domingo, 22 de octubre de 2017

¿Por qué prefiero la Misa tradicional?


En la actualidad en el rito romano existen dos formas de celebración de la Santa Misa. Son la forma tradicional y el novus ordo. Sin entrar en discusiones litúrgicas más profundas, que dejaré, al menos por ahora, para los más entendidos en estos temas, quiero escribir, a petición de un amigo, por qué prefiero celebrar la Santa Misa en su forma tradicional.
Ante todo, en esta forma la Santa Misa siempre se celebra ad orientem. De este modo, nos recuerda que la celebración se realiza por y para Dios. Así, constatamos que la Misa es ante todo oración. No es creatividad o subjetividad de cada uno, sino vaciamiento interior. Es tener la actitud de Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Por esta misma forma de celebrar nos posicionamos en expectación de Jesucristo, Oriente de lo alto, que vendrá de la misma forma que lo han visto partir los Apóstoles. Mirarlo a Él es quedar transfigurado en la propia existencia. Por ello quien se convierte, en lenguaje patrístico, mira al Oriente y le da la espalda a Occidente. Así, el hombre vuelve a ser cabeza de la creación, ahora restaurada en Cristo, y por su voz, lo visible y lo invisible le tributa al Creador un culto en espíritu y en verdad.
En segundo lugar, esta Misa siempre se celebra en latín. Esto nos hace tener presente que siempre en la Misa habrá algo más que no podemos entender. «No se puede señalar una semejanza entre el Creador y la criatura de la cual no se pueda marcar una desemejanza aún mayor.» Por esto San Agustín decía: «Si comprehendis, non est Deus». El latín es preciso, es riguroso. Los textos de la Misa son milenarios; muchos de ellos han sido compuestos por santos y mártires. Por otra parte, como se dice en italiano, «traduttore, tradittore»: el traductor siempre es un traidor, porque es imposible expresar en un solo concepto en lengua vernácula la polisemia de conceptos del latín (hecho que sucede en cualquier traducción, y tanto más cuanto esté más alejada una lengua de otra). Todo esto además sin hacer referencias a las traducciones pésimas de las cuales tenemos que hacer uso en el novus ordo, que más que traslucir el misterio de la presencia real del Señor en el santo sacrificio, lo opacan y lo desdibujan.
En tercer lugar, se observa en esta forma de celebrar la Misa la prioridad del silencio. Por esto el sacerdote reza en voz baja: lo esencial siempre permanecerá ignorado por nuestra curiosa soberbia. Frente a la cultura actual del ruido ensordecedor, que impide al hombre pensar en la eternidad, es necesario este despojo primordial: si Dios es la Palabra, al hombre le corresponde el silencio para escuchar y aceptar su Voluntad. Recuerda además esto el misterio del arcano, por el cual se velaba de tal modo por los sagrados misterios que se cuidaba que lo santo no cayera en manos de los pecadores empedernidos, cumpliéndose así el mandato del Señor: «No deis lo santo a los puercos». La misma presencia del silencio, entonces, es un reproche al igualitarismo litúrgico que hoy quiere imponerse, y a los supuestos “derechos” a que todos reciban del mismo modo todos los sacramentos. Las distinciones son propias de los que se dejan inspirar por la Sabiduría Divina, porque «es propio del sabio ordenar», como dice Santo Tomás.
En cuarto lugar, y relacionado con este punto, en la forma tradicional de la Misa se distingue claramente el oficio propio del sacerdote del que le corresponde al fiel laico. Así, sólo el sacerdote prepara el cáliz y el copón para la santa Misa, sólo él reza el primer Confiteor, sólo él proclama el Evangelio e incluso las lecturas en la Misa rezada, sólo él reza en voz alta el Pater noster, sólo él reza solo el Domine, non sum dignus. Luego los fieles harán su parte, pero por separado. De esta forma, las funciones distintas en la liturgia manifiestan el oficio diferente que tiene cada uno: el sacerdote actúa identificándose con Jesucristo como Cabeza, y los feligreses participan de modo más remoto del mismo sacerdocio de Cristo.
En quinto lugar, en la forma tradicional se hace más hincapié en la necesaria preparación espiritual para acceder a los Divinos Misterios. Por ello tenemos, de parte de todos los fieles, muchos actos de contrición: desde el rezo del salmo 42 hasta el Confiteor, tanto del celebrante como de los demás fieles (que se repite antes de la recepción de la Santa Comunión), la antífona Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam, y el Kyrie. Dicha actitud espiritual está acompañada de la correspondiente posición corporal, donde los fieles permanecen de rodillas durante todo el Canon Romano, durante el Domine, non sum dignus, para recibir la Santa Hostia, y, facultativamente, durante la acción de gracias, y la recepción de la bendición sacerdotal final; junto con el rezo, también optativo, de las oraciones leoninas.
En sexto lugar, las oraciones del ofertorio de la Misa tradicional demuestran ser un verdadero ofrecimiento, donde el sacerdote primero ofrece la hostia en reparación por sus propios pecados, luego por los circunstantes, y al final por todos los vivos y difuntos. De esta manera, el sacrificio será de aroma de suavidad en presencia de la Divina Majestad, pero sólo por la Encarnación, la Pasión, la Resurrección y la Ascensión de Jesucristo, a la cual esperamos asociarnos con la Santísima Virgen y los demás santos. Como se puede observar, todo ello dice mucho más que unas simples oraciones eucológicas, de tonalidad judía, propias del novus ordo Missae, sin tradición en la liturgia católica de la Iglesia.
En séptimo lugar, en la Misa tradicional se hace más evidente el valor exorcístico del santo sacrificio, desde la lectura de los dos Evangelios mirando hacia el Norte (símbolo del lugar donde provienen las tentaciones), hasta las oraciones leoninas del final de la Santa Misa, rezadas para que el demonio no humille a la Santa Iglesia, todo ello rogado por la intercesión de la gloriosa e inmaculada Virgen María.
En octavo lugar, en la forma tradicional se observa una perfecta armonía, entre las oraciones propias y las lecturas y el Evangelio que se proclama, de tal modo que es necesario conocer bien todos los textos antes de dirigir unas palabras de modo adecuado en la homilía. Ello no sucede en el novus ordo, en el cual hay tres ciclos de lecturas para los domingos y solemnidades, y dos ciclos para las lecturas diarias, dificultándose que se ensamblen de modo perfecto las lecturas de la Escritura con las oraciones del Misal.
En noveno lugar, en el calendario de la Misa tradicional se hace más hincapié en la necesidad de hacer penitencia para salvar nuestras almas. Ello se observa no sólo en la extensión del tiempo de cuaresma en las semanas de septuagésima, sexagésima y quincuagésima, sino también por la presencia de las témporas, ubicadas al inicio de las cuatro estaciones del año.
En décimo lugar, se observa el poder santificador de un único sacerdote en cada Santa Misa de la forma tradicional, de forma tal que no se permite la concelebración en la ceremonia. Así, resalta el poder mediador del único sacerdote, Jesucristo; por sobre una supuesta participación litúrgica mal entendida.

Por estas diez razones prefiero la Misa tradicional. Muchos sacerdotes o no lo ven, o tienen miedo de hacerlo, o están amenazados para no hacerlo. Sin embargo, hay un gran movimiento de restauración litúrgica, que Dios está colocando en los más jóvenes, que los manipuladores de la pastoral no pueden frenar. El mismo Señor les está regalando, ya aún hoy, en medio de las persecuciones de los falsos hermanos, sus mejores dones: la multitud de hijos en las familias numerosas, el don de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y el llamamiento de Cristo Rey a sus soldados intrépidos para reconquistar para Él las almas, las familias, la sociedad, e incluso restaurar su misma Iglesia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario