Con este texto
terminamos nuestra traducción de las enseñanzas patrísticas sobre el matrimonio
contenidas en el Enchiridion Patristicum,
de Rouët de Journel, sj [1].
Las primeras partes del mismo trabajo pueden encontrarse aquí,
aquí,
aquí
y aquí.
Debido a otras ocupaciones, esta última parte no pudo ser presentada
anteriormente.
Sobre una
introducción a los Padres de la Iglesia, quiénes son y su importancia decisiva
de su enseñanza manifestando la Tradición Católica, tanto como la obra citada y
la repetición de algunos números, remitimos a los artículos anteriores. Sólo
recordar lo que nos explica el p. Alfredo Sáenz: “Llámanse Santos Padres aquellos varones ilustres de los seis primeros siglos
a quienes la Iglesia honra como testigos de la Tradición y maestros de la
ciencia divina, en atención al nivel que alcanzaron con su doctrina, santidad y
venerable antigüedad.”[2]
Escribió el
Papa Pablo VI: “La Iglesia, en su función de «columna y fundamento de la verdad»[3],
siempre se ha referido a la enseñanza de los Padres considerando su acuerdo
como una regla de interpretación de la Sagrada Escritura. San Agustín en su
tiempo había formulado esta regla[4]
y la había aplicado[5]. Vicente
de Lérins, en su entorno, la había largamente expuesto en su Commonitorium Primum[6].
Ella fue vuelta a proponer y solemnemente proclamada por el Concilio de Trento[7]
y por el primer Concilio del Vaticano[8].”[9]
Como explicita
el Papa León XIII: “La autoridad de los Santos Padres, que después de los
apóstoles «hicieron crecer a la Iglesia con sus esfuerzos de jardineros,
constructores, pastores y nutricios»[10],
es suprema cuando explican unánimemente un texto bíblico como perteneciente a
la doctrina de la fe y de las costumbres; pues de su conformidad resulta
claramente, según la doctrina católica, que dicha explicación ha sido recibida
por tradición de los apóstoles. La opinión de estos mismos Padres es también
muy estimable cuando tratan de estas cosas como doctores privados; pues no
solamente su ciencia de la doctrina revelada y su conocimiento de muchas cosas
de gran utilidad para interpretar los libros apostólicos los recomiendan, sino
que Dios mismo ha prodigado los auxilios abundantes de sus luces a estos
hombres notabilísimos por la santidad de su vida y por su celo por la verdad.
Que el intérprete sepa, por lo tanto, que debe seguir sus pasos con respeto y
aprovecharse de sus trabajos mediante una elección inteligente.”[11]
Hizo también
lo mismo el Papa Benedicto XVI: “También quiero expresar mi anhelo ardiente de
que los Padres de la Iglesia «en cuya voz resuena la constante Tradición cristiana»[12],
sean cada vez más punto firme de referencia para todos los teólogos de la
Iglesia.”[13]
Por ello, como
dice el p. Sáenz: “De todo lo dicho, pensamos que se concluye con suficiente
claridad la vigencia permanente de los Padres de la Iglesia. Sus escritos, «llenos
de sabiduría y perenne juventud»[14],
serán siempre un punto de referencia insoslayable.”[15]
Por haber
abandonado los teólogos y los predicadores este locus theologicus (en palabras de Melchor Cano), o por manipularlo
a su antojo, gran parte de los miembros de la Iglesia están en una confusión
sin precedentes en la historia. El matrimonio, que hoy exponemos, es sólo un
punto en crisis de tantos otros. Volvamos, entonces, a beber del agua pura “que salta hasta la vida eterna”[16],
“como el ciervo ansía las corrientes de
aguas”[17].
A la Iglesia compete determinar los impedimentos del
matrimonio
S. Basilio, cerca de 330 – 379
Epístolas
918 Epístola
160 [A Diodoro, cerca del año 373], 2. Así, en primer lugar, lo que en estas cosas [matrimoniales]
es máximo, podemos exponer nuestra costumbre, para que teniendo la fuerza de la
ley, las cuales sean para nosotros nuestras reglas, entregadas por los hombres
santos. Aquella costumbre es de este modo, en cuanto que, si alguna vez el que
vence incide en la conjunción ilícita de dos hermanas en el vicio de la
impureza, ni se lo tenga como matrimonio, ni se admitan completamente en la
reunión de la Iglesia antes que sean dirimidos mutuamente de esto.
S. Gregorio I Magno, 540 – 604
Epístolas
2299 (L.
11), epístola 64 [a San Agustín, Obispo de los Anglos]. Respuesta de san
Gregorio a seis preguntas de san Agustín. Sin duda la ley
terrena en la república romana permite, que se mezclen tanto el hermano y la
hermana, o dos hermanos de los hermanos, o el hijo y la hija de dos hermanas.
Pero conocemos por experiencia que de tal matrimonio no puede nacer la prole, y
la ley sacra prohíbe revelar las vergüenzas de los parientes. De donde es
necesario que ya la tercera o la cuarta generación de los fieles debe unirse
lícitamente entre sí. Pues la segunda generación que hemos predicho debe
abstenerse de ello completamente. Pues mezclarse con la madrastra es también un
crimen grave.
2301 (L.
14), epístola 17 [A Félix, Obispo de Mecina]. Lo que he escrito a Agustín [cf. n. 2299],
Obispo de la población de los Anglos, mi discípulo, para que lo recuerdes tú
mismo y la población de los Anglos, los cuales recientemente han venido a la
fe, acerca de la conjunción de la consanguinidad, para que no retrocedan del
bien por miedo los que comienzan con los bienes austeros, para que conozcas lo
que yo he escrito a otros especialmente y no genéricamente. De donde también
creo que se levanta como testigo toda la comunidad romana (aunque mandé estas
cosas a aquéllos sin esta intención), en cuanto que, después que estén
firmemente afianzados en la fe, si dentro de la propia familia fuera encontrada
la consanguinidad no se separen, o se unan dentro de la línea de afinidad, esto
es, hasta la séptima generación.
No importa lo que en este caso establezca la ley
humana
S. Juan Crisóstomo, 349 – 407
Homilías sobre algunos lugares del Nuevo Testamento
1212 Sobre aquello: “La mujer está ligada por
la ley”, etc, o acerca del libelo de repudio, 1. ¿Pues es cierta para nosotros aquella
ley que Pablo estableció? Dice: “La mujer
está ligada por la ley” [1 Cor. 7, 39]. Por lo tanto, es necesario que no
se separe mínimamente, viviendo su marido, ni se añada otro esposo, ni se
dirija a las segundas nupcias. Y observa con cuánta diligencia sea apropiado el
uso de estas palabras. Pues no dice: “Cohabite con su marido mientras viva”;
sino: “La mujer está ligada por la ley
tanto tiempo mientras viva su esposo”; y por lo tanto aunque le dé el
libelo de repudio, aunque deje su casa, aunque se adhiera a otro hombre, está
ligada y es adúltera según la ley… Para que tú no dejes para otros redactando
leyes, mandando dar libelos de repudio, y separando a los esposos
violentamente. Pues no serás juzgado por Dios en aquel día según aquellas
leyes, sino según las que Él mismo estableció.
S. Ambrosio, cerca de 333 – 397
Exposición del Evangelio según san Lucas, 385/389
1308 8,
5. Pues tú expulsas a tu mujer casi como de
derecho, sin crimen; y piensas que para ti es lícito lo que la ley humana no
prohíbe; pero la ley divina sí. Lo que es elogiado por los hombres, es
despreciado por Dios. Escucha la ley del Señor, a la que deben obedecer también
los que hacen las leyes: “Lo que Dios ha
unido no lo separe el hombre” [Mt. 19, 6].
S. Jerónimo,
cerca de 342 – 419
Epístolas
1352 Epístola 77 [A Océano, año 399], 3. Unas son las leyes del César, otras las
de Cristo; unas las que nos mandó Papiniano, otras Pablo. Para aquellas los
frenos de la pureza son relajados en sus esposos, y estando condenado sólo el
estupro y el adulterio, son permitidos indistintamente los deseos sexuales por
lupanares y con esclavas; pues la dignidad hace casi a la culpa, no la
voluptuosidad. Por el contrario, para nosotros, que no nos es lícito ni las
mujeres, ni tampoco los varones; y la misma esclavitud [del pecado] es juzgada
con idéntica condición.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1867 L.
I, c. 10, n. 11. Porque
realmente no sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole, ni tampoco sólo la
castidad, cuyo vínculo es la fe, sino también el verdadero sacramento de las
nupcias es encomendado a los fieles cónyuges, de donde dice el Apóstol: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como
también Cristo ama a la Iglesia” [Ef. 5, 25]; lejos de dudas, es la
realidad de este sacramento, en cuanto que el varón y la mujer unidos en
matrimonio mientras viven perseveran unidos inseparablemente, y no le es
lícito, excepto en caso de fornicación, a un cónyuge separarse de otro [Mt. 5,
32]… Lo que si alguno lo hizo, no con la ley de este mundo, es concedido sin
crimen con la intervención del repudio con otros unirse a otros matrimonios, lo
que también el Señor ha testificado al santo Moisés que permitiera a los
israelitas, a causa de la dureza de sus corazones, aunque con la ley del
Evangelio es reo de adulterio, como también aquella que se casa con otro [Mt.
19, 8-9]… Así permanece entre los vivientes tal bien conyugal, que ni la
separación ni con otra cópula puede ser arrancada. Y permanece la pena de la
culpa, no el vínculo de la ley; del mismo modo que el alma del apóstata,
alejándose del yugo de Cristo, incluso con la pérdida de la fe, no pierde el sacramento
de la fe, que aceptó con el lavado de la regeneración.
S. Gregorio I Magno, 540 – 604
Epístolas
2299 (L.
11), epístola 64 [a San Agustín, Obispo de los Anglos]. Respuesta de san
Gregorio a seis preguntas de san Agustín. Sin duda la ley
terrena en la república romana permite, que se mezclen tanto el hermano y la
hermana, o dos hermanos de los hermanos, o el hijo y la hija de dos hermanas.
Pero conocemos por experiencia que de tal matrimonio no puede nacer la prole, y
la ley sacra prohíbe revelar las vergüenzas de los parientes. De donde es
necesario que ya la tercera o la cuarta generación de los fieles debe unirse
lícitamente entre sí. Pues la segunda generación que hemos predicho debe
abstenerse de ello completamente. Pues mezclarse con la madrastra es también un
crimen grave.
El voto de castidad impide el matrimonio subsiguiente
S. Cipriano, cerca del 200 – 258
Epístolas
568 Epístola
4 [A Pomponio, año ?], 4. Si
de entre todas ellas [las vírgenes consagradas a Dios] alguna fuese encontrada
corrompida, que haga penitencia plena, porque, la que cometió este crimen, es
adúltera no de marido sino del Señor y por esto luego de estimado justo tiempo
y posteriormente a la exomologesis[18], que vuelva a la Iglesia.
Por lo que si obstinadamente perseveran y no se separan mutuamente, sepan ellos
que con esta su impúdica obstinación nunca pueden ser admitidos por nosotros en
la Iglesia, para que su ejemplo no comience a llevar a otros a sus mismos
delitos, empujándolos a las ruinas.
S. Basilio, cerca de 330 – 379
Epístolas
921 Epístola
199 [Canónica 2, a Anfiloquio, año 375], canon 18. Del mismo modo
que llamamos adúltero al que está con otra mujer, y no lo admitimos a la comunión
hasta que haya cesado su pecado, del mismo modo establecemos para el que se
marcha y se lleva consigo a una virgen. Pues es necesario ahora para aquel que fue
establecido por nosotros anteriormente (el que era llamado virgen por haberse
ofrecido espontáneamente al Señor), que sea liberado de su promesa por las
nupcias, y así sea abrazado en la institución de la pureza.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Al lapso Teodoro, 371/378
1115 L.
II, n. 3. El matrimonio
es justo, y así lo confieso: «Es
honorable, dice, el matrimonio, y el
lecho, inmaculado; pero a los fornicadores y a los adúlteros los juzgará Dios.»
[Heb. 13, 4]; pero tú ya no puedes guardar para ti las cosas justas del
matrimonio. Pues a aquel que para siempre se ha unido al celestial esposo (el
cual miles lo llaman como las mismas nupcias), si por él mismo fue arrancado y
se condujo hacia una mujer, es cierto que comete un adulterio; más aún, es un
adulterio tanto más grande, cuanto mayor es la excelencia de Dios sobre los
hombres.
S. Ambrosio, cerca de 333 – 397
Sobre la caída de la virgen consagrada[19]
1335 C.
5, n. 21. Alguno dice: «Mejor es estar casado que arder» [1 Cor. 7, 9]. Esto así dicho
pertenece a la que todavía no fue propuesta, ni tampoco velada. De las otras
que han sido prometidas solemnemente a Cristo, ya están casadas, y han sido
unidas inmortalmente a su esposo. La cual si quisiera casarse con la común ley
del matrimonio, perpetuaría un adulterio, haciéndose esclava de la muerte.
S. Jerónimo, cerca de 342 – 419
Contra Joviniano, cerca de 393
1378 L.
I, n. 13. «Pues
si recibes a tu esposa, no has pecado.» [1 Cor. 7, 28]. Una cosa es no
pecar, otra es hacer el bien. «Y si la
virgen se casa, no peca» [1 Cor. 7, 28]. No aquella virgen, que se dedicó a
sí misma para siempre al culto de Dios; pues, de éstas, la que se casa, se
atraerá la condenación, porque ha provocado la primera fe.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre el bien de la viudez
(1789) C. 9, n. 12. Puesto que si se ha conservado la
castidad en el vínculo conyugal, no se ha de temer la condenación; pero la
excelencia del don es escogida más ampliamente en la continencia viudal y
virginal; por la cual es escogida, elegida y ofrecida por el voto prometido, ya
no sólo el dirigirse hacia las nupcias, sino incluso, aunque no se case, es
vergonzoso el querer casarse.
S. Inocencio I, Papa, 401 – 407
Epístolas
2015 Epístola
2, 13, 15 [A Victricio, escrita en el año 404]. Del
mismo modo que los que se han casado espiritualmente en Cristo, y merecieron
ser velados por el sacerdote, si después o públicamente se casan o a escondidas
rompen entre ellos, no les está permitido hacer penitencia, sino sólo a los
que, después de haberse unido entre sí, se hubieran separado según el siglo.
Si, pues, esta razón es custodiada por todos, en cuanto que, viviendo su esposo
se case con cualquier otro, será tenida como adúltera, ni se le conceda
licencia para hacer penitencia, salvo que uno de los dos fuese difunto. ¡Cuánto
más ha de ser tenida aquella que, uniéndose con su propio esposo ante el
Inmortal, luego se muda hacia las nupcias humanas!
Aunque el matrimonio sea lícito y bueno
Dídimo de Alejandría, cerca de 313 – 398
Contra los maniqueos
1077 8. Nuevamente si [Cristo] hubiese recibido su cuerpo por la
cópula, no tendría separación, y se estimaría que también Él estaba manchado
por este pecado, que también todos contraen desde Adán por sucesión. Pero si
dicen [los maniqueos]: «Si la carne de pecado es causada por la conjunción del
varón y de la mujer, las nupcias son malas», oigan que antes de la venida del
Salvador, que quitó el pecado del mundo, todos los hombres, como otros obraban
con malicia, así también tenían las nupcias con pecado. De donde hay que
entender los cuerpos engendrados por las nupcias; y así, porque después del
pecado la sociedad se hizo desde Adán y Eva, por esto se le ha dicho carne de
pecado… Pero viniendo el Salvador, como de las demás cosas realizó la quita del
pecado, así también de las nupcias… 9. De otro modo se dice también más
naturalmente: «La virginidad es cosa divina, y así ha de presentarse entre las
virtudes.» Pues el que la ha guardado consigo hasta las nupcias dicen que ha
pecado contra ella, pero en realidad no es pecado de ninguna manera.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Al lapso Teodoro, 371/378
1115 L.
II, n. 3. El matrimonio
es justo, y así lo confieso: «Es
honorable, dice, el matrimonio, y el
lecho, inmaculado; pero a los fornicadores y a los adúlteros los juzgará Dios.»
[Heb. 13, 4]; pero tú ya no puedes guardar para ti las cosas justas del
matrimonio. Pues a aquel que para siempre se ha unido al celestial esposo (el
cual miles lo llaman como las mismas nupcias), si por él mismo fue arrancado y
se condujo hacia una mujer, es cierto que comete un adulterio; más aún, es un
adulterio tanto más grande, cuanto mayor es la excelencia de Dios sobre los
hombres.
S. Jerónimo, cerca de 342 – 419
Epístolas
1349 48 [A Pamaquio, año 392/393], 9. Que
se avergüence mi calumniador que dice que yo condeno los primeros matrimonios,
cuando lee: «No lo decimos con daño, si no en la trigamia y si puede decirse en
la octogamia.» [Adv. Iovin.
1, 15 (ML 23, 234)]. Una
cosa es no dañar, y otra predicar; una cosa es conceder la venia, y otra alabar
la virtud. Si pues a él le parece duro, porque dije: «En cualquier cosa que se
necesita equidad, debe ser pensada en una balanza justa.» [Ibidem], pienso que no me juzgará cruel ni rígido, porque en
algunos lugares lee las cosas preparadas para la virginidad y las nupcias, y en
otros lugares sobre los trigamos, los octogamos y los penitentes.
Sobre la perpetua virginidad de la Santísima
Virgen, contra Helvidio, cerca del 383
1361 19.
Creemos que Dios ha nacido
de Virgen, porque lo leemos; no creemos que María se haya desposado después del
parto; porque no lo leemos. Esto lo decimos no porque condenemos las nupcias:
como quiera que la misma virginidad es fruto de las nupcias… Tú dices que María
no permaneció Virgen; yo la reivindicó aún más, pues también el mismo José fue
virgen por María, para que desde el matrimonio virginal naciera el Hijo virgen.
Contra Joviniano, cerca de 393
1378 L.
I, n. 13. «Pues
si recibes a tu esposa, no has pecado.» [1 Cor. 7, 28]. Una cosa es no
pecar, otra es hacer el bien. «Y si la
virgen se casa, no peca» [1 Cor. 7, 28]. No aquella virgen, que se dedicó a
sí misma para siempre al culto de Dios; pues, de éstas, la que se casa, se
atraerá la condenación, porque ha provocado la primera fe.
San Agustín, 354 – 430
Sobre las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1876 L.
II, c. 26, n. 43. No son las nupcias la causa del pecado,
que lleva consigo al que nace y es purificado el que renace; sino que la causa
del pecado es el pecado original voluntario del primer hombre… 27, 44. ¿Qué es, pues, lo que [Juliano] busca en nosotros: A causa
de qué se encuentra el pecado en el párvulo, si por propia voluntad, o por las
nupcias, o por sus padres?… 45. A todo esto aquí responde el Apóstol,
que ni la propia voluntad inculpa al párvulo, que propiamente en aquel todavía
no está inclinado al pecado; ni las nupcias en cuanto que las nupcias son, no
sólo las que tienen la institución por Dios, sino también su verdadera
bendición; ni los padres en cuanto que son padres, los cuales al estar
desposados lícita y legítimamente de modo recíproco procrean a sus hijos; sino
más bien: “Por un solo hombre, dice, entró el pecado en este mundo, y por el
pecado la muerte; y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron”
[Rom. 5, 12].
Teodoreto de Ciro, cerca de 386 – 458
Compendio de fábulas heréticas, después de 451
2155 L. V, c. 25. Si fuese malo el
matrimonio, de ningún modo a aquel lo hubiese constituido desde el principio el
Señor Dios, ni sería llamado bendición la recepción de los hijos. Por esta
causa, pues, a los antiguos no prohibió tener muchas esposas, para que aumentara
el género humano… El mismo Señor no sólo no prohibió el matrimonio, sino que
también fue invitado a las nupcias y les dio el vino producido sin cultivar
como don para las nupcias. Más adelante, pues, confirma la ley del matrimonio
(como si alguien quisiera desatarlo a causa de la fornicación), conteniéndolo
con otra ley, pues dice: “Cualquiera que
despide a su esposa, salvo por fornicación, la hace adulterar” [Mt. 5, 32].
S. Juan Damasceno, fin del siglo VII – Antes del
754
La fe ortodoxa
2374 L. IV, c. 24. La virginidad es un género de vida
angélico, señal peculiar de toda naturaleza incorpórea. Lo que decimos no lo
hacemos para denigrar al matrimonio, ¡qué esté ausente tal idea! Pues sabemos
que el Señor ha bendecido con su presencia a las nupcias, y tenemos presente a
Aquel que dijo: “El matrimonio es
honorable y el lecho, inmaculado” [Heb. 13, 4], sino porque conocemos que
la virginidad es preferible a las nupcias, por muchos bienes que ellas
contienen.
Aunque es preferible el celibato y máximamente la virginidad
S. Ignacio de Antioquía, † 107
Epístola a Policarpo
67 5, 1. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que se
contenten con sus maridos, en la carne y en el espíritu. Igualmente, predica a
mis hermanos, en nombre de Jesucristo, “que
amen a sus esposas como el Señor a la Iglesia” [Ef. 5, 25. 29]. 2.
Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del
Señor, que permanezca en humildad. Si se engríe, está perdido, y si se estimare
en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposos y
esposas, conviene que celebren su enlace con el conocimiento del obispo, a fin
de que el matrimonio sea conforme al Señor y no por el solo deseo. Que todo se
haga para honra de Dios.
Dídimo de Alejandría, cerca de 313 – 398
Contra los maniqueos
1077 8. Nuevamente si [Cristo] hubiese recibido su cuerpo por la
cópula, no tendría separación, y se estimaría que también Él estaba manchado
por este pecado, que también todos contraen desde Adán por sucesión. Pero si
dicen [los maniqueos]: «Si la carne de pecado es causada por la conjunción del
varón y de la mujer, las nupcias son malas», oigan que antes de la venida del
Salvador, que quitó el pecado del mundo, todos los hombres, como otros obraban
con malicia, así también tenían las nupcias con pecado. De donde hay que entender
los cuerpos engendrados por las nupcias; y así, porque después del pecado la
sociedad se hizo desde Adán y Eva, por esto se le ha dicho carne de pecado…
Pero viniendo el Salvador, como de las demás cosas realizó la quita del pecado,
así también de las nupcias… 9. De otro modo se dice también más
naturalmente: «La virginidad es cosa divina, y así ha de presentarse entre las
virtudes.» Pues el que la ha guardado consigo hasta las nupcias dicen que ha
pecado contra ella, pero en realidad no es pecado de ninguna manera.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Sobre la virginidad
1116 10. Buena es la virginidad, y esto proclamo; y también es mejor
que el matrimonio, y esto profeso. Y si quieres, es tanto mejor que añado:
cuanto el cielo sobre la tierra, cuanto los ángeles sobre los hombres; más aún,
en cuanto algo se diga más fuerte, tanto mejor.
S. Ambrosio, cerca de 333 – 397
Epístolas
1253 42 [Al Papa s. Siricio, cerca del año
392], 3. Ni nos negamos a
que lo santificado por Cristo sea llamado matrimonio, pues dice la divina voz:
“Serán ambos una sola carne” [Mt. 19,
5] y un solo espíritu, pero antes es lo que somos por nacimiento, que lo que
somos por efecto; y contiene mayor excelencia el misterio de la obra divina que
el remedio de la humana fragilidad. Es alabada con derecho la buena esposa,
pero es preferida por mejor la piadosa virgen.
S. Jerónimo, cerca de 342 – 419
Epístolas
1349 48
[A Pamaquio, año 392/393], 9. Que se avergüence mi calumniador que
dice que yo condeno los primeros matrimonios, cuando lee: «No lo decimos con
daño, si no en la trigamia y si puede decirse en la octogamia.» [Adv. Iovin. 1, 15 (ML 23, 234)]. Una cosa es no dañar, y otra predicar;
una cosa es conceder la venia, y otra alabar la virtud. Si pues a él le parece
duro, porque dije: «En cualquier cosa que se necesita equidad, debe ser pensada
en una balanza justa.» [Ibidem], pienso que no me juzgará cruel ni
rígido, porque en algunos lugares lee las cosas preparadas para la virginidad y
las nupcias, y en otros lugares sobre los trigamos, los octogamos y los
penitentes.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre las herejías, 428
1975 82. Junto a éstos se encuentran también los jovinianos, a los
cuales ya conocía. Desde cierto monje llamado Joviniano esa herejía ha nacido
en nuestra época, cuando todavía éramos jóvenes. Decía que aquí son engendrados
todos los pecados, como los filósofos estoicos, ni podía pecar el hombre que
aceptaba el lavado de la regeneración, ni aprovechaba a alguno ni el ayuno ni
la abstinencia de algunos alimentos. Destruía la virginidad de María, diciendo
que ella al parir ha quedado corrompida. Igualaba también la virginidad casta y
la continencia del sexo viril en los santos a los que elegían la vida célibe de
los cónyuges castos y a los méritos de los fieles.
S. Juan Damasceno, fin del siglo VII – Antes del
754
La fe ortodoxa
2374 L. IV, c. 24. La virginidad es un género de vida
angélico, señal peculiar de toda naturaleza incorpórea. Lo que decimos no lo
hacemos para denigrar al matrimonio, ¡qué esté ausente tal idea! Pues sabemos
que el Señor ha bendecido con su presencia a las nupcias, y tenemos presente a
Aquel que dijo: “El matrimonio es
honorable y el lecho, inmaculado” [Heb. 13, 4], sino porque conocemos que
la virginidad es preferible a las nupcias, por muchos bienes que ellas
contienen.
[2] P.
Alfredo Sáenz, Mikael nº 32, Año 11,
Segundo Cuatrimestre de 1983, p. 33. La negrita pertenece al original.
[3] 1 Tim.
3, 15.
[9] Pablo
VI, Carta al Card. Michele Pellegrino con
ocasión de las celebraciones por el centenario de la muerte del p. Jacques-Paul
Migne, 10 de mayo de 1975.
[10] San
Agustín, Contra Iulianum 2, 10, 37.
[11] León
XIII, Carta Encíclica Providentissimus
Deus, 18 de noviembre de 1893, n. 32.
[12] Benedicto XVI, Catequesis durante la audiencia general del miércoles 9 de noviembre de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de noviembre de 2005, p. 20.
[13]
Benedicto XVI, Carta con ocasión del XVI
Centenario de la muerte de S. Juan Crisóstomo, 10 de agosto de 2007, n. 4.
[14] Juan
Pablo II, Carta Apostólica “Patres Ecclesiae”, 2 de enero de 1980, con ocasión
del XVI centenario de la muerte de San Basilio, I- Introducción.
[15] P.
Alfredo Sáenz, Mikael nº 32, Año 11, Segundo Cuatrimestre de 1983, p. 50.
[16] Jn. 4,
14.
[17] Ps. 41,
2.
[18] Este
nombre indica el sacramento de la Confesión, según la usanza patrística. [N.
del T.]
[19] Este
opúsculo no hay que atribuirlo quizás a Ambrosio, sino a Nicetas Remesiana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario