dios y lleno de lágrimas. Un día, al confesarme, le pregunté sobre este gran misterio:
Padre, quiero hacerle una pregunta.
Dime, hijo.
Padre, quisiera preguntarle qué es la Misa.
¿Por qué me preguntas eso?
Para oírla mejor, Padre.
Hijo, te puedo decir lo que es mi Misa.
Pues eso es lo que quiero saber, Padre.
Hijo mío, estamos siempre en la cruz y la
Misa es una continua agonía.»
Tal visión
interior y profunda que poseía el Padre Pío le había sido revelada directamente
por el mismo Dios. Numerosas son las visiones místicas que tuvo. Por su especial
relevancia con los sacerdotes, reproduzco la siguiente. Es una carta destinada
a su director espiritual, datada el 19 de marzo de 1913, festividad de San José.
«En la
mañana del viernes me encontraba todavía en el lecho cuando se me apareció
Jesús. Se hallaba de mala traza y desfigurado, y me mostró una gran multitud de
sacerdotes, religiosos y seculares, entre los cuales se hallaban varios
dignatarios de la Iglesia. De todos ellos, unos estaban celebrando la Santa
Misa, otros iban a celebrarla y otros más ya lo habían hecho.
La
contemplación de Jesús así angustiado me causó mucha pena, por lo que quise
preguntarle el motivo de tanto sufrimiento. No obtuve ninguna respuesta. Pero
Él miraba a aquellos sacerdotes hasta que, como cansado de hacerlo, retiró la
vista y, con gran espanto mío, pude apreciar que dos lágrimas le surcaban las
mejillas. Se alejó de aquellos sacerdotes con expresión de gran disgusto y
desprecio, llamándolos macellai
[carniceros, en italiano]. [...]
Y vuelto
hacia mí, dijo: “Hijo mío, no creas que mi agonía haya durado tres horas; no,
yo estaré en agonía por motivo de las almas más favorecidas por mí hasta el fin
del mundo. Durante el tiempo de mi agonía, hijo mío, no hay que dormir. Mi alma
busca una gotita de compasión humana, pero ¡ay!, qué mal corresponden a mi
amor. Lo que más me hace sufrir es que éstos, a su indiferencia añaden el
desprecio y la incredulidad. ¡Cuántas veces estuve a punto de acabar con ellos,
si no hubiesen detenido mi brazo los ángeles y las almas enamoradas!… Escribe a
tu padre espiritual y refiérele esto que has visto y oído de mí esta misma
mañana”.
Jesús
continuó todavía, pero aquello que me dijo no podré manifestarlo a criatura
alguna de este mundo. Esta aparición me causó tal dolor en el cuerpo, y mayor
todavía en el alma, que durante todo el día sentí una gran postración, y
hubiera creído morirme si el dulcísimo Jesús no me hubiese sostenido.
Estos
desgraciados hermanos nuestros corresponden al Amor de Jesús arrojándose con
los brazos abiertos en la infame secta de la masonería. Roguemos por ellos a
fin de que el Señor ilumine sus mentes y toque sus corazones.»
Sobran
comentarios al respecto, para describir el dolor de Nuestro Señor por la
traición de los malos clérigos que lo manipulan, actuando como si no tuvieran
fe, cosa que hoy vemos a diario. En particular, hay que nombrar los
sufrimientos de Cristo por contemplar la infiltración de la masonería en el
seno de la Iglesia, incluso en la cúspide de la jerarquía eclesiástica, donde
no falta algún
clérigo iluminado que quiere levantar la excomunión que cae ipso facto por pertenecer a ella.
San Pío de
Pietrelcina vio venir esta crisis en la jerarquía eclesiástica, que hoy
padecemos en nuestra Iglesia. Y, para ilustrarlo, valga esta anécdota de su
vida, extraída de «La voce del Padre Pío»,
“Padre Pío de Pietrelcina” de Yves Chiron:
«El Padre Pío ya había expresado su
descontento frente a los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II
cuando el cardenal Bacci fue a verlo a San Giovanni Rotondo. “¡Terminad con el
concilio de una vez! ¡Por piedad, terminadlo pronto!”, le había dicho al
cardenal.
Cuando el encargado de la Orden franciscana fue a San Giovanni Rotondo para pedirle oraciones al Padre para los “Nuevos Capítulos” el padre se enojó mucho. Apenas oyó el padre la palabra “nuevos capítulos” se puso a gritar: “¿Qué están combinando en Roma? ¡Ustedes quieren cambiar la regla de San Francisco! En el juicio final San Francisco no nos reconocerá como hijos suyos.” Y frente a la explicación de que los jóvenes no querían saber de nada con la tonsura ni con el hábito, el padre gritó: “¡Echadlos fuera! ¡Ellos se creen que le hacen un favor a San Francisco entrando en su Orden cuando en realidad es San Francisco quien les hace un gran don!”.»
Cuando el encargado de la Orden franciscana fue a San Giovanni Rotondo para pedirle oraciones al Padre para los “Nuevos Capítulos” el padre se enojó mucho. Apenas oyó el padre la palabra “nuevos capítulos” se puso a gritar: “¿Qué están combinando en Roma? ¡Ustedes quieren cambiar la regla de San Francisco! En el juicio final San Francisco no nos reconocerá como hijos suyos.” Y frente a la explicación de que los jóvenes no querían saber de nada con la tonsura ni con el hábito, el padre gritó: “¡Echadlos fuera! ¡Ellos se creen que le hacen un favor a San Francisco entrando en su Orden cuando en realidad es San Francisco quien les hace un gran don!”.»
Como sabemos,
la verdadera reforma pasa por la conversión de los corazones, no por el cambio
de las estructuras. Si no abrimos el corazón a la gracia de Dios, todo lo demás
es inútil.
Como me dijo un
sacerdote amigo, el Padre Pío sufrió en su cuerpo lo que debemos sufrir
espiritualmente aquellos que queremos ser fieles a lo que indignamente hemos
recibido, y que queremos entregar a los que nos precederán.
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